Nos da igual, por Diego J. García Molina

Nos da igual

Hace unos días leí en un periódico (en El País, creo) una noticia que ha pasado inadvertida, dado que no ha tenido ninguna repercusión en la opinión pública (a diferencia de otras más chabacanas que están semanas en boca de todos, lamentablemente). Resulta que el nuevo equipo de gobierno de la ciudad de Barcelona ha recuperado el hermanamiento de esta con la ciudad israelí de Tel-Aviv, el cual había deshecho el anterior partido de gobierno liderado por Ada Colau: la sección catalana de Podemos, En comu podem. Recalco lo de partido de gobierno porque gobernaban en minoría, con el apoyo de los socialistas de Jaume Collboni, actual alcalde, y con Colau teniente de alcalde, que es quien, efectivamente, unos meses después ha revertido la situación. Es decir, un partido que no tiene suficiente mayoría ni para gobernar un ayuntamiento es capaz, de manera unilateral, de tomar decisiones que pueden tener graves consecuencias incluso diplomáticas. Iniciativas que los barceloneses no reclamaban a gritos, que no pedían constantemente, y que, supongo, hasta les importaba un pimiento; cuando se suspendió el hermanamiento y cuando se restableció. Me parece inverosímil como cada vez más los políticos nos imponen su agenda política, su ideología, sobre todo, en vez de trabajar en lo que deberían, para lo que se les paga; por ejemplo, en Barcelona hay menos seguridad y más suciedad que nunca, y no parece que estuvieran centrados precisamente en erradicar eso. Poco a poco, las distintas administraciones, centrales, autonómicas y locales, van invadiendo nuestras particulares parcelas de libertad y forma de vida con normativas y regulaciones, por un lado, y con iniciativas ideológicas, por otro, que nadie les ha pedido y nadie demanda, excepto quizás una pequeña minoría, la cual consigue imponer de forma torticera a todo el mundo. Y nadie mueve un dedo, nos da igual.

Sin entrar en mucho detalle sobre los diferentes sistemas de gobierno de la antigüedad, en la Grecia clásica, donde por primera vez podemos apreciar algo de intervención del pueblo en la toma de decisiones, en Atenas, por ejemplo, solo los ciudadanos podían participar en las asambleas, aproximadamente entre un 10% y un 20% de los habitantes de la polis. Y solo los más ricos y diestros en la oratoria tenían realmente posibilidades de influencia y de acceder a puestos de responsabilidad; se estima en unas 100 personas. Evidentemente, las mujeres ni podían votar ni asistir a las asambleas.

En la Roma republicana también había elecciones donde participaba el pueblo (de ahí viene la palabra comicios). En los comitia votaban quienes tenían la ciudadanía romana, ya fuera en la propia ciudad o en el campo, a los tribunos de la plebe, por ejemplo. Pero eran también elecciones muy dirigidas e influenciadas, donde un demagogo podía fácilmente apelar a los sentimientos del pueblo en un discurso manipulando en función de sus intereses (les suena), según nos llega información de escritores de las fuentes clásicas. En todo caso, a pesar de contar con un complejo sistema político, al final era en el senado, donde solo se sentaban representantes de las principales familias patricias, el lugar donde realmente se ostentaba el poder y se tomaban las decisiones. En la edad media y el feudalismo, para que hablar, os aseguro que no preguntaban al pueblo sobre quien sería el próximo rey o gobernante. Y con los reyes absolutistas mucho menos. Es ahora, en la edad contemporánea, cuando por fin el poder para poner y quitar gobernantes está ciertamente en manos del pueblo, de la ciudadanía, aunque da la sensación de que todo se cuece, como en la vieja Atenas, entre bastidores. Lo que los partidos políticos llevan en sus programas electorales lo modifican sin problema tras las votaciones (cambios de opinión, lo llaman ahora), o directamente ni lo mencionan. No hacemos uso realmente de ese poder. Además de que nos engañan como a niños, como si no tuviéramos memoria. Tras las elecciones autonómicas y municipales el PSOE ponía el grito en el cielo por la posibilidad de que el PP dejara que el partido de Puigdemont se hiciera con la alcaldía de Barcelona argumentando que era un partido fuera de la ley y tal, en caso de abstenerse (situación que finalmente no se dio, pues votó a favor del socialista anteriormente nombrado Collboni). La propia portavoz socialista del gobierno decía hace un par de semanas que esta persona, Puigdemont, era un delincuente y no se podía hablar con él. Pues nada, ahora ya se puede, corriendo a hacerle el cortejo para que nos vuelva a dar la presidencia del gobierno, que pida por esa boquita… indignante. Pero es que el PP es todavía más hipócrita, siempre poniendo a Puigdemont en su sitio: como una delincuente impresentable con el que no se puede llegar acuerdos. Sin embargo, al ver ahora un mínimo resquicio de alcanzar la presidencia del gobierno ya se abre a sentarse con ellos a hablar (han rectificado, sí, pero pública y privadamente hablaron con ellos). De frenopático.

Y a los más interesados nos da igual; vale, si acaso, lo comentamos un par de minutos y ya, no hablemos mucho de política que la gente se molesta. Los partidos a través de los medios de comunicación afines nos marcan la actualidad informativa, es decir, de la tontada sin impacto real de lo que tenemos que hablar cada día, de que opinar, sobre qué y cómo posicionarnos. No se habla del paro, por ejemplo, cada vez más escaso y precario. Y siendo precisamente los más desfavorecidos, los menos cualificados, los que tienen más dificultades para acceder al mercado de trabajo en unas condiciones dignas. Los datos están ahí. A pesar de que esos medios comprados con dinero público (pueden revisar las subvenciones y publicidad institucional recibida, es información accesible) digan que el desempleo desciende, la realidad es que el número de horas trabajadas este año es inferior al de 2019, es decir, misma gente trabajando, pero menos horas. Ya saben lo que significa. Como añadido, la tasa de paro duplica la media comunitaria (11,6% vs 5,9%); también el paro juvenil (27% frente al 13,9% de la UE); y somos el segundo país con mayor paro femenino (13,2%), más que duplicando la media europea (6,2%); supongo a que las feministas esto no les preocupa, lo que les desasosiega es que las mujeres futbolistas cobran menos que los hombres. ¿Qué hace nuestra flamante ministra de trabajo y vicepresidenta del gobierno mientras? Pues después de más de un año de gira por toda España con su “proceso de escucha” a cargo del contribuyente, ahora se nos marcha a Bélgica a negociar con un prófugo de la justicia española. El líder en franca rebeldía de menos de la mitad secesionista, que es menos de la mitad de los votantes de la autonomía catalana. Por poner un ejemplo, porque la economía no es que esté tampoco para dar saltos de alegría, con un goteo de bajas de autónomos y cierres de empresas inaudito. Cuando no se van a cotizar a otro país, como hizo Mediapro (Telecinco) o Ferrovial recientemente. Obviamente, de eso no se habla porque no interesa, pero no hace falta que nos lo digan, gracias al avance de las nuevas tecnologías podemos consultar la información en cualquier momento. Somos la generación con mayor poder informativo de la historia, mas nos hemos acomodado a que nos lo den todo hecho. Al móvil nos llegan las noticias ya prefabricadas, en un pack, solo nos llega lo que creen que más nos va interesar, quedándonos aislados en nuestra burbuja informativa de noticias afines. Siempre quedarán oportunidades, por mucho mal que suceda, pero francamente, creo que nos da igual.