Imagen publicada por el Museo del Esparto
La ‘consciencia perpetua’ de un pueblo que se sabía preso de la pobreza
Miriam Salinas Guirao
El hambre devora. En las regiones que dependen del fruto de la tierra, el hambre pesaba todavía más. En la Cieza del siglo XIX el hambre se podía asfixiar con la tierra libre.
La fuente de riqueza era la propiedad de la tierra, la aristocracia terrateniente se transformó en elite económica. Según la investigación de Francisco Javier Salmerón Giménez en Historia de Cieza Volumen IV, en 1839, aproximadamente, había en Cieza unas 1.440 familias. De ellas solo 212 podían participar en los procesos electorales. ¿Por qué? En esos momentos, para poder participar en las elecciones se debía acreditar un alto nivel de ingresos económicos. “Esto supuso el paso de una situación basada en la sangre a otra basada en el dinero”. “El acceso y control del poder local permitirá el control de los impuestos, la regulación del acceso a los pastos, la regulación de las mejoras o el control de las juntas periciales, evaluadores de la riqueza con un carácter fiscal. La oligarquía ciezana ocupará el Ayuntamiento de un modo directo y decidirá el modo de reproducir las condiciones en que había de desarrollarse la producción agraria” (‘El dominio de la vieja oligarquía’, en Historia de Cieza Volumen IV por Francisco Javier Salmerón Giménez).
El poder y la tierra
La tierra era la moneda del poder. Ni siquiera los impulsos revolucionarios de 1868 cambiaron la constante. Podía cambiar de manos, pero quien poseía la tierra se alejaba del hambre. Como sigue explicando Salmerón Giménez, la sociedad murciana de finales del siglo XIX se encontraba dominada por “una nueva oligarquía compuesta por los grandes propietarios de la tierra y formada tanto por familias nobles, que han heredado grandes extensiones de las mismas y que pertenecen a la que podemos denominar como vieja oligarquía, como por familias de agricultores o comerciantes enriquecidos en los últimos siglos y que han conseguido el acceso a su domino efectivo con los procesos desamortizadores y con la ocupación de terrenos comunales”.
A mediados de siglo, más tramas entran en el juego. Durante el primer tercio del siglo XIX los labradores eran quienes principalmente consumían el esparto para tareas agrícolas: arrancaban la planta silvestre y la preparaban para su uso. “El Ayuntamiento pronto encontró que podía ser un medio de aumentar su presupuesto al comprobar la cantidad de vecinos de otros municipios que aparecían en los montes cortándolo libremente, y exigió a los forasteros 16 maravedíes por carga que extrajeran de los montes comunales, con lo que llegó a recaudar anualmente unos 120 reales” (‘Transformación del paisaje agrario ciezano entre 1808 y 1874: crisis, ampliación de las tierras de regadío y desarrollo espartero’ de Francisco Javier Salmerón Giménez). Los ciezanos pudieron seguir accediendo a la planta libremente.
El valor del esparto
El Ayuntamiento, inmerso en los procesos de cambio de la economía, subastó el esparto recogido de los montes comunales en 1849 con el fin de cubrir los fondos municipales. Esto suponía el final de su libre utilización. La nueva situación se basaba en el arrendamiento al mejor postor aunque se reservaba una cantidad para que los ciezanos pudieran usar el esparto, hasta que en 1859 el Gobernador Civil prohibió extraer el monte bajo, lo que produjo “‘un clamoreo general de todos los vecinos’ que hizo temer al Ayuntamiento un verdadero conflicto social ya que, son sus propias palabras, ‘el apuro se ha extendido a una extensión considerable de infelices que a falta de trabajo en otra cosa se dedican con su familia al arranque de esparto” (ibídem). Para Joaquín Martínez Pino y Mª del Pilar Aroca (en ‘La memoria del esparto y su industria en Cieza (Murcia). Apuntes sobre la recuperación y puesta en valor de un Patrimonio Inmaterial, Industrial y Paisajístico’) los trabajadores abandonaban los cultivos de los terratenientes para recolectar esparto en los montes comunales. “Esta alteración del status quo acabó resolviéndose limitando el libre acceso a los comunales y subastando la explotación del terreno a individuos o empresas particulares, que utilizaron a esos mismos jornaleros como mano de obra barata”.
