El silencio de los corderos, por José Antonio Vergara Parra

El silencio de los corderos

Siempre he mostrado mi pasión por los trasuntos de la polis. Comprendo a quienes, hastiados, se desentienden de la política mas, lo quieran o no, ésta jamás se desentenderá de ellos; ni de nosotros. En una proporción considerable, nuestras vidas penden de sus decisiones y preceptos. No he vivido demasiado pero sí lo suficiente como para afirmar que la estirpe política no es más que un fiel reflejo de la sociedad; al menos, de la sociedad vociferante y que, en consecuencia, las culpas alcanzan a todos. Afirmo, de igual modo, que hay un hermoso rebaño de corderos silentes y laboriosos, cumplidores y mansos, que presenta preocupantes señales de desesperación. Recentales que siempre acataron las indicaciones de rabadanes y la protección de los mastines, pero son demasiados los carneros precipitados al vacío y los que quedan apenas tienen fuerzas para resistir tan infernal trashumancia.

En estos cruciales momentos de nuestra Historia el partido se juega en la capitalina Carrera de San Jerónimo; al menos en parte, pues la llamada globalización o la agenda enésima o el nuevo orden mundial, amenazan con engullirlo todo. Nuestra transición y democracia, ya talludita, apenas han conocido momentos de esplendor: la hermosísima mudanza adolfiana de una dictadura a la democracia y las primeras legislaturas de los señores González y Aznar. Ha habido, también, gestos bellísimos como la fortaleza de Gutiérrez Mellado frente a Tejero y el clamor de la España de Bien ante el secuestro y condena a muerte de Miguel Ángel Blanco. Extramuros, y sin retroceder demasiado en el tiempo, el mundo ha conocido momentos para la esperanza. El Mayo Francés, le Revolución de los Claveles, las presidencias de Pepe Múgica y Nelson Mandela o la caída del Muro de Berlín, por reseñar unos pocos aunque estimulantes ejemplos.

La democracia que no es sustantiva no es democracia. Llámenla de otra manera; patraña, farsa, sainete o entremés pero no lo llamen democracia. La liturgia estará bien en la medida que sirva al fin primordial de la prédica pero cuando aquella se torna en artificio o en maniobra de distracción, entonces casi mejor  prescindir de ella. La voluntad del pueblo, explicitada en las urnas, acostumbra a ser prostituida. La Justicia dejó de ser independiente y, por ende, creíble, por gentileza de la obscena Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial; ofensa que ningún gobierno de los sucedidos en estos últimos treinta y seis años ha tenido la decencia y voluntad de reparar. A ver si enteran. La cuestión no es la demora en el nuevo reparto de togas con puñetas sino la procaz permanencia de semejante mercadeo. La prensa no es todo lo libre que debiera pues los intereses crematísticos y el fundamentalismo ideológico gozan de tal fortaleza que la verdad se ha convertido en un poliedro de plastilina. Luego están las fobias y fibias de unos y de otros, por las que la máquina de escribir dejó de ser un ariete democrático para tornarse en una herramienta al dictado. Este medio, que gentilmente cede un hueco a mis lamentos y desahogos, es una de esas extravagantes excepciones donde la libertad de expresión y la búsqueda de la verdad priman sobre cualquier otra consideración. Doy fe. Y doy gracias por su hospitalidad.

Nuestro país tiene cabezas muy capaces y perfectamente amuebladas, de todo color y condición y con sus vidas bien resueltas pero no las verán liderando los partidos. Podrían ser nuestra solución pero también una peligrosa incógnita para las manos que mecen la cuna. En los despachos con vistas quieren líderes o lideresas predecibles y dóciles; gentes para quienes el poder y el dinero lo sean todo. La ética y la democracia son bagatelas de ilusos e incautos como un servidor que alguna vez, incluso dos, aceptó pulpo como animal de compañía.

Los partidos políticos ya no son instrumentos al servicio de la democracia sino sociedades mercantiles donde los intereses de sus accionistas conforman su objeto social. Dura afirmación la mía pero más duro es el día a día de quienes padecemos sus ocurrencias y estruendosos silencios. Hará unos veinticinco o treinta años, los recibos de luz, el precio de los carburantes o el impuesto sobre bienes inmuebles, verbigracia, eran perfectamente asumibles por una economía doméstica media. Hoy las cosas son muy distintas pues dichos recibos representan verdaderos quebrantos para las cuentas familiares. La clase política lleva demasiado tiempo de perfil, en posición egipcia, ante empresas sin escrúpulos donde el máximo beneficio desdibuja cualquiera otro fin. Donde antaño había suficientes, formadas y reconocidas plantillas de trabajadores, hoy abundan subcontratas y subcontratas de las contratas, depauperando las condiciones de sus empleados y permitiendo la pérdida de recursos en detrimento de la excelencia y el trabajo bien hecho. Si Don José María de Oriol Urquijo levantase hoy la cabeza y comprobase en qué se ha convertido lo que otrora fue Hidroeléctrica Española, fenecería ipso facto de la impresión.

