Las decisiones judiciales y sus consecuencias, por Pep Marín

Huevos rellenos

Hablando de justicia, no se ve a ningún juez o jueza dando una rueda de prensa tras una sentencia polémica que ha llegado a la opinión pública y nos ha escandalizado. Quizá es que no pueden dar ruedas de prensa y sólo pueden darlas sus representantes administrativos, que tampoco se dejan ver demasiado, o puede que sólo se dan en plan general, como asociación, y sobre algo que les repercute directamente como profesión: el sueldo, la tecnología, las goteras en el palacio de justicia, la silla que no baja porque tiene la manivela rota, no cómo personas que dictan algunas sentencias y autos que, simple y llanamente, son una puta mierda.

Estamos hablando de la parte mediática, esa parte que nos hace llevarnos las manos a la cabeza por el disparate y el sinsentido, no de la inmensísima mayoría de jueces y juezas que hacen su trabajo lo mejor que pueden, y además no paran de acudir al oftalmólogo.

La justicia trabaja en silencio como ese ratón que te encuentras en la cocina a las cuatro de la madrugada: “¿Qué, te hago un vasico de leche?”

Normalmente, estas personas, jueces y juezas, se dejan ver en conferencias y jornadas sin una gran repercusión mediática, como si todo quedase en casa. Llegan allí bien peripuestos después de haber dejado en libertad sin cargos a una persona que a la postre le ha metido fuego a la casa de su exsuegra. Demasiado curro, colega.

No había leído, vaya usted a saber por qué, los mensajes de móvil del sujeto, o no los había pedido, o no tenía tiempo, que esa noche había Champions League, o se estaba cagando a chorro, o la diligencia o como se diga se la había fumado.

Hace algunos días hubo una controversia judicial, otra vez en Navarra, en forma de tres votos en los que dos de ellos decían que había que rebajar un año de condena a un miembro de la conocida como “manada” y uno en contra de rebajar ese año.  En este mismo caso, hace tiempo, al principio se dijo una cosa en un tribunal y luego otro tribunal superior dijo otra. Cuidado con esto, porque si la justicia en ocasiones va a ser cuestión de suerte dependiendo la persona que te toque, al final va a ser una maquina la que dicte sentencia.

¿Vieron algún juez o jueza implicado/a en el asunto “manada” dando explicaciones, hubo alguna clase magistral para argumentarnos esta disparidad de “visiones”?

Estas controversias judiciales, como no, son muy golosas. ¡Me las quitan de las manos! ¡Señoras y señores! Y sirven de arma arrojadiza entre políticos, entre medios de comunicación y entre la opinión pública, nosotros, las hormiguicas del barrizal callejero. Pero quienes tienen que salir a explicar el asunto bien explicado no salen, trabajan en silencio, como el ratón.

Es perfectamente comprensible que jueces y juezas no van a estar siempre saliendo a la palestra cada vez que haya una mínima controversia. Pero si cuando esa controversia necesite ser explicada al pueblo por las dimensiones y transversalidad que haya tomado el asunto. O a ver si no os creéis que no tuvo que dar una rueda de prensa ante los vecinos el fontanero Raúl, que se equivocó al sellar la bajante provocando una estampida de heces que anegó el patio de los Ruiz Castaño, pensando éstos que había sido una venganza vecinal por aquella fiesta que acabó como a las cinco de la mañana cuando el perro terminó su sesión de D´j.

También sería necesario saber qué pasa después de un pedazo de error judicial galáctico. Saber que ese hombre o mujer no va a seguir dictando sentencias, o por lo menos saber que se está reciclando, pasando por un túnel de lavado, obligada/o a dar un “repasico” de lo que significa su profesión. Como el carnet de conducir por puntos.

Se supo lo del juez Garzón, donde la mayoría de jueces de renombre apoltronados en las más altas instituciones judiciales nos mearon encima; una meada sonora, larga, abundante, caliente, y supimos que quedaba apartado por los santos cojones judiciales. Sabemos qué le ha pasado al juez Alba, una cosa bárbara lo que hizo este señor, de Oscar de cine. Pero no sabemos qué ha pasado con otros muchos y muchas después de errores, incompetencia, dejadez, interpretaciones delirantes de la letra y del espíritu de la ley: mala praxis.

