La responsabilidad individual, según Diego J. García Molina

Responsabilidad individual

Las noticias de los últimos días no pueden ser más descorazonadoras, pues los casos de infección por coronavirus de nuevo se están multiplicando de forma alarmante. Parece que la tan temida segunda ola de contagios profetizada para otoño llega en julio. Mientras tanto, el gobierno, responsable en última instancia y máxima autoridad se dedica a aplaudirse a sí mismo, dejando en un brete a gobiernos regionales y ayuntamientos. Como aquella frase que dijo el entrenador de un club de fútbol (pongan acento alemán): «no hay nada más que añadir».

Habrá a quien le guste la forma de gobernar y hacer política de este ejecutivo, o quizá sea simplemente el afán de que no esté en el poder una formación por la que no sienten simpatía, por decirlo finamente, así, hagan lo que hagan, no merecerá mayor crítica ni reproche. No obstante, en esta ocasión no se puede achacar al haber del gobierno la responsabilidad de los nuevos rebrotes infecciosos. En febrero y marzo no se actuó, como es sabido, con la suficiente diligencia tras analizar con tiempo de sobra las consecuencias y proceder de esta enfermedad en China, y sobre todo, a continuación, en Italia, cuando ya teníamos el problema a las puertas. Se ignoró la sabiduría popular de aquel dicho, cuando veas las barbas de tu vecino cortar… pero ya saben, se debía realizar la dichosa manifestación como fuera. Premonitorias fueron las palabras de la vicepresidenta y ministra Carmen Calvo a la pregunta, el día antes del 8 de marzo, sobre «¿qué le diría a una mujer que está dudando en ir a la manifestación?». «Le diría que le va la vida, le va la vida», respondía; y desgraciadamente no se equivocó. Ahora, visto con retrospectiva parece que la intención era la contraria, pero no, alentaban a que fuera multitudinaria.

Alguien podría argüir que se ha insistido muchas veces en lo mismo, y tendrían razón. De la misma forma expondría que si alguien se hubiera responsabilizado de la multitud de errores cometidos que tanto dolor han causado no sería necesario repetirse. Si tuvieran algo de decencia dimitirían, mas no sucederá, son mercenarios de la política. En todo caso, como decía anteriormente, es el ciudadano quien ha fallado en esta oportunidad; absolutamente todo el mundo conoce el problema al que nos enfrentamos y como contrarrestarlo: distancia de seguridad y mascarilla protectora de boca y nariz. Respetando estas dos sencillas, aunque molestas reglas se evitan la mayoría de contagios. De igual forma que en el artículo anterior apelaba a nuestra libertad individual, en este no queda más remedio que requerir la responsabilidad individual ciudadana. Solo con que una persona no respete los preceptos establecidos puede infectar a un gran número de personas, y estás a su vez a otras de forma exponencial, como comprobamos en la primera ola de la pandemia; con la dificultad añadida de los asintomáticos, quienes transmiten el virus sin ser conscientes de ello.

Como sociedad adulta y avanzada debemos asumir que toda libertad conlleva una gran responsabilidad. Nuestros derechos adquiridos incluyen en el paquete un sinnúmero de deberes, de obligaciones a respetar para que el engranaje de la convivencia armónica funcione. Sin embargo, lamentablemente no está siendo así. Tan solo hay que dar un paseo para ver personas con la mascarilla en el brazo, bajo la nariz o en el cuello; o directamente sin ella. En mercadillos callejeros se vende y se compra mascarillas con diseños divertidos o significativos aunque de dudosa eficacia protectora; un trozo de tela no basta. Por no hablar de restaurantes, playas, piscinas, o locales de ocio como pubs y discotecas. La mayoría de la sociedad cumple su parte del trato, no obstante, en esta coyuntura no es suficiente, unos pocos arruinan el resultado total. Y no es cuestión de estar multando o que nos convirtamos en vigilantes de nuestros conciudadanos, es un asunto de responsabilidad propia, de cada uno de nosotros.

Quizá una de las causas sea el esfuerzo efectuado por el gobierno con el objetivo de minimizar sus errores, disminuyendo descaradamente el número oficial de víctimas y afectados por COVID-19, reconocido por ellos mismos, y la imperceptibilidad del peligro, derivado de ello. Ninguna campaña de tráfico fue tan efectiva como aquella que mostraba con realismo brutal, casi gore, los efectos de un accidente sobre el damnificado y sus familiares. No hay duda de que en mucha gente, sobre todo joven, hay sensación de impunidad. Dejó para la posteridad el autor romano Salustio una frase que siempre me ha encantado, «solo unos pocos prefieren la libertad, la mayoría de los hombres no buscan más que buenos amos». Se refiere esta cita a que es mucho más cómodo, y por eso se prefiere, dejarse llevar por gobernantes que nos marquen el camino; la libertad es dura, complicada, y difícil de aplicar con todas sus consecuencias, a veces incluso perjudiciales para nosotros mismos; tantos derechos ofrece, como obligaciones implica. Este es un buen momento para demostrarlo y tener un comportamiento ejemplar ante el reto más duro al que se enfrenta nuestro pequeño planeta desde las grandes guerras del siglo pasado. Libertad, sí; responsabilidad, también.

 

 

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