Hacia la cuarta ola, por Diego J. García Molina

Hacia la cuarta ola

Tenía pensado escribir este artículo hace unos días, solo que ya había enviado el anterior, tras ver en Murcia, un viernes, todas las terrazas llenas de gente joven compartiendo mesa y mantel a cara descubierta, es decir, sin la preceptiva mascarilla protectora; protectora del resto de comensales en caso de estar uno contagiado de covid-19. Si bien es cierto que en el exterior las mesas tienen suficiente separación entre sí, y en interior la ocupación es mínima, ¿qué sucede con las personas que ocupan la misma mesa? Están situadas a menos de medio metro de la de enfrente y apenas a un palmo de la contigua a izquierda y derecha. En una mesa de cuatro o seis personas con una de ellas infectada de coronavirus, ¿qué posibilidad hay de que se vayan todos enfermos a casa? Tienen todas las papeletas compradas. Con el agravante de que cuando vuelvan a sus respectivas casa contagiaran al resto de convivientes (es curioso la jerga que hemos incorporado a nuestro léxico durante esta pandemia que no termina de remitir).

¿Estoy proponiendo, entonces, una vez más, el cierre de bares y restaurantes? Pues la verdad que no. Incluso en fases anteriores abogué por buscar alguna fórmula que permitiera mantener abiertos estos negocios que a tantas familias da de comer, nunca mejor dicho, sobre todo evitando perder empleos de baja cualificación que pueden  afectar a personas de menor estabilidad económica. Para los españoles, es este un lugar especialmente destacado para la socialización, pero es que además, el alargamiento en el tiempo de esta crisis está provocando problemas psicológicos en muchas personas debido al aislamiento prolongado. La solución está en nosotros mismos. En artículos anteriores defendía nuestra libertad individual, no obstante, toda libertad implica responsabilidades asociadas, debemos tener especial cuidado con nuestra forma de actuar para limitar, en la medida de lo posible, la continua expansión de la pandemia.

Al igual que en el confinamiento y meses posteriores no estaba permitido que los no convivientes se desplazaran en el mismo vehículo, incluso portando mascarilla, en el caso que nos ocupa, mi opinión es que se debe permitir la apertura de estos locales, sin embargo, solo deben estar en la misma mesa personas convivientes o con alguna relación. Por ejemplo, si los domingos vas a comer a casa de tus padres, lo mismo da que lo hagas en un restaurante. Y en caso de no ser convivientes, debe ser obligatorio mantener la mascarilla puesta excepto el momento de llevar la comida o bebida a la boca. No es totalmente seguro pero al menos, en cierta medida, se minimiza el peligro de contagio. Y esta es una responsabilidad exclusivamente nuestra, la policía no puede estar vigilando a la ciudadanía o pidiendo el DNI a las personas que están tomando unas cañas. Muchos creerán que es complicado o no merece la pena salir así de bares; pues las otras opciones son no ir, o seguir contagiándonos y que muera gente al mismo tiempo que reducimos nuestra movilidad, se ralentiza la economía y un largo etcétera de consecuencias indeseables.

Con respecto a la responsabilidad, en ocasiones se ha querido poner el foco en los más jóvenes pero al final están siendo, en general, los más comprometidos con las normas establecidas y quienes más respetan las normas en comparación con los mayores. Hemos visto noticias de fiestas ilegales y casos por el estilo donde suelen aparecer personas de 25 o 30 años o incluso cuarentones. Por contra, es enternecedor ver a adolescentes en el recreo comiendo el bocadillo masticando con la mascarilla puesta. Aquí es donde entra también la presión social. Estuve observando unos minutos a las personas en las terrazas que indicaba al inicio del texto y me llamó la atención una chica que mantenía la mascarilla puesta, mas al poco tiempo, terminó quitándosela al ver que nadie la llevaba puesta. Debemos insistir en este tipo de actuaciones.

Mientras tanto, ¿qué hacen nuestros responsables políticos y supuestos modelos a imitar? Como siempre, siguen a lo suyo. Unos, como Ciudadanos, intentando no desaparecer recurriendo a  fórmulas que antes despreciaban, a la desesperada, además, con nefastos resultados; otros, como el PSOE, intentando pescar en río revuelto para acceder al poder donde no lo tienen, aunque sea pactando con tránsfugas de Vox, todo vale para ellos; otros, como el PP, adelantando elecciones para ampliar su poder autonómico, y de paso evitar la inminente traición de sus socios de gobierno; otros, como los nacionalistas catalanes, con sus enésimas elecciones en diez años, para obtener los mismos resultados; donde, por cierto, se da la paradoja de que el gobierno socialista apoyó y defendió la seguridad de su celebración, porque les interesaba, mientras que en las de Madrid insiste en que su convocatoria es una temeridad, precisamente usando los argumentos contrarios a los que utilizó en Cataluña. Juegan con nuestra salud en función de sus intereses de forma descarada. Todos.

Lo que echo en falta es que se dediquen a realizar el trabajo que de verdad se ha necesitado, y todavía se requiere para terminar con esta pandemia de la mejor forma y lo antes posible. Hemos tenido 18 formas distintas de actuación, tantas como autonomías más el gobierno. Algunos modelos, aunque sea por casualidad, han tenido que funcionar; y por lógica, el resto, han dado pésimos resultados. El problema es que no se ha realizado un análisis en condiciones de cada actuación, de los resultados obtenidos, no ha habido autocrítica, no vaya a ser que reste votos, no hemos tenido un comité de expertos de verdad como en otros países; por cierto, el que decían que teníamos al final tuvieron que reconocer que eran ellos mismos. La vacunación, ahí sigue, a su ritmo. El ministro de sanidad, ahora en la política autonómica, informó que en diciembre empezaban a vacunar y en verano estaría completado el plan de vacunación. Posteriormente aclararon que por verano, se referían al final del verano. La realidad es que en tres meses han puesto, según datos del ministerio, casi seis millones y medio de vacunas, pero con la dosis completa, al requerirse doble dosis, solo dos millones de españoles ha completado el ciclo de vacunación. Hagan cuentas ustedes. En definitiva, cuando no se aprende de los errores cometidos, lo normal es que vuelvan a suceder, es decir, vamos directos a la cuarta ola cuesta abajo y sin frenos.

 

 

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