Llámame trama
Hay veces que una no sabe dónde está, o dónde es.
Estás comiendo a las cuatro y algo de la tarde como todos los días de lunes a viernes. Esto, quizá, por razones culturales de horario de comidas en España desenganche algún neurotransmisor cerebral. No estás atenta a la acción de comer, lo haces, pero en plan mecánico, con muy poca concentración, sólo la mínima por si te encuentras algún hueso o un elefante verde. Por encima o por debajo de la acción mecánica de comer está también tu rumiar personal al que tampoco estás atenta. Imágenes del día que pasan por tu mente como quien pasa las páginas de una revista, vagones de palabras que resuenan en ti como un eco, pero sin adquirir la presencia necesaria como para seguirles el hilo; son frases dichas hace unas horas, o cualquiera sabe, rehechas ahora, y pasan rápido como los momentos felices. Alguien tira de la cadena de váter. Bebes agua. La televisión está encendida con el canal 24 Horas. Hablan, se ven imágenes, pero tú están en ese modo acrítico, no de análisis. Lo mismo es el estómago quién paraliza el sentido reflexivo mientras estás comiendo, o lo mismo es porque ya estás en modo siesta.
Sin embargo, un estímulo; algo que te entra por los ojos y por el oído, algo en principio inocuo; algo que te hace reaccionar tarde, pasada la noticia, pero reaccionas. Te dices: “Me cago en todos mis santísimos restos”. Dos veces. Incluso tres para garantizarte una buena dosis de realidad de que es verdad lo que acabas de ver y escuchar como noticia.
La reina de España en una recepción se ha saltado el protocolo y ha recogido del suelo una joya que se le había soltado de la muñeca. Hasta hubo, no sé si me lo invento, un replay.
Esta fue la noticia.
Los medios de comunicación no dan puntadas sin hilo, me digo. Para elegir qué noticias van en la parrilla o sartén, antes hay todo un equipo humano dándole vueltas a la cabeza. Sopesan, miden, estiran las noticias para saber el grado de flexibilidad que tienen, el grado de permeabilidad social, hacen encuadres colocando los dedos en forma de L, se tapan una oreja y cucan un ojo, todo en plan científico y bajo la vigilancia de un conejo blanco con los ojos rojos. El desahucio de la señora mayor de su hogar de toda la vida por culpa de 88 euros no interesa, está muy visto; el director de nacional se acerca una a una a las orejas de los forman el grupo humano: “Mucho por culo, mucho, les dice”. Yo tengo una almorrana de oso pardo y no me quejo.
El detenido es mudo. Está intentando que los policías que le detienen vean su móvil. Señala con el dedo la pantalla y las imágenes en las que se ve a la reina recogiendo la joya del suelo. Él está harto. No le llaman para el trauma. Tres meses y el dolor en la planta del pie sigue y sigue. Se ha ido al centro de salud sólo con un tanga para hombre, descalzo, y se ha pintado en su pecho depilado con pintalabios azul “llámame trauma”. Se lo han llevado en el coche de policía. Seguramente, por bailar casi desnudo en el centro médico. Intenta comparar el acto de la reina y su acto. Pone ojos como platos y cara de bondad altruista. Lo mismo “le cascan” dos quetiapinas y un rivotril nada más llegar al hospital, por si las moscas. Sin mirarle a los ojos. Por si se le ocurre sacar una lanza imaginaria que atraviese la garganta imaginaria de cualquiera de los presentes.
La noticia es la siguiente: “Varón de unos 40 años de pelo oscuro y ojos claros, con un tanga negro y una frase dibujada en su pecho baila en el centro médico y es detenido”.
Periodismo 4.0, que coincide exactamente con lo que estoy viendo. Sin más. Mi hermana me dice que para eso se compra un loro.