A piñón fijo, por Pep Marín

A piñón fijo

La psiquiatría y psicología modernas han rescatado del riquísimo baúl de dichos populares la expresión: “A piñón fijo”. E incluso están pensando en incluirla en la nueva edición del DSM como nuevo diagnóstico que aúne aspectos relacionados con la neurosis y la psicosis.

El ir “a piñón fijo” tiene sus connotaciones positivas, eso se sabe bien, y tiene que ver con el tesón, la voluntad, el arremangarse y tirar hacia adelante aunque caigan del cielo ruedas de molino, es insistir e insistir, se consiga el objetivo o no, eso es circunstancial, lo importante es la garra que se pone en el camino, la obstinación positiva, acorde con las reglas del juego natural, como el zumo.

Pero como en tantas y tantas otras cosas, el ir a piñón fijo también tiene su revés, su cara negativa. Personas a piñón fijo convertidas en bunkers, inaccesibles e impermeables a cualquier frase que les pueda desviar de su rumbo único y obsesivo, de su idea enjaulada en un cerebro protegido con cemento armado.

En estos tramos de vía fanática hay de todo, desde personajes que aún después de casada y con cuatro hijos, Rosita, para más señas, Gregoria había seguido enviándole cartas de dudoso amor. Años y años de misivas por el simple hecho de creer reconocer una G en un lunar que Rosita tenía en el muslo izquierdo, en aquella foto de bikini y pamela en San Pedro del Pinatar con su bebé en brazos. Un a piñón fijo de libro, nebulosa clara en mente psicótica, como si todo el monte fuera orégano; 40 años después se le apareció la virgen en un bolígrafo bic, y posteriormente se metió llenando de piedras su chándal al pantano, dejándose hundir en las profundidades, muy serena, pues su desgracia era más grande que acudir a una comunidad terapéutica.

Cuando se va a piñón fijo vas por la calle llevando entre manos un volante imaginario y cambiando de marchas como si condujeses un coche. El enfado es de aúpa si le preguntas a Antonio dónde está el coche. Te da las luces, te toca el claxon y se caga en tu puta raza que es la misma que la suya.

Y ocurre, creo, gracias a la creencia, o por traición de la fantasía, de que es real lo que se piensa y ejecuta posteriormente, a la repetición en bucle de una fantasía que al cabo de tanto repetirla se convierte en realidad para uno/a mismo/a y para aquellos y aquellas que esperan como agua de mayo esa mentira que les excita más gravemente el devenir cotidiano que un tirito de lejía en polvo, que se pierde el sentido del ridículo y que el pudor escénico deja de existir porque vas a piñón fijo.

Columnistas de grandes y pequeños medios de comunicación, sus señorías de togas y autos, representantes del pueblo, en ellos y ellas se siente a la legua que van a piñón fijo, con un lenguaje no verbal que invita a pensar que han sellado sus orificios auditivos con yeso. Véase, por ejemplo, aquella pregunta en el Senado en la que una senadora abducida por el demonio del piñón fijo, con una serie de aspavientos y movimientos de brazos que parecía que en cualquier momento iba a dejar al descubierto su torso y arrancarse el corazón, preguntaba por las obras de un determinado tramo de autovía. La respuesta fue que la ejecución de las obras de la autovía ya había sido terminada, es más, se dijo, que el partido al que pertenecía la senadora hizo mucho en su momento porque los plazos de ejecución se cumplieran, alabando de forma inaudita la labor del partido de enfrente. Aun así, en la réplica, la senadora, siguió insistiendo en los plazos de ejecución de una obra terminada.

Ni las fotos, ni las firmas, ni las notas de prensa, ni los discursos de inauguración, ni siquiera las risas de casi todos los presentes y los leves codazos que le daba su compañera de escaño sirvieron de tabla de rescate para ese mundo imaginario.

Poco tiempo después, alguien vio en esa puesta escena algo así como una encantadora de serpientes muertas, tanto que fue ascendida dentro del partido para que fuera cada vez más visible ante la opinión pública. Los medios de comunicación afines aportaron su granito de arena alabando las virtudes de la senadora, su garra, su pasión, adalid de la verdad con letras mayúsculas.

Eso iban diciendo en la radio mientras ella atravesaba con su coche la autovía ya inaugurada.