El esparto suponía un hueco sin hambre cuando las cosechas fallaban, las tempestades atoraban la localidad o las plagas asediaban los cultivos. Y la presión social frenó el intento, y el Ayuntamiento autorizó su extracción. A finales de los 50 la extracción ya superaba los 17.000 quintales de esparto. Durante los primeros años de 1860 se comienza a apreciar la reducción del ‘monte libre’ en beneficio de las subastas, lo que ocasionó un motín popular en abril de 1869, “en que multitud de jornaleros se concentraron en la casa del alcalde pidiendo la nulidad de las subastas de esparto y exigiendo la libertad de poder arrancarlo en los montes comunales” (‘Transformación del paisaje agrario ciezano entre 1808 y 1874: crisis, ampliación de las tierras de regadío y desarrollo espartero’ de Francisco Javier Salmerón Giménez). En el ideario colectivo los montes habían supuesto un refugio del hambre durante mucho tiempo y la concepción de la nueva idea de mercado trastocaba los límites de un grupo castigado.
Los esparteros
Las imposiciones provocaron que adentrarse al monte a por esparto fuera una tarea castigada. En cuadrillas y con nocturnidad se adentraban a por la atocha.
Lo que el trabajador obtenía del esparto era un producto de cambio, un método de subsistencia. “La centralización e intervención administrativa que la formación del Estado liberal impuso significó la desaparición, a partir de 1855, de terrenos que se consideraban de propios mediante la “descomunalización” de estos. Este proceso fue relativamente importante en Cieza, donde se recaudaron por la venta de montes comunales en 1878 más de trescientas mil pesetas. Pero no se llegó a las proporciones de otros lugares debido a la apelación que se realizó a la figura de Antonio Cánovas para que consiguiera ‘exceptuar’ el máximo de terreno posible del mismo, en un contexto en el que Murcia se constituye como una de las regiones españolas en las que la proporción de montes comunales enajenados fue mayor” (‘Una sociedad dividida en torno a la propiedad de la tierra’ en Historia de Cieza Volumen IV por Francisco Javier Salmerón Giménez).
Los no propietarios: colonos, aparceros o arrendatarios eran los que trabajaban las tierras de otros a cambio de dinero o bienes. Los jornaleros, un tercio de la población, trabajaban en el campo o en la huerta cuando eran requeridos. La fuerza de trabajo suponía quebrar la barrera del hambre. La enfermedad, el fallecimiento, la viudez, la vejez… cualquier infortunio suponía la asunción de la pobreza. Según Salmerón Giménez existía una “consciencia perpetua” por parte de los trabajadores de que en cualquier momento podrían descender de la pobreza a la indigencia. A pesar de la frágil estabilidad para la mayor parte de la población, el trasiego permitió que Cieza comenzara a industrializarse en los 70 debido al aprovechamiento textil del esparto y con la apertura del ferrocarril.
El límite de la pobreza
Los jornaleros y sus familias vivían en la subsistencia: “Una familia de jornaleros, en la que sólo trabajara un miembro de la misma, sólo podría comer pan y apenas sería capaz de hacer otro gasto” (‘Cieza en 1898: control político, condiciones de vida y participación de la población en la guerra’, de Francisco Javier Salmerón Giménez).
La situación en el siglo XX no daría tregua. El esparto se terminó de imbricar con Cieza. Pascual ‘Solana’ relataba en ‘Espartania. Cuadernos de la cultura milenaria del esparto y su memoria obrera’ como con 12 años: “Cogía una mantica, un botijón… y a coger esparto… ¿Dormir? En una cueva, bajo una tosca…, cogía un puñado de esparto viejo y allí mismo…”. Pascual Montiel Piñera, ‘Solana’, nació en 1933. Fue ‘arrancaor’ de esparto desde su infancia, encargado de un coto privado y, posteriormente, guarda de los montes municipales. Comenzó con siete años a arrancar esparto. “A 30 céntimos el kilo he llegado yo a coger el esparto. Yo…, por los años aquellos, década de los 40, me quedé solo porque mi padre estaba en la cárcel”. Comía boniatos crudos, algarrobas, alguna naranja, higos secos…
La tierra con hambre marcó la historia social de Cieza. Un momento cosido con la argamasa silenciosa, los sudores de los siglos.