¡Qué haríamos sin democracia!, según Diego J. García Molina

¡Qué haríamos sin democracia!

Hace unos días, charlando con una compañera de clase de la Escuela de Idiomas, a quien apenas conocía, en una tarea sobre la democracia debatíamos sobre cómo mejorarla. Una de las cosas en la que estábamos de acuerdo es en que nuestro sistema político no es perfecto; es más, es absolutamente imperfecto, con todas las taras que puede tener: un líder tiránico en el sentido clásico aristotélico, una justicia politizada hasta la náusea, con absoluciones a la carta y leyes ad-hoc para conseguir fines espurios, prensa comprada por publicidad institucional y privilegios monopolísticos, con falta de toda crítica al gobierno, sociedad dividida y enfrentada, la cual admite cualquier tropelía -no porque gobiernen los suyos, sino porque no gobiernen los otros -y una juventud, que solía ser la que lideraba los cambios y protestas, las revoluciones, totalmente adormecida por el panen et circenses actual, despilfarrando su valioso tiempo en videojuegos, móviles, Internet, plataformas de películas y series en streaming, practicando deporte, y alternando en franquicias de comida rápida. En lo que no estábamos de acuerdo es en que ella quería hacer borrón y cuenta nueva, destruirlo todo y volver a empezar, mientras yo abogaba por solucionar los problemas que tiene nuestra democracia, puesto que ninguna es, ni será perfecta, dado que el problema está en las personas, no en el sistema. Si leemos escritos de hace 2.000 años, vemos comportamientos y actitudes en las personas similares a los actuales, ya sea para convertirse en un buen gobernante, como para devenir en una oligarquía que lleve al desastre. Las personas no han cambiado, han evolucionado, aunque siguen manteniendo vicios y virtudes, y se mantienen comportamientos semejantes a las de hace siglos; se trata de algo inherente a las sociedades y a la humanidad difícil de modificar.

Abundando sobre la influencia de una o varias personas sobre un conjunto mayor, viene a cuento la saga de libros de Isaac Asimov Fundación, los cuales leí hace ya bastante tiempo, y que me encantaron; por cierto, en estos momentos, una plataforma está recreándola como serie y lleva producidas dos temporadas hasta el momento. Los libros tratan de un futuro en el que el hombre ha colonizado miles de planetas y un imperio domina toda la galaxia. Los protagonistas son unos científicos, matemáticos, que estudian la psicohistoria, una rama de la ciencia que puede predecir el futuro a partir del estudio estadístico del comportamiento anterior de miles de millones de personas a lo largo de miles de años. Cuanto mayor es la masa humana analizada mayor era la exactitud de la predicción. Pues bien, la psicohistoria también preveía la aparición de fenómenos, en concreto personas, quienes con su comportamiento fuera de lo común, ya fuera para bien, o para mal, eran capaces de alterar el curso de los acontecimientos vaticinados científicamente. Sin entrar en el insulto o en la descalificación, creo que con nuestro Pedro Sánchez Pérez-Castejón ha sucedido algo parecido, puesto que es un fenómeno inesperado que ha derribado las costumbres y usos propios de la política iniciada en el 78, sobrepasando todas las líneas rojas que creíamos establecidas. Para mal.

Haciendo un repaso de sus más destacadas actuaciones políticas, en sus inicios, cuando Rajoy ganó las elecciones y ya empezaba a ser imposible pactar con los nacionalismos debido a su chantaje excesivo, el famoso no-es-no de Pedro bloqueó la formación de gobierno hasta que fue expulsado de su propio partido (recuerden también aquel “es usted un indecente” en la cara de Rajoy). Nadie esperaba que, tras haber ganado el PP las elecciones y haber obtenido el PSOE el peor resultado de su historia, este se empecinara en no dejar gobernar a la derecha. Algo sin sentido, como se demostró al final, y fuera de toda lógica parlamentaria. Tampoco creo que se esperara nadie que, en una simple votación interna de un partido, el de la ejecutiva socialista, una persona intentara trampearla en la cara de sus propios compañeros; mas la ambición desmedida de una sola persona puede dar lugar a consecuencias imprevisibles, como en último término sucedió. Siguiendo con su innovadora trayectoria, creo que pocos pensaron que se llegaría a formar el gobierno Frankenstein, bautizado así por Alfredo Pérez, otro socialista de tronío. Uno de los motivos, por cierto, de la defenestración anterior de Pedro del partido socialista. Sin embargo, lo consiguió; y aunque todos los analistas políticos previeron una legislatura corta, y conforme pasaban los meses todos pronosticaban su final en un plazo corto, consiguió apurar los cuatro años estipulados. Es más, tras las elecciones de la pasada primavera, donde todo el poder autonómico y municipal del PSOE quedo arrasado en las urnas, nadie daba un duro por Pedro. Todas las encuestas daban mayoría absoluta a PP y Vox y no se esperaba que, en todo caso, Sánchez Pérez-Castejón consiguiera unir a todo el resto de partidos en su favor, teniendo en cuenta que la izquierda y la derecha nacionalista están enfrentadas por el poder en sus territorios autóctonos (Bildu vs PNV y ERC vs Junts, respectivamente). Cuando llegaron los resultados, se daba el acuerdo del Frankenstein ampliado por hecho, sin embargo, al conocer las pretensiones nacionalistas (amnistía, relator, miles de millones, etc.) se pensó que sería imposible. No obstante, ahí lo tenemos de presidente del gobierno de nuevo, sin problema al final ha cedido en todo; se podría pensar que este hombre no tiene límites. Lo peor es que cuando otros partidos hagan lo mismo en el futuro, con qué autoridad moral podrá el PSOE y sus amigos censurárselo.

Apenas unas semanas después de aquella conversación, ahora no estoy seguro de pensar lo mismo, quizá si sea necesaria una reestructuración profunda. No tengo claro que está sociedad sea capaz de despertar y reaccionar mientras les hurtan la libertad delante de sus narices si no sucede ningún elemento externo de ruptura, un disparador que nos haga levantarnos y unirnos con un mismo objetivo; algo del estilo a los sucesos que propone Alan Moore en su obra Watchmen. Tal vez la única solución es tocar fondo, como en Argentina, y a partir de ahí comenzar de nuevo aprendiendo de los errores anteriores. Aunque para llegar a ese punto todavía quedan muchos años de declive y decadencia; de sufrimiento y privaciones. Tampoco sería nada novedoso, en España llevamos más de dos siglos haciendo lo mismo, en una espiral autodestructiva creando sistemas de gobierno para derribarlos a los pocos años. Tal vez sea algo que está en nuestra naturaleza impulsiva, e impaciente. Las personas no cambian, por muchos siglos que pasen, siguen teniendo las mismas tendencias actitudinales y parece que seguimos condenados los españoles, como Sísifo, a repetir la misma tarea una y otra vez sin conseguir nunca culminarla de forma exitosa.