El gran capullazo, por Pep Marín

El gran capullazo

De un tiempo a esta parte de la vida en curso, eso de mantener el foco de atención e implicación en una sola cosa sin que te empiece a picar el culo, y busques como un adicto/a otro quehacer para, simplemente, aburrirte en menos que canta un gallo, y buscar otro, y otro, y otro menester; y como colofón, comerte dos melones de agua y acostarte saturado/a, apesadumbrado/a, desangelado y con una panza que te llega a lámpara del techo, mas con un mosquerío de nervios revoloteando ante tu mirada obstinada que mira sin mirar al frente sin saber qué dibujar en la blanca pared, un deseo de presente que dure al menos dos horas, parece una quimera.

Las cosas se pueden complicar aún más si se mantiene mucho tiempo en ti esta situación incomodidad existencial. Hasta es plausible que atravieses toda una neurosis que parece que tenga la extensión de un desierto como el del Sáhara y, extenuado, te pique un bichito que te haga creer en un oasis que sólo existe en ti, como esa cámara que te vigila permanentemente, o esa nube que se dirige a ti y te advertirte en tu fondo de armario de que algo pasa, y no es la ser; que en lo que observas hay mandanga, mamandurria y corrupción.

¿Se puede convertir una neurosis en una psicosis? Dejaremos la respuesta a esa pregunta a expertos y expertas en la materia. Por si las moscas, no seré yo quien contradiga a mi amigo Feliponcio.

Feliponcio mantiene el foco de atención todos los días, por mucho tiempo, en una única actividad: vigilancia. Qué envidia, el aquí y el ahora, el presente, la primavera, la luz y el olor a jazmín sentados en un banco del parque del queso. Vigila, en este caso, al hombre que viene con la moto amarilla; y con el casco y ropa de empresa, sobres en la mano. Todos los días deja la moto aparcada y emprende camino por la acera llamando a las casas y dando sobres.

“Sobresueldos”, me dice. Y Feliponcio hace así con los brazos y las manos como si tocara un violín: “Lo voy a denunciar”.

“¿No tocarás en la orquesta de jóvenes de la Región Morcilla?”, es lo único que alcanzo a decir.

Invertir algunos ahorros en un abogado/a que te escriba una denuncia en un lenguaje técnico, no tiene contrapeso con la obstinación, con elevar velas y salir a la mar, a la lucha vikinga; con la creencia de que has sido elegido para la muy ardua tarea de la salvación mundial, algo parecido a José María Aznar.

Denuncia realizada, denuncia admitida a trámite. El juez, que si pudiéramos convertir las horas de estudio y dedicación en kilómetros, podríamos dar tres veces la vuelta al mundo, se remanga la camisa y se da unos golpes en el pecho porque ve que el asunto le puede dar la notoriedad necesaria para llegar al Gran Consejo.

Posteriormente, como ese cazador que sale de madrugada cuchillo entre los dientes, pero sentado en una silla de cuero con orejeras como en las películas del Padrino, pide a un selecto grupo policial que salgan a buscar indicios, pistas y pruebas; lo que sea, monedas de cinco duros de las antiguas.

Mientras tanto, los medios de comunicación, como buitres hambrientos, se han hecho eco de las operaciones judiciales. Carne fresca. Carne popular. Cerebros destruidos. Editoriales de corta y pega, palabrería sin contrastar, propia del siglo XXI.  Muchos consideran al cartero el grandísimo hombre paja. No un hombre de paja cualquiera, sino el primer gran hombre de paja del mundo mundial. El juez lo tiene claro, hay que imputar. Se lo dice muchas veces en el espejo mientras consigue quitarse los pelos de nariz con unas pinzas de depilación y le cae una lágrima. ¡Hay que imputar, ostias! E imputa a los todos altos cargos de correos de la delegación territorial de la Región de Morcilla.

Ahogados por un tsunami de poca vergüenza, insultados y apaleados de forma figurada por todos aquellos que gozan de impunidad desde los años del gran capullazo, dimiten todos/as y cada uno/a de los imputados. Hay costillas rotas de los codazos entre inocentes. Caretas de cartón que imitan a Marilyn Monroe para no ser identificados a la entrada de los juzgados.

Y pasan años de investigación y no aparece ni un billete de 100 pesetas; ni una entrada de cine de cuando hacían sesión doble y repetían luego la primera película.

Finalmente, NO HAY CASO. Los sobres contenían facturas de luz; facturas de agua; citas para la alergia; citas para cribado de heces para tema del colon; hacienda; y alguna que otra revista publicitaria para eliminar michelines con espiriluna. El juez, ahora, no encuentra indicio alguno de delito. Ni uno.

Como si en las facultades de Derecho se aprendiera a investigar la nada.

La carcajada del poder judicial y los amiguitos y amiguitas del juego de las querellas y denuncias, ante el caso de Mónica Oltra, tiene la impronta del Marqués de Sade.