Hablemos en serio, que la situación es seria, por José Antonio Vergara Parra

Hablemos en serio, que la situación es seria

Ando un tanto cínico; burlesco, a veces. Mas no se lleven una falsa impresión pues son sólo escudos para repeler, aún inútilmente, mi honda preocupación por cuanto acontece. La realidad es siempre cambiante y bien está que así sea, sobre todo cuando es para mejor. Tengo la indubitada sensación de que, en estos últimos años, las transformaciones son de calado y suceden a una velocidad de vértigo. No es extraño, por tanto, que nos pillen con el pié cambiado y arriadas las defensas.

En un corto espacio de tiempo, la economía española ha padecido dos graves crisis económicas; la del ladrillo y la de la championlí. La otrora incontrovertida monarquía parlamentaria pasa por severos apuros, los embates nacionalistas tienen sus espadas en todo lo alto, la atomización parlamentaria dificulta la gobernabilidad del país y el grado de crispación política y social crece por momentos. Estas evidencias, junto a otras que he callado, no han emergido en nuestras vidas por arte de birlibirloque sino por motivos muy reconocibles que la propaganda, en la peor de sus acepciones, intenta ocultar.

Tras la fragmentación política, con sus consabidos efectos secundarios, se esconde la recurrente corrupción política de los dos grandes partidos nacionales que, durante estas últimas décadas, se han alternado en el poder y la sisa. Para ser justos, CIU, cuya historia de latrocinio ha resistido al cambio de siglas, también es responsable de la desconfianza popular en la clase política tradicional y en la búsqueda desesperada de nuevas propuestas.  La monarquía parlamentaria, que no aguantaría un sólo asalto intelectual y democrático a la república, ha encontrado en la vida y andanzas del Emérito su más lesivo talón de Aquiles. Las ansiadas y legítimas emancipaciones vasca y catalana llevan tiempo entre nosotros, si bien hoy se escuchan con mayor nitidez y contundencia. Las recesiones económicas, que son cíclicas y tienen en parte motivaciones trasnacionales, son el resultado de políticas internas equivocadas. Por ser lego en la materia siempre me decanté por la microeconomía; más real y comprensible, más a mano para profanos. Todavía estoy esperando a que alguien me explique los beneficios de la moneda comunitaria en las economías de andar por casa. Los salarios se congelaron o subieron lo que el IPC, mientras los precios aumentaron de forma exponencial. El poder adquisitivo de las familias sufrió un evidente quebranto que sólo el endeudamiento podría suavizar. En sus antípodas, algunos salarios crecieron como la espuma para, llegados a la orilla, desvanecerse cuán espejismos de yermos arenales.  En efecto, mientras la economía galopaba a lomos de un corcel codicioso y desbocado, los españoles se endeudaron hasta límites irracionales. Y cuando millones de salarios se perdieron, nos dijeron que las propiedades ya no valían lo que costaron con lo que las deudas subsistieron mientras los patrimonios diezmaron. Burbuja inmobiliaria, lo llamaron. Enésimo eufemismo de una monumental farsa urdida por especuladores, que no gobernantes, donde ganaron y perdieron los de siempre.

Una moneda única, donde la fiscalidad y política económica son dispares, se me antoja de una insensatez de difícil lectura aunque, pensándolo bien, tampoco importa demasiado. Tiempo ha que el oro dejó de respaldar al papel-moneda con lo que el valor nominal de éste es mera conjetura, al albur de maniobras estraperlistas o hitos inesperados. Imprimir, distribuir o usar a sabiendas dinero falso es peccatum mortale. Pero editar numerario a mansalva, desde la rotativa oficial y sin una contrapartida reconocible y real, en tanto escasamente virtuoso, merece penitencia  y sincera compunción.

Les diré algo que toda ama de casa sabe a pie juntillas. Y digo bien al decir amas y no amos, pues las primeras siempre manejaron mejor la hacienda doméstica.  Señoras que de un duro hacían dos, guardando la plusvalía bajo el colchón. No gastaban lo que no tenían ni vivían por encima de sus respectivas posibilidades. Cualquiera de ellas sería una estupenda ministra de economía y arreglaría las cuentas públicas en menos de lo que el Creador tardó en barruntar el universo.

Un ama de casa sabía decir no cuando no podía ser ycuando todas las contingencias estaban previstas. Administraba los primeros sueldos de los mozos: una pequeña parte para gastos, otra para el sostenimiento del hogar y el grueso lo guardaba para futuras necesidades del hijo mutualista. La señora no buscaba popularidad ni palmaditas en la espalda. Ejercía su responsabilidad con firmeza; también con dolor pero sabía que el fruto final disiparía pretéritas divergencias. No se presentaban a las elecciones peros sus mandatos de amor y responsabilidad quedaban grabados para la eternidad en los corazones de sus hijos.

Naturalmente no espero tanto del Estado ni de los políticos pero estaría bien que nuestra democracia, holgadamente cuadragenaria, madurara de una puñetera vez.

No más mentiras piadosas ni silencios culpables. Sean serios; digan la verdad aunque duela. Adopten las medidas necesarias para que la gangrena no acabe en óbito. Prioricen y sean sobrios, espartanos y hasta avaros, como si el dinero fuera propio. No les pediré que emulen a aquellas santas amas de casa, que postergaban una y mil veces sus particulares caprichos y deseos. Ganen un sueldo digno, acorde con la responsabilidad asumida. Reciban los honores que merecen en tanto legítimos representantes del pueblo. Pero, por el amor de Dios, no roben; no cobren comisiones ética y jurídicamente detestables. No gasten más de lo que ingresan y no  prometan lo que no podrán cumplir. No se insulten. Respeten al adversario y jamás mancillen dignidades ajenas. No griten. La razón y los aullidos deberían ser como el agua y el aceite; indisolubles.

Olvídense de las encuestas y sondeos. Si hacen bien las cosas, si se esfuerzan de veras, si son honestos y razonables, los resultados vendrán solos. Y si a pesar de todo, el reconocimiento se ausenta, tendrán paz por el deber cumplido pues no hay veredicto más determinante que el de la propia conciencia.

No hagan de la política su única profesión pues, en tal caso, perderán su libertad para convertirse en meros escribanos de lo que otros dicten.

Si es usted político, me honra con la lectura de esta columna y mis palabras les suscitan hilaridad, usted es parte del problema. Porque o no ha entendido nada o aún entendiéndolo, ríe jactanciosamente. Usted y todos los que son como usted son como un cáncer a extirpar con cuantos medios quirúrgicos y terapéuticos sean menester.

Mi admirado Anguita dejó dicho: «Pedir más democracia dentro del capitalismo es como pedirle a un tigre que se haga vegetariano».

Entendiendo que el capitalismo es el menos malo de los sistemas económicos y la democracia la peor de las opciones, a excepción de todas las demás, me conformaría con que la mano oculta de Adam Smith recuperase su corporeidad y que la razón, la honradez, el ejemplo, la dignidad y la república regresasen al Ágora. Recuperada la voz por el pueblo, píntese la enseña como plazcan y, si así lo avienen, adóptese Paquito el Chocolatero como tedeum nacional. Como dijo Unamuno, la patria de un cristiano no es de este mundo y no pienso discutir con mis hermanos sobre formalidades tras las que, por lo común, se esconden los verdaderos traidores.

 

 

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