Devaneos estivales
Hace caló, mucha caló y no estoy para seriedades que apenan y pesan lo suyo. Que la vida es muy seria como para tomársela en serio, y menos durante esta soporífera canícula. A Dios pongo por testigo que, de mediar posibles, andaría yo por Escocia; como muy cerca. Barruntando mi segundo libro entre sorbos que van y vienen de birras azabaches y templadas; del tiempo de allí, claro está. Viendo castillos. En el fresquito. Tan ricamente. Dejándome llover a calle descubierta, entornados los párpados y erguido el mentón. Echándome una colcha a media noche.
Votaría. Sí pero no por correo. De buena gana les haría llegar mi mensaje en una botella pero mi colegio electoral carece de puerto. Y siendo, pues, de secano mi liceo electoral a la paloma mensajera habré de llamar. Les advierto que mi voto sería nulo pero definitivamente elocuente. Y libérrimo. De este tenor:
Sr/a/e Presidento/a/e de la mesa de la urna electoral, distrito 1, sección 7, mesa U:
Mi más sincera solidaridad y cercanía. Lamento que el Doctor Sánchez le haya jodido el día. Le habrán dado de comer y beber y recibirá algunos euritos por las molestias causadas. Supongo que a usted y a sus fieles escuderos les habrán arengado convenientemente. “Hoy, veintitrés de julio es un día grande para la democracia. Las urnas se han vuelto a desempolvar y usted, Sr. Presidente, es el pueblo mismo y, como tal, la autoridad suprema e imprescindible en su respectiva mesa electoral. Suerte”. O algo así le habrán largado.
Le han mentido. A usted y a los cientos de miles de españoles de buena voluntad que, tras insaculaciones plenarias y, en última instancia, por la soberbia e ínfulas de un presidente lamentable, se han visto privados del merecido descanso dominical. La democracia no ha sido invocada en realidad. Hoy sólo se dirime la supervivencia u óbito políticos de un presidente damnificado en pieles ajenas en las pasadas elecciones municipales y autonómicas. Podría haber puesto la piel propia a disposición del aparato. O podría haber dimitido, convocado elecciones y dejada entreabierta la cancela de la secretaría general del pesoe. Pero no. El doctorcito, con media España por encima de los cuarenta grados, ha convocado un plebiscito con la única y espuria finalidad de salvar su propia testa. Desde la convocatoria electoral, Sánchez ha cambiado su rol. No se dejen engañar pues es el de siempre sólo que transformado. Su verbo, meloso y apaciguado, embelesa y adormece como la melatonina. Las facciones de su rostro se han relajado hasta el punto de que sus músculos masetero y cigomático mayor apenas registran actividad alguna. Ni ríe ni sonríe y su mandíbula, proclive a la dislocación por las palizas dialécticas recibidas, apenas cimbrea.
A la extrema derecha le ha endiñado la derecha extrema mientras marca distancias con quienes estuvo muy cerquita; esto es, podemitas, comunistas, sediciosos blanqueados y demás traidores periféricos. Podría decirse que de entre las cenizas ha emergido un hombre nuevo, un socialdemócrata de pedigrí, un patriota renovado. Enternecedor si no fuera porque no es de fiar y desconoce el significado y alcance de la social– democracia y, por descontado, de la patria.
Irene Montero, a Dios gracias, nos dice adiós porque en SUMAR no quieren que aquella reste pero ande tranquila la marea lila pues, por tierras extremeñas, ha irrumpido una promesa violácea que andaba oculta en el Caballo de Troya pepero. María Guardiola representa muy bien a esos políticos del PP que, por serlo, hacen actos de contrición casi a diario. Tan fatigosa es la carga para algunos que se entregan al cilicio. Pobreticos ¡Cómo sufren! Ven líneas rojísimas, infranqueables por pecaminosas, por donde pisa VOX que, dicho sea de paso, no es más que al álter ego del mismísimo pepé.
Mas, al mismo tiempo, se licúan ante esos engendros legislativos de la izquierda donde ningunean la vida de un nasciturus pero elevan a los altares a todo bicho viviente. O aquellas otras en las que, desde misandrias no tratadas, se demoniza al hombre por el mero hecho de serlo. Toda violencia ejercida sobre un ser humano, con indiferencia del sexo, género y autopercepción de verdugos y mártires, es éticamente execrable y penalmente perseguible. Pero hay dos principios que de ninguna manera se pueden conculcar, salvo que queramos volver a la caverna de los tiempos: la presunción de inocencia que sólo la Justicia puede desbaratar y la no estigmatización del todo por una parte, a no ser que caigamos en la peligrosísima tentación de marcar a nuestros semejantes por razón del género, raza, credo, condición social u opinión. O aquellas en las que, desde la deshumanizante filosofía comunista, tratan de socavar la autoridad y soberanía del último baluarte por colonizar: la familia; en el sentido más extenso y hermoso del término.
