Campañas de recogida de alimentos, por Pep Marín

Campañas de recogida de alimentos

Cuando en determinados momentos del año se nos invita a participar en campañas de recogida de alimentos, y vamos a los supermercados con nuestros hijos e hijas, o solos y solas, o con tu primo Gustavo, o como te dé la real gana, y compramos para echar al cesto alimentos no perecederos, o perecederos pero de caducidad suficientemente importante para que aguante hasta más allá de los repartos; y estás allí en la caja y le dices a la persona que te cobra: Esto para mí y esto para la campaña, y no sé si esperas a que el cajero o la cajera te de un beso y te diga ante tu gran hazaña con tu sonrisa profident: Tienes un corazón más grande que la catedral de Burgos. Porque esto es como en otras muchas ocasiones donde se nos invita a ser solidarios, puede ser un escaparate ideal para que vean lo buenos y buenas que somos; ojo, que me he gastado 100 euros en espaguetis para los pobres, y mañana tengo a mi empleado trabajando en domingo y esas horas extras las va a cobrar en chapas de chorizo. ¡Miau!

Solo falta pedir a algún presente que te haga una foto al lado de la gran caja de cartón y con los voluntarios, porque te da cierto pudor el selfie, para que quede constancia de que eres un fijo de los que van a ir al cielo. Además, a tu niño o niña, que va con una caja de galletas más grande que ellos y ellas, le vas a decir que esto es para los pobres, y a la niña y al niño, con el gorrito rojo de invierno y el abrigo gris con brilli brilli, les va a dar un gustazo echar las galletas en la caja que luego se van a pensar dos veces ese día dar cuatro “patás” al perro, como siempre hace, no vaya a ser que ser rompa el hechizo solidario universal.

Otras personas irán a la invitación solidaria con una pinza en la nariz o con un pasamontañas y más tarde, en casa, autorealizarán un comunicado de prensa que no va a salir de los confines de su hogar: No es momento para realizar sesudos análisis políticos cuando alguien se desangra. Pero tampoco he dicho lo que quería decir en el súper. A ver si cojo fuerzas para el año que viene, que esto de hablar en público me tiene manía.

Y es que, aparte de limpiar tu conciencia con un gesto solidario, o hacer tu gesto como si estuvieras en una cadena de montaje de ciclomotores, o hacerlo como mecanismo de ligue de supermercado, en plan solidaridad igual a amante de cama que no falla (que bueno soy delante de la cajera que te gusta, y una visión placentera en la que ella te pone el condón con la boca). Nada más. Ni alimentos ni pobres. Yo.

Luego, con tiempo, de cara a próximas recogidas, se podría también explicar (bien explicado) porque ocurre este acontecimiento. Y dejar un buen número de hojas de firmas para que desde la política se cumpla con lo pactado en los tratados ratificados por el Estado español; para que desde los órganos de gobiernos de los países se cumplan con estos tratados internacionales, o más bien se desarrolle internamente lo que se firma. No vale de nada ir a Colombia y firmar un tratado sobre el derecho a la cantidad mínima de calorías por persona, el acceso a agua potable y hacer turismo por allí y luego llegar a España y olvidarte del asunto.

“Hasta el momento no se ha producido un reconocimiento constitucional ni se ha desarrollado su contenido en el derecho interno. Tampoco se cuenta en España con mediciones estadísticas suficientes ni con análisis seguros, fiables y de calidad que, desde un enfoque del derecho a la alimentación, informen sobre la situación del acceso y de la disponibilidad de alimentos. Esto lleva a que en muchos casos estas situaciones queden en la sombra, enmarcadas en un concepto global de pobreza que, a menudo, oculta las múltiples dimensiones en las que se manifiesta. 

La población española en situación de pobreza severa no tiene capacidad de afrontar el coste de la cesta de la compra y se ve obligada a recurrir a comedores sociales y a bancos de alimentos.  Sin embargo, en lugar de fortalecer en tiempos de crisis la garantía del derecho a la alimentación, básico para la subsistencia y la dignidad, las políticas de austeridad llevadas a cabo por el gobierno han incrementado las cifras de inseguridad alimentaria. Los recortes en la inversión pública destinada a atender necesidades de la población en situación de vulnerabilidad, como las prestaciones por desempleo y las pensiones no contributivas, han tenido un grave impacto en la alimentación de muchas familias. A la falta de ingresos y los recortes en ayudas sociales destinados a personas muy vulnerables se han sumado los problemas de acceso a la vivienda o relacionados con esta. De la mano de la pobreza energética se generan situaciones en las que muchas familias con dificultades económicas carecen de instalaciones adecuadas para cocinar, no pueden pagar la energía (gas, electricidad), lo que ha contribuido al aumento de dietas poco equilibradas y variadas, así como al mayor consumo de alimentos precocinados.  Conviene destacar que la inseguridad alimentaria afecta de forma severa a los sectores más vulnerables, como es el caso de la población infantil. Así se pone de manifiesto en los últimos informes de UNICEF estimando en 2.500.000 los menores que en España viven en la pobreza, una condición social que incluye malnutrición y dietas desequilibradas”. (FUENTE: Cumbre parlamentaria mundial contra el hambre y la malnutrición. Madrid 2018).

Entonces, si no hay una reflexión sobre lo que se hace en estos días de vino y rosas donde todos somos tan solidarios y buenos, si no hay una exigencia por nuestra parte para que los gobiernos introduzcan en su legislación interna mecanismos legales para que nadie pase hambre y frío, para que todos tengan derecho al acceso a agua potable, para que todos y todas tengan una renta mínima que satisfaga sus necesidades mínimas vitales, pero también herramientas de comprobación y estadística para ver si las políticas sociales están llegando donde tienen que llegar y están surtiendo efecto, si no hay un grito popular unido, de todas y cada una de las personas que parcheamos la realidad con un cartón de leche y un bote de tomate frito, contra la inmovilidad gubernamental ante la pobreza severa, lo único que hacemos es reproducir la inoperancia política y perpetuarla y que las cifras de necesitados no bajen o bajen poquísimo. No estamos hablando del derecho al balneario, estamos hablando del derecho a la alimentación y a su acceso. Parece mentira, pero no lo es.