Ruina humanoide
Resulta paradójico, según mi percepción y mi interpretación de lo percibido, que una institución, a través de sus abogados y abogadas, acuda a la justicia buscando cobijo para no cumplir una ley. Recurrir y recurrir para negar un derecho ya adquirido por la ciudadanía.
Ley de transparencia.
Tú en la ventanilla correspondiente, con el DNI y la solicitud firmada sacando la puntica de la lengua, con la seguridad que te aporta estar ante todo un estado social y democrático de derecho, robusto, inmensa alegría, fiesta y gran salud, legislación en mano para leérsela al funcionario.
“Espere, ahora vuelvo”, te dice. Y vuelven tres, el funcionario ya no, un hombre y dos mujeres, trajeados y bien aseados, te dicen: “Toma, aquí tienes un pase para Disney World, ¿quién piensas que eres, Mel Gibson?” Y un guardia de seguridad vigilándote mientras se golpea la palma de la mano con una porra con cara de perro pachón. Así cualquiera.
Demasiada fe se pone en esta cosa de la separación de poderes, y más cuando se admite que, aun sabiéndote separado/a, empoderado/a y con las herramientas e instrumentos suficientes y necesarios para hacer de la separación un hecho efectivo, te quitas la venda y te pones unas gafas de sol estilo tecno-pop, según te cante el gallo. Lo que en psicoanálisis se denomina “poner el ojete”. Simbólico, todo esto está lleno de simbolismo; no se vayan a pensar.
Por tanto, parece ser que por muchos ladrillos y cemento que pongas para delimitar bien los espacios de poder, por mucho empeño en que todo quede bien bonito y sin rendijas, tras tantos años de experiencias y tras tantos años en las nubes, parece inevitable la porosidad en las paredes de cada poder del Estado, pues dentro del habitáculo que se presupone propio se puede mirar para otro lado para no mancharte las manos y, en potencia, salir de ahí más trasquilado que una oveja negra.
No parece ser una cuestión de materiales de construcción, ni siquiera de una normativa que, para eso está; para pasársela por el arco del triunfo. Ni Europa, ni la ONU, ni el mundo mundial, ni que bajara Dios del cielo en forma de Bob Esponja; es una cuestión humanoide más bien, ¿no?
Entonces tendremos centenares y centenares de ejemplos para poder ilustrar la tronera existente en los lindes del poder, y allá cada cual; ya que según su camiseta pondrá sus ejemplos; sus ejemplos de esta ruina de separación, ruina humanoide, olvidando a voluntad otros casos del partido contrario o incluyendo ejemplos sin demasiado afán de paridad para el típico autoengaño de que yo no voy con nadie, soy agnóstico. ¿Qué?
Mucha fe en la separación de poderes cuando teniendo al elefante haciendo macarrones a la carbonara en casa, con las paredes forradas de facturas falsas, empiezas a decir que el ejecutivo te persigue. ¿Cómo? ¿No miente? ¿Segura de que esto va así en la Constitución? ¿O, tal vez, la separación de poderes consiste ponerse el traje como en el teatro de un juicio y salir a la puerta de casa, los jueces y juezas, para manifestar su oposición a una ley que todavía no había nacido? Precioso, soleado, vacaciones en un lindo pueblo gaditano que huele a jazmín.
Pero si el legislativo dice “lawfare”, entonces los/as togados/as se ponen a dar patadas al aire en plan kárate porque se han metido en su huerto y les han pisado las matas de perejil. Los unos y los otros y los de más allá hacen de su capa un sayo porque se puede.
Desterrada la moral hacia islas paradisiacas haciendo bueno el dicho de “a vivir que son dos días”, uno o una acaba haciendo lo que NO corresponde en ningún caso porque puede, porque se le “deja” que pueda.
Ábalos se queda en el escaño del Congreso porque puede. Feijóo y su partido llevan años y años sin renovar el Consejo del Poder Judicial porque pueden. Tomás, el alcalde, al que tengo estima, pero esto no quiere decir nada, se queda porque puede. El juez o jueza admite a trámite una querella sin fuste y sin recorrido porque puede, y además se lo tiene tan creído que parece que fuera verdad su ciega percepción, o más bien, perversión; lo mismo no tuvo un proceso de castración adecuado en la niñez, simbólico, cuidado. El medio de comunicación y sus súper plumas te cuentan mentiras como rascacielos porque pueden, es más, un juez, tras las denuncias oportunas, dirá que, aunque mentira cochina, el medio de comunicación y sus plumas están en su derecho de esparcir excrementos galácticos. El honor, bueno, el honor, sí, a lo mejor cuando te mueras.
Las hienas humanoides hicieron, hacen y harán porque pueden. Unos saldrán de rositas del asunto, otros y otras, pocos y pocas, no; misterioso azar, un muslico de gorrión para todo un león adormilado que se echa las manos a la cabeza y se pone a gritar a una tele, como hago yo, que luego me pongo el gorro de la piscina y me pongo a nadar por el pasillo de casa y de pie para que se me pase el berrinche, ahora bien, no me digas de ir a una manifestación que me duele el duodeno.
El que uno o una haga negocios con la administración pública poniendo en contacto a dicha administración con tal o cual empresa, y dejando negro sobre blanco una comisión fantástica por el simple hecho de tener contactos ahí dentro de la cocina política, es porque puede o ha podido. Gente que moría a troche y moche; y qué más da. La comisión al bolsillo, suculenta, al punto, a todo color, rica que alimenta, relajante, sin azucares añadidos, cien por cien natural. ¿Investigación? Absuelto. Que pase el siguiente.
“Ejzque soy impune, me lo ha dicho el médico”.
El juez estrella del momento no para de acumular errores porque puede. Y válgame la hostia que le dé al ejecutivo por opinar sobre porqué se le ha quemado el asado al juez por su inacción o su invento. Mañana seguirá ahí, en su despacho, igual que el exministro, igual que aquellos/as periodistas a los que han pillado con el carrito del helado, y además los han ascendido/a, y ahí siguen todos y todas, saludando con sonrisa profident desde el escenario a un público que ondea banderitas mientras en vivo y en directo se comen los macarrones a la carbonara de aquel elefante que forraba las paredes de su casa con facturas falsas, y luego te escupen lenguas de fuego que van directas al inconsciente, y que brotan en ti, cuando menos te lo esperes, odiando a los otros con una inquina bélica que asusta.
“La mentira es la que manda, la que causa sensación”.