Uno de ellos es el juez Escalonilla, Juan José. El mismo que archivó la causa en aquel caso del chat de policías que decían que ojalá Manuela Carmena hubiera estado presente cuando los asesinatos de Atocha. ¡Tracata! ¡Ta! No vio el hombre atisbo de delito alguno ni con gafas. Ahora, juez del caso NEURONA. ¡Premio! Y sus neuronas incluso reconocen en sus autos errores de bulto. ¿Y ha salido alguien a explicar algo? ¿Le han dado a firmar el finiquito? ¿Trabajos en beneficio de la comunidad?

Abanicándose el ojete durante largos años para ir una por una archivando causas contra Podemos y sus dirigentes. Como ocho o nueve o más.

Dicen por ahí que sólo tenía que abrir un correo electrónico para hacer unas comprobaciones e inmediatamente archivar la causa contra Monedero, que finalmente ha archivado. ¿Y esto de la UDEF? Como decimos en Cieza: “Total ná compadre, échame una UDEF con dos cubitos”. Y cobrando justamente todos los meses.

Este caso, como otros de igual calaña, abrió la fosa de la basura judicial. Políticos, periodistas y demás creadores de estados de opinión cogieron con sus manos su parte de mierda para llevársela a la boca y escupirla allá donde bien les pareciera. Cuca Gamarra, Cuqui, por ejemplo, vio los cielos asquerosamente abiertos y sin pensar lanzó merluzas como aviones por su boca ante la opinión pública para ensuciar a Podemos. ¡Dimisión!, gritaba que se le salían los ojos de sus cuencas. Sin esperar, en vivo y en directo, desde el primer segundo del primer día, lanzando cacarrutas con su dron mental de corto alcance. Ahora, archivada la causa, se ríe como quien ha tirado sin querer una tarta de cumpleaños. No ha dicho después ni mu. ¿No esto una sinvergonzonería ciñéndonos al caso concreto?

Bajando varios pisos, en el sótano judicial y social, aparecen, día a día, autos y sentencias, donde al juez o jueza se le olvida pedir un informe cualquiera, en su caso, un informe psiquiátrico, por ejemplo, y se da la paradoja de que impone una orden de alejamiento, aspecto que está muy bien como medida preventiva. Pero, ¡ay!, no ha previsto ninguna solución habitacional para la persona judicializada, sabiendo literalmente que esa persona se queda en la calle.

¡Qué sufra! ¡Que no hubiera hecho lo que ha hecho ni dicho lo que ha dicho! ¡Que lo pille un camión! ¡A la puta calle! (Coro humano siglo XXI).

En la calle, al raso, sin medicación, sin dinero, sin comida, sin agua, con todos los recursos sociales con una lista de espera para dormir que llega al Vaticano. Volverá a casa, y su madre seguirá asustada. Tuvo un brote psicótico. Una descompensación química. Amenazó también a la abuela, que no había visto una cosa igual pero ya se lo recelaba. La policía volverá a llevárselo. Entrará en prisión, allí se drogará, me dirá: “porque así se apagaban las voces”. Saldrá. Seguirá teniendo orden de alejamiento de su casa familiar. La madre lo admitirá al verlo mejor, aún en firme la orden de alejamiento ¿Dónde va a ir si está en la calle y más perdido que Carracuca? Pero tendrá más brotes. Pasarán diez años, nueve de cárcel. Uno en libertad condicional a condición de no delinquir. Irá a su centro de salud mental. Se adherirá a su medicación y sus citas, más puntual que un inglés. Esperará turno en un centro terapéutico. Tendrá su pensión no contributiva por discapacidad, conseguirá trabajo a media jornada, 1.000 euricos al mes entre una cosa y otra. Irá a dar charlas a colegios e institutos, junto con su madre y abuela, que llorarán siempre por tanto sufrimiento, con lo fácil que hubiera sido si alguien como ahora hubiera visto que allí había una persona doblemente enferma. Ahora bien, hace diez años, para la cena de ese día de autos el juez cocinó lo que más le gusta a su familia: ¡Huevos rellenos!