El cuaderno de articulillos de Antonio Balsalobre

Campos de Níjar

Nunca olvidó Juan Goytisolo “la profunda impresión de violencia y pobreza” que le produjo Almería, viniendo de Murcia por la Nacional 340. A finales de los años cincuenta del siglo pasado, la región de Níjar era una de las más pobres de España. La agricultura seguía anclada en técnicas del pasado y el turismo aún no había descubierto la belleza de estas tierras. Goytisolo viajó a los pueblos de los alrededores del Cabo de Gata para narrar con técnica novelística sus encuentros con un paisaje de “soledades ásperas” y con unos habitantes que se debatían entre la supervivencia diaria y el sueño de la emigración, en plena dictadura franquista. En la Isleta del Moro hay un bar moderno decorado profusamente con esparto. Lo ancestral y lo actual se unen aquí, en busca de una reconciliación necesaria. Es sin duda el mejor lugar para leer con una cerveza y frente al mar Campos de Níjar, un libro magistral que revive lo que era el sur de España no hace tantos años.

Medidas acertadas

Sin duda son tiempos difíciles. Pospandemia, invasión de Ucrania, crisis energética, amenaza climática…. Difíciles y complejos. Y también es verdad que para combatir estas calamidades, comunes a los europeos, por cierto (el resto del mundo es otra historia), se podía haber hecho más y mejor. Pero tampoco es menos cierto que este gobierno progresista de coalición ha hecho durante esta legislatura en España mucho y bueno. Algo que con reticencias, todo hay que decirlo, reconoce una mayoría de ciudadanos, según distintas encuestas. ¿De dónde vienen los reparos, entonces, si las medidas son acertadas o van en la buena dirección? De los socios en que se apoyan, constatan esos mismos sondeos. Queda por saber, ante esta tesitura, si en las próximas elecciones generales habrá premio por la pertinencia y validez de las reformas y medidas sociales emprendidas, o castigo por la forma en que han tenido que salir adelante.

Podría ser

Fue en un pueblo con mar. Una autocaravana dormitaba junto a la orilla de la playa. Era antigua y algo desvencijada. El blanco descolorido de su carrocería estaba adornado con flores. Lucía en la parte trasera un eslogan que rezaba: “Be a realist, remain a dreamer”. Por edad llegué tarde al hipismo, pero debo reconocer que siempre sentí una cierta simpatía por ese movimiento contracultural, libertario y pacifista que abogaba por la propia revolución personal y se postulaba en contra del consumismo. Admito que todavía me fascina el rock sinfónico y el folk contestatario. Que sigo escuchando con interés a aquellos grupos legendarios que participaron en el 69 en el Festival de Woodstock. Y que los míticos Pink Floyd y Triana aún figuran entre mis grupos favoritos. Una pareja como salida de los 60 se subió al vehículo y emprendió su camino de libertad. El eslogan trasero iba dejando su estela: para ser realista hay que seguir siendo un soñador. Podría ser.

Buena mar

Cuando Mauro, periodista a la deriva, se embarca en el Carrumeiro, un arrastrero gallego que faena en las aguas infames del caladero Gran Sol, en el Atlántico Norte, dos tipos de naufragio lo acechan. El que pueden provocar las aguas exasperadas “de un mar herrumbroso” que cada cierto tiempo se empeñan en salir del abismo; y ese otro al que se dirige su vida, “que, entonces, tenía la consistencia de una nube”. Desde la primera página de la novela, la prosa de Antonio Lucas atrapa, sobrecoge y deslumbra. Es una escritura acerada y contundente, al tiempo que vital y poética. Titánica, cuando describe esas aguas fieras donde los marineros faenan en situaciones que sobrepasan cualquier límite imaginable; e inspirada, cuando da cuenta de ese otro viaje interior, también a mundos hostiles, convertido en una suerte de exilio o peregrinación redentora donde el narrador se pone a prueba. Ante ambas amenazas, “el milagro de flotar” será la única manera de vencer las aguas embravecidas. Buena mar se titula la magnífica novela de Lucas. La misma que yo les deseo para estas vacaciones.

 

 

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