Vivos a través de las letras, según María Bernal

Vivos a través de las letras

Nunca nos han preparado para afrontar la muerte, esa realidad que siempre nos han pintado tan sumamente lejana, pero que a la par es fugaz y repentina. Y sí, contra todo pronóstico nos puede visitar de manera inesperada como ese invitado que, disfrazado del más puro e inamaculado blanco o del más sieniestro y frío negro, a saber la representación simbólica que puede tener, nos hace un gesto con la mano para que nos vayamos. Y no hay más; no hay más coyuntura que la de haber vivido hasta donde el sino nos haya permitido.

No, nunca nos han preparado para asumir esta última fase de nuestra existencia, al menos a modo de terapia, y miren que últimamente las terapias son necesarias para poder afrontar sin amenaza de colapso esto a lo que llamamos vida; para asumir que algún día todos vamos a morir. Además, nos cuesta mantener el recuerdo de los que ya no están, bien porque nos duele, bien porque no hallamos la forma de hacerlo.

Sin embargo, es aquí donde una recuerda que hay una clase preparatoria que sí está al alcance de todos. La magia de la literatura viene de la inminente varita que tiene cada texto literario que, ahora e incomprensiblemente, muchos cambian por una absurda pantalla sin pararse a pensar, porque quiero creer que todavía se piensa ante las adversidades de la vida, que posiblemente todo es asumible. La literatura siempre nos hará estar más vivos que muertos y si indagamos en ella, podemos comprobar que no nunca mueren los que siguen vivos a través de las letras.

Jorge Manrique y sus famosas Coplas a la muerte de su padre. Esas vidas que son los ríos que van a dar  a la mar, esa mar que es el morir o ese recuerdo del alma dormida…Enfado extenuado, rabia abrasadora e impotencia incontrolada son los sentimientos que este hecho provocó en el poeta medieval, hasta el punto de encerrarse en la más estricta oscuridad de su ser, como a modo de protesta ante esta irrevocable injusticia para autoconvencerse a través de sus poemas que a la muerte hay que aceptarla con la mayor serenidad posible. Y sí, él estructuró su poemario de la manera más lógica para recordarle al lector que no somos nadie por mucho que algunos se quieran empeñar en que son irremplazables. Ese río manriqueño que, al igual que las personas, tiene su final cuando desemboca en el mar o las riquezas del éxito que desaparecen con la llegada de la muerte, transmiten que al final, hay que hacer ese ejercicio de asimilación.

Isabel Allende y su exitosa obra Paula, una novela que se convertiría en su máscara de oxígeno en los momentos en que ella, convencida de que su hija Paula despertaría del coma, no le cerraba la ventana a los rayos de esperanza que la iluminaban durante las noches en el hospital. Bendita correspondencia la que mantuvo con su madre durante esas tormentosas noches, porque  esas cartas, que ahora ya no escribimos, son las que  resurgieron a su hija Paula entre las cenizas, mediosanando así su pena, unas cartas que más tarde le harían entender a Isabel Allende que lo mejor que le podía haber sucedido a su hija después de contraer la porfiria era la muerte.

No voy a dejar sin nombrar al eterno y casi más vivo que nunca, gracias a la literatura, García Lorca. Sin más debate que el de que fue el mejor exponente que vaticinaba una muerte metaforizada de la que pensó que se podía librar, el corazón más latente de las letras españolas no le tuvo jamás miedo a ese espectro macabro, en su caso, que le arrebató injustamente su vida. Conmovedora es esa especial, lógica y acertada percepción que tuvo sobre la muerte en todo momento, sobre la suya propia, lo que lo convirtió en uno de los mayores versificadores del tránsito a la vida eterna, porque al granadino esta lo acechaba constantemente: “La muerte me está mirando/desde las torres de Córdoba” o “¿Dónde llevas tu jinete muerto?”.

¿Asumirla? Pues ante  el descabellado y atroz régimen fascista, fusilador del arte y de la cultura española, no tuvo otra alternativa. Despidiéndose de la última persona que lo vio con vida, él mismo le dijo que no llorara, que solo serían dos meses, confiado en todo momento también escribió “Si muero, /dejad el balcón abierto” porque su esperanza también se hizo latente hasta el momento en el que el gatillo de la pistola se apretó. Una vez en el Barranco de Víznar y de cara a sus asesinos, tuvo que aceptarla sin más.

No es cuestión de que el sano le hable bien al enfermo, es esforzarnos por conseguir en la medida de nuestras posibilidades una actitud contra aquello que no nos debe de atormentar, ya que mientras perdemos mucho  el tiempo pidiendo explicaciones tras la muerte de un ser querido, incluso ante nuestro pensamiento sobre la nuestra, sin obtener  respuestas, la muerte nos atisba sin selección previa y, en consecuencia, el tiempo se agota. Por eso, y a pesar de esos momentos de dolor fulminante que nadie va a paliar, mantengamos vivos a los que fueron parte de nuestra vida con la esperanza de que esas letras que les dediquemos sean el consuelo previo al momento de volver a estar con ellos.