Depravados, según María Bernal

Depravados

Cuando mejor deberíamos estar gracias a la libertad que nos proporcionó la democracia y gracias a todos los derechos que hemos ido consiguiendo año tras año, somos seres indefensos en un Estado de bienestar social como es el nuestro. Cuando la tranquilidad debería ser nuestra compañera de viaje, es la indignación la que ocupa su lugar en este tren de la vida en el que vamos montados. Una indignación que se multiplica sin freno alguno, ante la degeneración que todos los días se da en este país.

Y es que no estamos rodeados de personas, sino que estamos acorralados por depravados y depravadas que son capaces de cometer las mayores atrocidades inimaginables con el fin de buscar su propia felicidad o con el objetivo de complacer sus asquerosos y nauseabundos pensamientos.

Hace unos días, un cerdo depredador secuestraba, abusaba sexualmente y asesinaba a un niño de ocho años en Lardero (La Rioja). Escribo estas líneas, y mi primer pensamiento es tenerlo delante y poder vengarme eludiendo las leyes y la pésima burocracia inservible que se pone de parte de los delincuentes y desampara a las víctimas. Es decir, ojo por ojo y diente por diente es el lema que pasa por nuestra mente cuando sucede una fechoría de esta calaña.

Está claro que las leyes no funcionan, y si no que se le pregunten a las miles de familias que lloran la pérdida de un ser querido mientras que el asesino de ellos campa a sus anchas después de cumplir una barata, sosegada y productiva condena, las que les concede hasta prestaciones. Nuestras leyes son demasiado permisivas. ¿En qué cabeza cabe la reinserción de un violador o de un asesino? ¿Son merecedores de la presunción de inocencia cuando se declaran autores confesos? Pongámonos en el lugar de esos padres y madres destrozados que no van a tener la oportunidad de volver a tener entre sus brazos a su hijo porque a un energúmeno se le ha antojado decidir por su vida. No, no hay derecho, mucho menos podemos pensar en humanidad o empatía para estos cobardes verdugos, valientes para acorralar a su presa, pero achantados si tuvieran que hacer frente al pueblo que no desea otra cosa más que su cabeza.

El homicida, porque para este ogro, que solo se merece ser torturado, me voy a saltar la palabra “presunto” estaba en libertad condicional un año y medio porque en 1998 agredió sexualmente a una joven y después la asesinó proponiéndole diecisiete puñaladas. Sin contar que antes de este macabro crimen ya pesaba sobre sus costillas otro delito sexual.

El pronóstico de reinserción social de los delincuentes sexuales es difícilmente favorable. Encima, este depravado ya había cometido un homicidio en 1998, pero la ley apuesta por el hecho de que estas personas tengan la oportunidad de mostrarle a la sociedad, que lo vio cometer un delito, que han conseguido cambiar.

Asistimos a una pura pantomima del ser humano que, frío y calculador, es capaz de manipular y diseñar el plan perfecto de ciudadano encauzado, cumpliendo los ejes de la reinserción. Quizás, esto valdría para traficantes, corruptos, personas que roban para comer y ese colectivo cuyo delito, a veces, es por necesidad y no por arrebatarle la vida a nadie. Ahora bien, ¿cómo puede amparar la ley en el artículo 138 del Código Penal la absurda e inadmisible condena de 10 a 15 años para los reos de homicidios? No merece la reinserción alguien que le quita la oportunidad de vivir a otra persona.

Pero claro, ahí están los Derechos Humanos, que como su nombre indica son de uso y disfrute solo para los humanos, y no para los muertos. Concretamente, es el artículo 10 el que defiende la presunción de inocencia. Mi acuerdo con él es más que evidente cuando se pretende inculpar a una persona inocente como ocurrió, por ejemplo, con el caso de Rocío Wanninkhof, uno de los peores errores que cometió la justicia de este país convencida por un jurado popular que llevó a la cárcel a una persona inocente. Ahí sí que merecía Dolores Vázquez la presunción de inocencia.

Estoy convencida de que si se formaran circos romanos en las plazas de las ciudades y soltaran a todos estos innombrables para que el pueblo, al estilo de los gladiadores, aplicara su propia legislación, tal vez se pensarían actuar de esta manera. Solo bastaría con un ejemplo para silenciar y amedrentar a estos depravados que les quitan la vida a tantas personas a cambio de un castigo ridículo que en lugar de anularlos los convierte, lamentablemente, en ciudadanos con esos derechos de los que no van a gozar las personas a las que han sepultado para siempre.

 

 

One thought on “Depravados, según María Bernal

  1. JOSE LUIS SALMERON

    Un artículo, un poco farragoso, pero muy acercado a la realidad de las personas de la calle que piensan que ante tales barbaridades criminales habría que llegar al «ojo por ojo y diente por diente».
    Como eso no es posible actualmente, lo mejor es que este tipo de criminales, después de un buen estudio psicopático, mueran en el sitio de donde nunca deberían haber salido, o sea… de la cárcel.

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