¿Recuerdan el impuesto al sol? ¿Por qué no una exacción fiscal al agua de la lluvia almacenada en los aljibes? ¿O una tasa por el viento que mueve las aspas de un molino harinero? El impuesto al sol fue mucho más que una broma macabra; acaso la metáfora definitiva sobre la certeza de mis reflexiones. Recuerdo el testimonio del Ministro Soria que, despechado por la traición calculada de los suyos, dejó dicho: “Las eléctricas venían al Ministerio con los Reales Decretos ya redactados”. De haber sido España una democracia real, las gravísimas revelaciones del Ministro habrían hecho saltar por los aires al gobierno y la Fiscalía General del Estado habría ordenado una investigación hasta sus últimas consecuencias. Mas aquella entrevista del Sr. Soria pasó inadvertida pues al fin y al cabo la verdad se cuenta u oculta, minimiza o amplifica a criterio de los anunciantes más distinguidos. Sepan ustedes que las fiestas y las estratosféricas retribuciones de los gerifaltes de las más importantes empresas energéticas las pagan ustedes y yo; con nuestro silencio y cobarde complicidad. Financiamos, también, las orondas posaderas de ex políticos secuaces que, por haber sido buenos chicos, han sido premiados con vocalías donde tienen mucho que cobrar y poco o nada que decir.

Recuerden las millonarias compensaciones a constructoras y gestoras de autopistas a la postre ruinosas donde, a tenor de estipulaciones contractuales definitiva y sospechosamente lesivas para el interés general, la ventura, si la hubiere, para ellas y el riesgo, en su caso, para el pueblo. Me dicen Juan, mi charcutero, y Paco, mi peluquero, que quieren una de esas subvenciones que dan al cine o a aerolíneas fantasma. Que llevan un trimestre muy malo y apenas ganan para pipas. Me dice Antonio, mi panadero, que él también quiere viajar por cuatro perras con el inserso, junto a jubiletas que cobran la pensión máxima y tienen bienes raíces para hartarse. Y coinciden los tres, Juan, Paco y Antonio, al querer para si una de esas jubilaciones que favorece el Reglamento del Congreso para sus ilustrísimas señorías aunque en sus  vidas hayan dado palo al agua.

Juan, Paco y Antonio; no tengo buenas noticias. Sois, somos, unos pringaos y si el fisco nos pilla como al Demérito, ningún salvarey sin fronteras vendrá en nuestro auxilio. Las deudas y los embargos nos seguirán hasta el fin de los días. Cada Nochebuena se colaba en nuestros hogares para embriagarnos de orgullo y satisfacción mientras, que con insultante cinismo, nos recordaba que todos somos iguales ante la Ley y que  la salud moral de una sociedad se define por el nivel del comportamiento ético de cada uno de sus ciudadanos, empezando por sus dirigentes, ya que todos somos corresponsables del devenir colectivo. Hay que tener cuajo.

Lo cierto, Majestad, es que le estaré eternamente agradecido pues nadie ha hecho más por mi sobrevenido republicanismo que usted.

Entre ayuntamientos, cabildos, concejos, diputaciones provinciales y forales, parlamentos autonómicos y central, consejo y parlamento europeo, observatorios  e interminables tinglados creados ad hoc para sesteo de elefantes, apenas queda gente para recoger la fruta del estío. Gracias a nuestros hermanos sudamericanos y vecinos marroquíes que, huyendo de tiranías y escaseces, hacen el trabajo que los patriotas de pacotilla no queremos hacer. Aquí todos se apropian de la España que madruga y se arruga mas no he visto surcos en el rostro ni exhaustas miradas en ninguno de tan solemnes impostores.

Estamos obligados a controlar  nuestras fronteras pero no hemos de perder de vista otras formas de invasión más sutiles y no menos perniciosas: la entrada de capital extranjero en nuestras empresas estratégicas pues la soberanía, como la libertad, no puede quedar en manos de capitales sin alma. La pobreza y la desesperación de nuestros semejantes nos suscita compasión y miedo, pero más miedo habríamos de tenerle al dinero sucio e insaciable.

Harían bien en prestar atención a los corderos pues, colmada su paciencia, la tierra podría temblar bajo los pies. Quedan advertidos.

 

 

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