La otra cara del ciprés, según Pep Marín

La otra cara del ciprés

A veces las coincidencias se dan de tal manera, un silencio tan impresionante, que se podría dibujar.

Sólo queda un cráneo por retirar de la fosa común. Los demás ya han sido debidamente comprobados. Los huesos, todo lo que queda. Se saben sus nombres. Se sabe lo que pasó desde la perspectiva de la familia que vio cómo se los llevaban. Lo que dijeron los que se los llevaron cuando entraron en las casas. Se sabe la trayectoria de esas mujeres y hombres en sus vidas, su historia. Se sabe que fueron torturados. Se sabe quién fue el torturador, pero se lo callan todos y todas. Se sabe dónde los fusilaron. Luego se supo donde fueron tirados y sepultados como si fueran escombro.

Desde un altillo, un familiar sigue el curso de la exhumación muy de cerca. Queda sólo su abuelo. Un cráneo no muy grande. Lo que llama la atención es la simetría del disparo recibido, entre ceja y ceja. Ya tiene el excavador el cráneo en sus manos, su compañera hace un círculo con el dedo.

En el bar del pueblo donde fueron exhumados los restos de Asensio, Rosa y unas amigas, junto con otras personas que han trabajado meses en esa fosa común, toman café. En la tele, un político está diciendo que la Guerra Civil fue una pelea de abuelos. Apague usted la tele, si hace el favor, le dice Rosa al camarero. El silencio se puede pintar, y es negro, como si te quedas mirando por el hueco que ha dejado la bala en el cráneo del fusilado.

Todo el mundo sabe lo que es una guerra. Lo vemos en la tele a diario. No sabemos qué se siente de verdad en una guerra. Aunque hagamos un ejercicio de aproximación mental meditativa y nos centremos en el instante de un bombardeo y de los sonidos de disparos cruzados, no lo sentimos bien, no lo percibimos dentro de verdad, y ojalá nunca lo percibamos, pero debe ser para para cagarse a la pata abajo si ya nos cagamos con un trueno gordo.

También se sabe lo que es una guerra civil como la española. Los historiadores bucean en documentos de la época, aquellos que no están todavía bajo llave, documentos hallados en archivos de diversas ciudades, tanto de aquí como de allí, en el extranjero. Los historiadores acuden a fuentes primarias y los buenos historiadores no inventan películas contrarias a las evidencias. Por ejemplo, un contrato firmado entre dos partes para surtir de aviones y armas. No inventan en pro de la construcción de un relato subjetivo amenizado con una orquesta de mentiras que nada tienen que ver con la realidad que se desprende de las fuentes primarias. Y esa realidad tampoco será lo que pasó al 100%, pero estará mucho más cerca. No, los aviones no fueron para lanzar sacos de garbanzos.

Se habla de que, después el golpe de estado fallido, tras la larga contienda y la victoria de Franco y sus secuaces, más de 55.000 personas fueron aniquiladas en algo más de una década. Aquí ya no había guerra, había dictadura. En una dictadura cualquier foco humano, por pequeño que sea y que pueda dar lugar a controversias y a dudas (y si no hay controversias se inventan) se aniquila, se asesina y se tira a la mierda en fosas comunes. También se sacan cuerpos sin permiso de nadie y se llevan al Valle de los Caídos. ¿Qué carajo de permiso va a necesitar la dictadura? Connivencias las hay y para eso se expanden los focos de atención y se mira en multitud de fuentes nacionales y extranjeras. Los historiadores citan sus fuentes y no escamotean esfuerzos y estudios. Otros, sin citar fuentes, por ejemplo, dicen que gracias a la dictadura tenemos democracia, ¿fuentes? No, ninguna, lo digo yo que tuve un viaje astral regresivo. Ponme otra.

Y miedo. Dicen que se pasó mucho miedo en la dictadura y que había muchos caciques y chivatos, y parte de la iglesia echando panza (si Jesucristo se hubiera hecho carne de nuevo en España durante la Guerra Civil y la dictadura creo que no hubiese sido tan poético como antaño). ¡Muchacho, capullos, que no hombre, que no! ¿Estás tonto o qué? Le hubiera dicho a don Francisco presente en los fusilamientos y con estómago suficiente para la lubina en casa del señorito Manolín).

Y en el entorno internacional, al que hay que mirar también, cómo no, que no miraba al sur, porque, como dicen algunos sin fuentes, los españoles éramos unos salvajes que no podríamos vivir en un régimen democrático.

