El puente y el libro
Miércoles 14 de febrero.
Frente al Bósforo, me siento con un libro abierto en la terraza de un café. A mi alrededor, a lo largo de la costa, se extiende un abigarrado conjunto de edificios en el que se mezclan arquitectura otomana y occidental. El libro es Brújula, de Mathias Énard, que leí hace unos años y algunas de cuyas páginas me propongo volver a leer aquí y ahora. Énard es de lo que sueñan con un Oriente idealizado unido por unos lazos muy fuertes con Occidente. O sea, lo que algunos llaman alianza de civilizaciones. Es una mañana de febrero fría y gris. El viento levanta un tenue oleaje y el agua, como cubierta de escamas, centellea entre buques de carga, barcos de pesca o de turistas que vienen y van por el “estrecho”, que es lo que significa Bósforo. El que separa Europa de Asia y conecta el Mar Negro con el Mediterráneo. Hay frente a mí también un puente, me fascinan los puentes. Magnífico lazo de unión entre Ortaköy (en la parte europea de Estambul) y Beylerbeyi (en la parte asiática). El que físicamente, pero también metafóricamente, conecta Europa y Asia. Pienso en Irak, que está aquí al lado, en Siria, aquí abajo, y en Gaza, no muy lejos, devastados por la guerra. Y miro el puente y el libro, y se me cae el cielo de plomo de la mañana sobre la cabeza.
La misma mano
¿Cuántos años lleva el PP gobernando la Región de Murcia? Casi 30, si no me equivoco. ¿Y cuántos ha estado al frente de España en estas tres últimas décadas? La mitad de ellos, si mis cálculos no fallan. Convendrán conmigo, por lo tanto, que difícilmente podrá cargar López Miras sobre la espalda de Sánchez, por muy ancha que sea y por muchas ganas que le tenga, cuantos problemas padecemos o venimos arrastrando desde hace lustros. ¿Por qué suponía entonces el actual presidente de la CARM que la protesta de los agricultores, endémica y cíclica, no iba también, en parte, contra él? A nadie le gusta que le traqueteen el coche, y más estando dentro. Por cierto, que López Miras se escandaliza ahora de estas huelgas salvajes de tractoristas porque le ha tocado a él, antes “ni mu”. A nadie le hace ninguna gracia tampoco que le asalten el Ayuntamiento, como ocurrió en Lorca, mientras se estaba debatiendo en pleno un grave problema medioambiental. Como tampoco es plato de buen gusto que cuelguen de los pies a un muñeco gigante con tu efigie enfrente de la sede de tu partido. Estos ataques a políticos o instituciones son de factura reciente. Y curiosamente, por lo que se oye, parece que detrás de todos ellos está la misma mano.
Aviso
Empecemos por reconocer la victoria contundente del PP en Galicia, y a partir de ahí, hablamos. En realidad, la diferencia de votos entre la derecha y la izquierda no fue tan grande, apenas 26.000 votos de los 1,5 millones que se emitieron el 18F, pero el sistema electoral es el que es y, por lo tanto, el éxito de Feijóo incuestionable. Aunque sí, matizable. Dos cuestiones merecen ser resaltadas, en mi opinión: una, en las ciudades ganó la izquierda; dos, las elecciones generales, lo sabemos por experiencia, son otra cosa. En el fondo, y euforia popular aparte, lo que ha hecho el PP ha sido conservar lo que ya tenía, que no es poco, y lo que no ha conseguido la izquierda es asaltar una fortaleza que se le resiste. ¿Corre por ello el ejecutivo de Sánchez el riesgo de caer aquí y ahora? Francamente, no lo creo. ¿Lo va a tener más difícil? Sin duda. Hasta el punto de peligrar a medio plazo si los tres partidos derrotados PSOE, Sumar y Podemos no se replantean su estrategia en los comicios venideros. Una revisión que vaya más allá de huecas proclamas de autocrítica o promesas de hacer las cosas mejor. La derecha se volcó en una de sus siglas. La izquierda se partió en cuatro. Solo han sido unas elecciones territoriales. Pero también un aviso. ¡Y qué aviso!