La Opinión de Antonio Balsalobre

Domingo 14 de abril

Paco empezó a trabajar con 14 años en la construcción del Pantano del Quípar y del Salto de Almadenes. Su familia vivía cerca, en la Veredilla. Tras su inauguración en 1925, fue contratado como empleado y se instaló con su mujer e hijos en la Presa de la Mulata. El 12 de abril de 1931 obtuvo permiso para desplazarse al pueblo a votar en las elecciones municipales. Votó, como el resto de su familia, a la candidatura socialista encabezada por José Ríos Gil, impresor y director del periódico Libertad. Esperó expectante con sus hermanos y algunos compañeros los resultados que no llegaron a Cieza hasta bien entrada la noche del día siguiente. A lo largo de la jornada, se propagó la noticia, luego confirmada, de que los socialistas junto a los republicanos procedentes de las clases medias liberales habían obtenido holgadas mayorías en las principales ciudades. Los monárquicos, por su parte, solo habían conseguido imponerse en las zonas rurales donde el poder de los caciques seguía intacto. Al día siguiente celebró la proclamación de la república, participando en la manifestación pacífica y popular encabezada por don José Templado, que presidiría la nueva corporación. Fue un día de júbilo. Para las clases trabajadoras, un sueño de esperanza, de democracia, justicia y libertad. Un anhelo truncado, fatídicamente, años después por el advenimiento del fascismo en Europa, la dictadura y la represión. El pasado domingo, 14 de abril, cuando se cumplían 93 años de aquella proclamación, tuve un recuerdo para el abuelo.

Tan lejos y tan cerca

Hice la mili en el País Vasco, pero de aquello hace ya tanto tiempo que parece pertenecer a otra época y a otro país. Guardo, sin embargo, de aquel principio de los 80 y de aquellas tierras algunos recuerdos todavía vivos. Paisajes verdes, valles estrechos y profundos que albergaban industrias por doquier, tabernas animadas… También atentados terroristas casi semanales, barricadas en las calles, tensiones en los cuarteles, y una juventud que se deslizaba por el camino de la heroína con mayor arrebato que en el resto de España. Y ya entonces, un territorio donde se vivía bien. Con una renta per cápita superior a la media y una tasa de paro del 6,3% (la media en España es del 11,76%), dicen las estadísticas que la prosperidad se sigue extendiendo allí por todos los ámbitos. ¿Es por el espíritu emprendedor de los vascos? ¿Por el sistema de cupo? ¿Por ambas cosas? En puertas de las elecciones autonómicas, la disputa por la primera plaza se presenta más reñida que nunca entre PNV y EH Bildu. PSOE y PP ocuparán respectivamente el tercer y cuarto puesto. Yo me acuerdo de cuando por las tardes me cambiaba el uniforme de recluta por ropa de paisano en el aseo de un bar de la calle Zapatería antes de salir a tomar cañas, mientras se celebraban los primeros e inciertos comicios vascos, y me sorprendo de que lo vivido pueda estar tan lejos y tan cerca a la vez.

Caracolas marinas

Los primeros versos que leímos de Pilar López colgaban de las paredes de la biblioteca de D. Mariano Camacho. Eran versos sueltos, escritos a mano. Versos escogidos para una época incierta de lucha y esperanza de finales de la dictadura. Por entonces fuimos conociendo retazos de su vida. Poeta, matrona, madre soltera, conductora de una Vespa con side-car y luego de un Topolino, Pilar fue en los oscuros años cuarenta y cincuenta del siglo pasado emblema de la modernidad en Cieza, “su destino imposible”. También nos llegaron ecos de su insobornable reivindicación de mujer joven y libre, de sus relaciones con poetas en Madrid, los garcilasistas-con José García Nieto, Premio Cervantes, a la cabeza-,  de sus desengaños amorosos, de su defensa de los marginados -¡cuántas veces no había subido a los casones o bajado a las cuestas a atender a mujeres parturientas pobres-, de su fe religiosa impregnada de izquierdismo… Arrebatadamente desnuda, con vocación de pureza, su poesía que habla de amor, desamor, huidas, soledad o injusticas nos sigue conmoviendo. El jueves pasado, en el homenaje que le rindió La Sierpe y el Laúd, recordé este poema suyo que sigue colgando de la pared de mi estudio: ¿Tú qué hacías? / Yo buscaba caracolas / ¿No me oías? Yo buscaba caracolas / ¿Me querías…? / Yo buscaba caracolas. Al tiempo que me propuse encarecidamente no dejar nunca que pase de largo su poesía mientras busco caracolas en el mar.