Dimitir de pie
Se ha confirmado lo que era un secreto a voces. Que en Cieza el Gobierno de coalición PP-Vox era una jaula de grillos. Un mercado persa que, como no podía ser de otro modo, apenas ocho meses después de constituirse ha saltado por los aires. Y ahora empieza otra función. Los tres concejales de Vox se quedan sin competencias y el alcalde, Tomás Rubio, se dispone a gobernar en minoría sin ser ni siquiera el partido más votado, que lo fue el PSOE. El fuego cruzado de acusaciones entre los exsocios no se ha hecho esperar. Ambos se acusan de deslealtad, de exceso de protagonismo, de incumplimiento de compromisos, de torpedearse mutuamente propuestas… Lo cierto es que han sido ocho meses vacuos de Gobierno enclenque e inestable. Ocho meses sin rumbo, subidos a un barco a la deriva. Y ojo, una proclama del alcalde en rueda de prensa que yo parafraseo. “No puedo estar gobernando siempre de rodillas, luego no descarto dimitir de pie”. Qué tiempos aquellos, hace tan solo un año, en que en Cieza gobernaba una coalición progresista que sí que funcionaba. Un Equipo de Gobierno con proyectos e iniciativas, algunos de ellos paralizados ahora, en el que las desavenencias propias de las coaliciones se resolvían a través del diálogo, el entendimiento y el acuerdo. Apenas fue ayer, y para muchos ya, esa legislatura, ese tiempo pasado fue a todas luces mejor.
Una necesidad absoluta
Me encuentro en la Biblioteca Regional, sin esperármelo, con un Museo Circulante. Es bonito el nombre que le han puesto a ese museo. Se inspira, leo en el cartel que lo presenta, en el que crearon las Misiones Pedagógicas en 1931, durante la República, y pasearon por los pueblos y aldeas más remotas de la España rural, junto a libros, películas, obras de teatro y conciertos musicales. En este caso es el Museo Ramón Gaya quien pretende difundir la obra del pintor murciano viajando a lugares donde pueda ser acogida y valorada. Como estamos en un templo donde se venera la lectura, los cuadros que cuelgan de las paredes están relacionados con su faceta de escritor. A decir verdad, Gaya se definía a sí mismo como “un pintor que escribe”. Pintor, ante todo, pero pintor para quien escribir era “una necesidad absoluta”, y cuyo caudal poético volcaba en la pintura. En su pintura luminosa y solidaria. Mientras voy posando la mirada sobre los cuadros y libros, entra un grupo de escolares, niños y niñas que deben de tener entre tres y cuatro años. Se dan de bruces con la exposición y siguen hasta el final del recinto donde les esperan actividades literarias infantiles. Aunque todavía no lo sepan, me digo que probablemente llegará el día en que alguno o alguna de ellos sienta, como Gaya, la necesidad absoluta de escribir o pintar.
Los de fuera
He escuchado muchas veces la canción de Léo Ferré L’affiche rouge, pero ninguna como el pasado 21 de febrero. “Eran 20 y 3 que entregaron su corazón antes de tiempo / 20 y 3 extranjeros y, sin embargo, nuestros hermanos”. Esos veintitrés, héroes de la Resistencia francesa, algunos de cuyos rostros aparecían en ese cartel rojo, recibieron ese día por fin el reconocimiento que se merecían, después de demasiados años de “olvido” institucional. Entraron en el Panteón con todos los honores. Eran húngaros, polacos, rumanos armenios, italianos, todos ellos inmigrantes y comunistas que lucharon contra Hitler y la Ocupación y fueron llamados por ello “terroristas” por los nazis. Había también un español, Celestino Alfonso, el primero en entrar en ese templo laico de las glorias francesas, junto a Voltaire, Victor Hugo o Zola. Con 27 años, Alfonso emigró a Francia, luego volvió a España para luchar en el bando republicano y tras la victoria franquista se integró en la Resistencia francesa, en la red del armenio Missak Manouchian. Fue ejecutado por los nazis en 1944. Unos días antes escribió: “No soy más que un soldado que muere por Francia. Sé por lo que muero y estoy orgulloso”. Macron, que no se caracteriza por ser ningún extremista de izquierdas, ha querido reconocer el papel que jugaron “los de fuera” en la liberación de su país. Alfonso está en el Panteón. Aquí, ni siquiera en su pueblo, como dice el periodista Marc Bassets, hay una placa que lo recuerde.