Agonía en Atenas, según José Antonio Vergara Parra

Agonía en Atenas

No acabo de entender lo de la política nacional. A decir verdad sí lo entiendo pero me resisto a una realidad tan trágica. Según parece hay una corrupción buena y otra mala, una prensa libre y otra mesnadera pero estas adjetivaciones nada tienen que ver con la verdad y sí con los intereses creados por unos y otros. La verdad es una conquista espinosa pero estamos compelidos a buscar su más aproximada naturaleza.

No todas las ideas son aceptables pero las que lo son no deberían servir de refugio para golfos. La política nacional, por ser la más escudriñada, nos ofrece una fotografía bastante fiel de la podredumbre en la que rabadanes y congregaciones han convertido la res pública. La política no es ajena a la marea de frivolidad que lo inunda todo. Idiotecers que quieren ser influencers o simplemente famosos haciendo lo que fuere menester, hasta el más grotesco de los ridículos en televisados putisferios unisex. La mugre, de aquí y de allá, se adentra en las televisiones de un público ávido de morbo. Algo así debieron sentir las masas del Coliseo mientras las fieras despedazaban y se comían a los cristianos. Y estando así la cosa, ¿qué podemos esperar de los políticos? Que me disculpen las benditas excepciones que confirman la regla mas, de un tiempo a esta parte, la política nacional se ha convertido en pertinaz morada de quienes succionaron el calostro de las ubres del partido. Candidatos y candidatas de níveas vidas laborales y currículos amañados o comprados. Diputados y senadores que, a la sombra agradecida del aparato, apuntalaron una tupida red de intereses y miserias compartidas que les empoderan y debilitan a la vez. Saben demasiado los unos de los otros y esto une más que el loctite. Fuera hace frío y dentro se está calentito. Harán lo que fuere necesario para preservar sueldos y privilegios que ni en el más idílico de los sueños imaginaron para sí. Faltarán a la verdad, incumplirán solemnes promesas electorales, pactarán con el mismísimo Lucifer, demonizarán al adversario, depauperarán y controlarán las instituciones que, aún con sobradas razones, amenazaren sillones y honores y, por descontado, removerán las vísceras de sus hinchadas para que, afanadas en contiendas fratricidas, desatiendan lo que en verdad importa.

Actitudes en absoluto ejemplares que, no obstante, puedo entender (aunque no justificar) desde un punto de vista humano, pues defienden el pan de sus casas. Lo que no puedo comprender es la complicidad necesaria de españoles y españolas que, sin necesidad alguna, traicionan aquello en lo que creen ¿Qué tiene de valeroso amparar a quien dice una cosa y la contraria? ¿Por qué se censuran o validan los conciertos sanitarios dependiendo del color del gobierno? ¿Por qué llamamos recortes sociales o ajustes responsables a una misma cosa? ¿Qué hay de decente en la adjudicación fraudulenta de obra pública a cambio de comisiones? ¿Por qué se privilegia a determinados territorios hostiles a España y se desprecia a los leales? ¿Qué diantres hay de progresista en el hermanamiento con los rescoldos, todavía humeantes, de una organización terrorista? ¿Por qué la memoria histórica bucea en lo pretérito y olvida lo de antes de ayer? ¿Por qué se capitula frente a los que, encaramados en el ambón del congreso, humillan un día sí y otro también a la patria que les presta voz y paga sus sueldos? Si hablamos de corrupción, ¿por qué maldita razón magnificamos la paja en el ojo ajeno e ignoramos la viga en el propio? ¿Hasta qué punto alcanza el candor de quienes en el indulto, primero, y la amnistía, después, de vulgares delincuentes vislumbran magnanimidad antes que un mero provecho partidista? ¿Qué hay de feminista en la rebaja punitiva para depredadores sexuales?   ¿No les parece inaceptable que españoles con cuarenta años de trabajo cotizado a sus espaldas perciban pensiones inferiores a determinadas ayudas para lugareños e inmigrantes con vírgenes vidas laborales? ¿Cómo explicar la aprobación del impuesto al sol por una administración supuestamente liberal?  ¿Cómo conciliamos el despido en diferido con la reiterada oposición al incremento del salario mínimo interprofesional? ¿Alguien, sosteniendo la mirada, puede explicarme por qué de un día para otro abandonamos a su suerte al pueblo saharaui? La defensa, aún en solitario, del Estado Palestino no es un fracaso sino un ejercicio de decencia política. ¿Por qué el Estado de Israel, cuyo derecho a existir se lo debe a la ONU, vulnera sistemáticamente las resoluciones del citado organismo internacional?

Se espera de nosotros (a esto quería llegar) un análisis objetivo y desapasionado de los hechos. Reconozcamos la supremacía del ejemplo personal sobre la mera palabrería, incluso el derecho a cambiar de opinión por argumentos de peso aunque no por dividendos de la aritmética.  Concedamos al adversario político el reconocimiento explícito de sus aciertos y censuremos argumentalmente sus errores. Demos la espalda a polizones que nunca defendieron nuestras ideas y confiemos en quienes de la palabra dada hacen virtud. Desconfiemos siempre de quienes censuran a la Justicia y a la prensa libre. No les quepa la menor duda que, por carecer de argumentos esgrimibles en los foros político y jurídico, se sirven de argucias que sólo los insensatos y ególatras están dispuestos a blandir: mendacidad, distracción, victimismo e inoculación de la semilla de la discordia.  

No den oxígeno, ni crédito, ni su voto a estos insensatos. No importa qué ideas digan defender. Mienten. Van tras sus propios intereses y para esconder sus indigencias políticas e intelectuales tornan el hemiciclo en un corral de zafia comedia, lo cual no es extrañar porque los bufones encuentran acomodo en vodeviles y bojigangas.  Huyan, como del mismo diablo, de quien amenaza la libertad y la justicia para contener el propio fango ¿”Punto y aparte”? Naturalmente que sí. Para cátedras sin carrera, para mercaderes en tiempos de pandemia y muerte, para traidores a la palabra solemnemente comprometida, para recetados salvamentos empresariales con dinero del contribuyente, para porteadores de maletas de incierto contenido, para enjuagues con azulete a racistas, canallas y secesionistas, para ofensivos estipendios reales, para okupaciones de lo ajeno, para haciendas confiscatorias y dobles tributaciones, para paraísos fiscales y barrios marginales,  para barriadas comanches, para especulaciones consentidas, para todo aquello, en definitiva, que indigna y preocupa al pueblo.

La democracia, esto es, el poder del pueblo, encuentra su más remoto embrión en la polis ateniense del siglo V a. C. si bien conquistas relativamente recientes (como la abolición de la esclavitud, el sufragio universal, el voto femenino y la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano) apuntalaron lo que hoy conocemos como democracias representativas. Desde entonces hasta este mismísimo instante, no han faltado enemigos de la democracia. Unos la combaten abiertamente, a pecho descubierto. Otros se presentan a las elecciones.