Dolor y consternación
El domingo, a eso de las seis de la mañana, empezó a teñirse el cielo de Murcia de negro. A ponerse de luto. Había trascurrido la noche entre risas y copas, en un laberinto de pasillos y reservados, de pistas de bailes, barras de bar y decorado de cartón piedra. Pero al amanecer se encendieron todas las alarmas. Un llamado teatro y una supuesta fonda se consumían en un infierno de llamas voraces. Se desató el miedo. Hubo un estruendoso movimiento de pánico hacia la calle. Caras aterradas, gritos de angustia. Poco después colapsó la estructura y se derrumbaron los techos. A eso de las siete, como diría Ángel González, corrió la noticia -el fuego se había cobrado la vida de trece personas- y la tristeza invadió los corazones. Durante todo el día hubo llantos, dolor y consternación. Familias rotas. Amantes separados, amigos perdidos para siempre. Gente llorando y gritando, otros sumiéndose en el silencio de su dolor. Llegan noticias, días después, de que la desidia, o como quiera que eso se llame, había dejado sin cumplir la orden de cierre que pesaba desde enero de 2022 sobre las discotecas siniestradas. Leo un titular que lo resume todo muy bien: “Demasiados responsables en busca de un culpable”.
Hacerlo bien
Agotadas las semanas baldías de Feijoo, se acerca el momento de la verdad. Ya tiene su dulce derrota el gallego. Ya está entronado como jefe de la oposición. Un dulce premio de consolación, sin duda. Lo cierto es que desde que se conjuró para intentar una investidura condenada al fracaso, hasta que ese fracaso se ha consumado, ha flotado en el aire de la política española la sensación bastante compartida de haber malgastado un tiempo útil. De haber tirado al cubo de la basura de la historia días infructuosos. Debieron de sentir algo parecido los europeos que se acostaron un 4 de octubre de 1582 y se levantaron un 15 de ese mismo mes y año. El día elegido por el Papa Gregorio XIII para cambiar de calendario y poner en marcha el que llevaría su nombre. A Santa Teresa le pilló de lleno. Murió el 4 de octubre y la enterraron el 15, que en verdad fue el día siguiente. Llega el momento ahora de pasar, no sé si de un calendario a otro, pero sí de un tiempo a otro. Al tiempo de las negociaciones y las cesiones mutuas para superar la división y profundizar en la convivencia. Al tiempo del acuerdo, siempre dentro del marco constitucional, claro está, como no podría ser de otro modo. Y habrá que hacerlo bien. Corremos el riesgo, de otro modo, de acostarnos en el otoño de 2023 y levantarnos en los años del blanco y negro.
Mal de corazón
Preguntado Hernán Cortés por la obsesión que mostraban los españoles por acumular oro, contestó: “Tenemos yo y mis compañeros mal de corazón, enfermedad que sana con ello”. Esa leyenda negra nos viene persiguiendo desde entonces, como si la codicia solo fuera un atributo ibérico. Curiosamente, la palabra “rico” no viene del latín ni del griego, como la inmensa mayoría de las que usamos, sino que tiene raíz germánica “rik” que significa “poderoso” y que acabó derivando en “adinerado”, como si las dos cosas fueran inseparables. Una riqueza y un poder, por cierto, que se acumulan cada vez más en menos manos y nos hacen más desiguales. Los magnates tecnológicos, las multinacionales, los avaros financieros, la industria petrolera, los especuladores inmobiliarios, los compradores de deuda a bajo precio, los comerciantes de armas son hoy en día, entre otros, los nuevos conquistadores desbocados. Y para desgracia nuestra, algo me dice que “el mal de corazón” de Cortés es una enfermedad que no se cura ni siquiera con “ello”.