Libros hablados
Me llama Juan José Avellán para decirme que “lo” ha recibido. Juan José es amigo, escritor e invidente (perdió la vista en un grave accidente). Lo que ha recibido es un libro. Para ser precisos, un audiolibro, o mejor aún, un “libro hablado”. Se lo ha enviado a petición suya la ONCE, de la que fue funcionario Jefe Administrativo. “Han tardado un año en realizar la grabación, pero aquí está”, me dice en el salón de su casa, mientras maneja a tientas con destreza un aparato electrónico que reproduce fielmente en voz alta lo escrito. El libro es mi novela histórica “Maryam de Siyasa” que él solicitó expresamente que le grabara el servicio especializado de la ONCE encargado de adaptar en Braille, relieve y audio digital, obras literarias y libros de todo tipo. Va saltando con entusiasmo de capítulo en capítulo, avanzando, retrocediendo, como si estuviera hojeando el libro. “Este servicio, me dice, es una maravilla. Disponemos de miles de libros hablados y no te imaginas cuánto me entretienen y me siguen enseñando”. A sus noventa años, Juan José escribe algo menos que antes pero sigue “leyendo” vorazmente, manteniendo intacta una vocación literaria que junto a su familia y amigos continúa iluminando sus días.
Denso humo
Además de una pipa humeante y una cierta bonhomía, el ficticio comisario Maigret y el televisivo José Luis Balbín (que nos acaba de dejar) siempre han compartido en mi imaginario un mismo método a la hora de adentrarse e indagar en los asuntos del mundo. Ambos sabían tomarse su tiempo y captar, como pocos, el pulso de los acontecimientos. Pero por encima de todo dominaban el arte de saber escuchar y profundizar, ya fuera, en el caso del primero, para abordar el esclarecimiento de un crimen, o en el del segundo cuando trataba de los temas más candentes de los primeros años de la Transición. En aquella España en plena construcción tras la larga noche de la dictadura franquista. Balbín llenó muchas de mis madrugadas de los sábados (a veces solo pillábamos el final del programa a altas horas, de regreso de la “movida”) debatiendo sobre el marxismo, el divorcio, la Iglesia, la OTAN, el Opus Dei, la homosexualidad, la droga, el aborto, la cultura, la democracia… como Maigret había llenado muchas de mis tardes “paseándome” por el lado más sórdido de la sociedad. Sin gritos, sin insultos, sin estridencias. Envueltos, eso sí, en ambos casos, en el denso humo de una sociedad siempre compleja.
Pluralidad
En la manifestación del domingo en Madrid bajo el lema “No a la OTAN. No a las guerras”, faltaba un tercer eslogan del que, en mi opinión, inexplicablemente se ha prescindido. El que debería haber aludido, sin contemplaciones, a la última guerra europea, de dramáticas consecuencias humanas y económicas para Europa (incluida Rusia) y el mundo. Un tercer lema que debería haber clamado por un rotundo “No al expansionismo de Putin. No a la invasión rusa de Ucrania”. Se habría reflejado mejor de este modo, a mi entender, la pluralidad social que dentro de la izquierda se manifiesta estos día contra la barbarie belicista. Obviando esta vertiente, los organizadores han expulsado de la convocatoria, me da la impresión que expresamente, a un sector importante del ámbito progresista que se postula contra la guerra en su sentido más amplio y probablemente menos partidista.
Puntualización
Cobrar 234.000 euros de comisión por venderle unas “cuantas” mascarillas a la Comunidad de Madrid, cuya presidenta era su hermana, y hacerlo además en lo más crudo de una pandemia que mataba a cientos de personas cada día, no parece que sea delito. Es el mercado, estúpido, me digo a mí mismo. Un mercado salvaje, depredador, nepotista, y todo cuanto se quiera añadir. Pero legal, y para algunos, incluso respetable. Queda por determinar, es verdad, si ha existido delito de malversación y fraude a los intereses financieros de la UE, cosa que está investigando la Fiscalía europea y sobre la cual anticorrupción no se ha pronunciado. De modo que puede colear todavía aquella acusación contra Ayuso que partió, conviene no olvidarlo, de Casado, su exjefe de filas. Digo que conviene no olvidarlo porque oyendo ahora a la presidenta madrileña y a sus partidarios en los medios podría parecer otra cosa.