El comunismo más ortodoxo y corrosivo, valga la redundancia, siempre tuvo esa compulsión; la de aislar al individuo de todo vínculo, afecto e influencia familiar o de análoga naturaleza que pudiera enervar las intenciones secularmente perniciosas de la camarilla comunista. El comunismo, para fermentar, necesita desolación y almas abandonadas a su suerte. El comunismo y la libertad maridan tan mal que cuando ésta es razonablemente plena, aquél suele ser despreciado. Derruido el Muro de Berlín por el empuje de alemanes orientales enjaulados, la izquierda más recalcitrante tuvo que reinventarse. La contribución del comunismo a la civilización ha sido calamitosa, espeluznante y profundamente inútil. Los comunistas de hoy, entre los que abundan señoritos acomplejados y otros venidos a menos, viven de cojones en la sociedad que dicen combatir y, para sobrevivir, han inventado nuevas cruzadas que sólo suscitan hilaridad, inutilidad, fragmentación y odio.
El desesperado adelanto electoral del Presidente del Gobierno está dando tardes de gloria. Al menos para quienes hemos perdido la inocencia y mantenemos una terapéutica equidistancia respecto de los principales actores políticos. La res pública tiene su importancia, mucha importancia, pero no más que la salud mental de quienes estoicamente aguantamos las tontás, falacias, disparates, amnesias y postureos de aquestos y esotros.
La mera y desapasionada observación de la realidad ofrece muchas pistas. Nada buenas, por cierto. El humor se hace urgente pues dulcifica un panorama poco alentador pero no yerren el tiro. Me refiero el humor fino e inteligente, salpicado de ciertas dosis de ironía cuando no de sarcasmo. El Verano Azul de Borja Semper sobre arena de atrezo, por ejemplo, pertenece al género bufo-esperpéntico y genera compasión antes que otra cosa.
Como puede comprobar, Sr. Presidente, el panorama es desolador y poco importa que mi voto sea nulo de toda nulidad. Pero usted merecía una explicación. Bastan unas pocas pinceladas para retratar la realidad de una España que se cae a pedazos. A este paso, el castellano quedará como lengua vehicular para gimnasia. Vascongadas y Cataluña (a quienes podrían unirse otros territorios), secularmente amamantadas con las ubres españolas (otrora rebosantes, hoy marchitas) acabarán haciendo las maletas ante la mirada triste de una España que insulta a su Historia y desprecia su futuro. España de togas amaestradas, eméritos desterrados y puigdemones fugados. ¡Ay! Europa. Tierra de paraísos fiscales y penales, colonias ancestrales, de genuflexiones y desmemorias que han desnaturalizado lo que una vez soñaron Konrad Adenauer, Jean Monnet, Winston Churchill, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinelli.
Europa, y España con ella, será cristiana o no será. Así fue soñada y así habrá de ser. O no será mientras el relativismo ético y moral y la superficialidad y la vacuidad más desoladores conviertan a Europa en un páramo inhabitable.
Sr. Presidente. Gracias por su tiempo y su sacrificio.
Levanto mi guinness y brindo por usted y por todos los españoles de buena voluntad que merecen otros vientos y otros prados.
Aspiro y suspiro por una España en la que todos, sin excepción, seamos iguales ante la Ley. Donde la unidad indivisible de la patria sea protegida cada día con cuantos instrumentos tengamos a nuestro alcance. Donde todos los españoles seamos iguales en derechos y obligaciones. Donde el Estado recupere poderes troncales (sanidad, justicia, educación e interior) que jamás debieron ser transferidos a los reinos de Taifas. Una España en la que la Justicia recupere de inmediato su total y radical independencia. Una España que premie el esfuerzo y auxilie al desvalido. Una España en la que el imperio de la Ley reine sobre todo y sobre todos y en la que la democracia renazca de la obscuridad a la que políticos con ínfulas de déspotas la han condenado. Una España sin complejos, orgullosa de su Historia y dueña de su futuro.
Tenga usted un merecido descanso y que sea lo que Dios quiera.