Después viene la propaganda en plan salvación de la patria. Los días festivos de exaltación a la gesta, los días de homenaje a todos aquellos que lucharon por salvar a España de la invasión comunista, de aquella república más mala que el conde Drácula, las misas y los honores, el discurso único que se cuela en todas las casas de España y en las escuelas, y quién no lo siga, exilio, muerte o silencio. Elige. Para las familias de los valientes guerreros que murieron por la causa justa de terminar con esa república ilegítima: estancos, puestos de funcionarios, tierras, becas, mimos, homenajes. Los del otro bando, el gran mogollón de apestados antipatrióticos: en cunetas quién sabe dónde y sus familias humilladas. No se iba a preocupar el dictador y su dictadura en ayudar a las familias que buscaban a sus muertos a escondidas para darles santa sepultura.

Yo saco a los míos. Mando que en las iglesias se pongan placas por los caídos. Pongo sus nombres a calles y plazas. Alzo monumentos por doquier para que se vean bien y no se olvide. A los demás res de res. Luego muere el dictador, y no se sabe muy bien si fue por las movilizaciones sociales subterráneas, permítaseme la expresión, de los años 60 y 70, o por el miedo que se tenía a una repetición de una guerra civil; el caso es que los gerifaltes franquistas se cambiaron el traje de ministros de Franco y se pusieron otro traje, no sabemos muy bien qué traje. Se encargaron muy bien de amarrar lo que ya tenían, apareció en escena el rey campechano, se les da cancha a más partidos hasta ahora con menos voz que una hormiga y la transición estaba servida.

No era momento entonces de remover tierra. Ni se intentaría ante esta etapa de fragilidades y miedo. Cualquiera se atrevía a alzar la voz y buscar certezas, aunque fuesen relativas, para construir un nuevo relato de la historia más acorde a lo que “realmente” sucedió. Estaba el ejército que echaba humo y el fantasma de Franco salía todavía en muchas alcobas y despertaba a la gente de orden sudando a chorro para después cuadrarse y alzar el brazo en calzoncillos. No estaba la cosa para bromas.

Luego vinieron los años locos del consumo, que desviaría en gran parte la atención de la mayoría social y la mayoría política. Algunos se olvidaron de que tenían al abuelo todavía encerrado en un habitáculo detrás de la chimenea cuando empezaron a llegar las primeras ayudas públicas en forma de prestaciones y pensiones, los préstamos bancarios, el consumo generalizado. ¡Coño, un televisor, me cago en la hostia puta, si se ve gente! Pasaban los años y la cosa seguía igual. La historia no se toca. El golpe de estado fue una liberación para España. Las familias de los humillados que tienen a sus muertos bajo tierra en cualquier parte siguen silenciadas, la política y la justicia miran para otro lado. La democracia se va construyendo en España sobre una tierra que esconde a miles de huesos que corresponden a personas que en la mayoría de casos no hicieron más que tener sus propias ideas. Asesinados en la posguerra sin hacer una puta mierda, por enseñar a leer y escribir a un grupo de jornaleros analfabetos. Un tiro en la cabeza. Punto. Se sigue avanzando y el miedo se va perdiendo, aunque persista en los adentros de todos aquellos y aquellas que vivieron en primera persona como se llevaban al marido, hijo, hermano, cuñado, hermana, prima, y ya no volvieron. Incluso estas mismas personas les decían a los familiares más jóvenes que por favor no indagaran, no removieran nada, muertos de miedo; otras no, otras sirvieron de faro. Más años, más trabas, nadie se atreve a poner los puntos sobre las íes de una manera rotunda. Aquí no hay juicios por crímenes como los hubo en Argentina, o como ha pasado recientemente en Chile con el asesinato de Víctor Jara. Comienzan a surgir y resurgir partidos que recuerdan a ese tufillo franquista. La derecha piensa que exhumar restos de un familiar asesinado y tirado a tomar por culo en una cuneta es una revancha, no una cosa de derechos humanos. Los juzgados alargan y alargan los procedimientos. Bloqueos de un lado y de otro. Venga usted cuando se muera. Las derechas dicen sin ningún pudor que esas familias van en busca de una paguica. Algunos hasta dicen que bien muertos estén y ahí se sigan pudriendo por traidores. Se avanza, se van descubriendo fosas comunes y se van conociendo las historias de los asesinados y las asesinadas. Se te encoje el alma. Las familias tienen un aplomo y un sentido de paz y no de revancha que te hace llorar. Algunos mueren de camino a la verdad, una verdad a medias, pues se conoce al asesinado y asesinada, su historia, su muerte, pero nada se sabe del verdugo, ni hay asomo de reparación. Los medios de comunicación, en plena fosa común y tras la entrega de los restos a los familiares, no sacan a la luz pública las declaraciones de los políticos sobre el acto que está aconteciendo, se ve en el plano al fondo sobre la tierra anaranjada fémures y cráneos, pero las declaraciones que nos ponen en televisión son sobre si Feijóo va a conseguir la investidura. Santísimo Cristo de la Agonía.