¿Qué será lo siguiente?, por Diego J. García Molina

¿Qué será lo siguiente?

Todo apunta a que no va a cesar el esperpento continuo en que se ha convertido la actualidad política española. Sorprendentemente, el Partido Popular, después de ganar las elecciones en Castilla y León ha entrado en un proceso de autodestrucción inimaginable para cualquier analista político, excepto los más avezados. Todo sonreía a Pablo Casado tras la victoria apabullante de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones a la comunidad de Madrid de mayo pasado, apenas diez meses, en la que jubiló anticipadamente al otro Pablo, Iglesias. Todas las encuestas, excepto obviamente las del CIS del PSOE o de Tezanos, tanto monta, le daban como seguro presidente del gobierno e incluso se empezaba a filtrar a la prensa nombres de ministros. Pero como bien dice el refrán: “no vendas la piel del oso antes de haberlo cazado”, pues surgió el fatalmente fantasma de la envidia, uno de los pecados capitales más antiguos, por el que Caín mató a su hermano Abel.

La envidia de Casado por el éxito de Ayuso se hizo patente la misma noche electoral, con las incómodas escenas en el balcón de la sede del PP con el presidente del partido intentando capitalizar la victoria. Desde entonces, los choques entre ambos han sido continuos, terminando en ese sainete que nos ha dejado a todos ojipláticos. El motivo de la sorpresa no ha sido que se apuñalen con saña entre miembros del mismo partido; harto conocida es la anécdota de Churchill, al entrar por primera vez en el parlamento británico, quien señalando a la bancada del partido contrario exclamó: “Ahí están nuestros enemigos”-, más un veterano compañero le corrigió diciendo: “Esos son tus adversarios, tus enemigos los tienes a tu alrededor. La novedad en este caso ha sido la valentía de la madrileña al poner públicamente sobre la mesa el chantaje al que estaba siendo sometida y el espionaje hacia su persona y otros familiares, promovido por la ejecutiva de su partido. La verdad que es algo nunca visto, estamos acostumbrados a no enterarnos de estas situaciones, y solo conocer el resultado tras chanchullos y apaños ejecutados entre las sombras, a espaldas de la ciudadanía.

La realidad, le pese a quien le pese, es que la presidenta de la comunidad de Madrid es una dirigente fuera de lo común y poco convencional. Empezó a destacar en los enfrentamientos con Pedro Sánchez en los primeros compases de la pandemia y el confinamiento, atrayendo las simpatías de todos los madrileños. El triunfo en las elecciones convocadas de motu propio, con la oposición de Casado, y unos minutos antes de la moción de censura presentada por la oposición (otro mal cálculo del fracasado presidente popular) la lanzó al estrellato político. Le quitó votos a Vox, fulminó a Ciudadanos dejándolo en la irrelevancia, y lo más sorprendente es que también arañó votos entre la izquierda: es decir, se trata de un fenómeno trasversal. De ahí lo ilógico del comportamiento de Casado intentando sabotear el mejor activo del que disponía su partido. O quizás no tan ilógico si analizamos bien los últimos acontecimientos y algunos hechos indiscutibles. El Partido Popular no puede gobernar en solitario y con el resto de partidos en su contra solo puede gobernar con Vox. El Partido Popular dinamitó todos los puentes hacia Vox en la moción de censura que este presentó contra el gobierno de coalición entre socialistas y Podemos, y aprovecha cualquier oportunidad para mostrar su desprecio hacia la formación situada a su derecha en el espectro político. Casado quería ser presidente.

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿qué opciones le quedaban? Obviamente, lo que llevan insinuando desde hace tiempo, y se ha visto claro tras las elecciones castellano-leonesas, es decir, ganar las elecciones y que el PSOE le apoye tras expreso rechazo público de Vox. Visto ahora con perspectiva se entiende mejor el “error” del diputado de confianza de la ejecutiva popular para salvar la reforma laboral del gobierno. O de dónde sacaron la información administrativa del hermano para poder chantajearla. ¿Hacía falta para esta operación entre PSOE y PP quitarse de en medio a Ayuso? No lo sabemos, aunque ellos pensaron que sí, y el tiro les ha salido por la culata; difícilmente podrán encontrar acomodo en otro puesto similar. Y ese es quizás el principal problema: en los principales cargos políticos, y cada vez con mayor frecuencia, se encaraman personas sin experiencia fuera de este ámbito, desarrollándose en una burbuja que les aísla del común de los mortales, de la vida real. Gente empeñada en engordar artificialmente su currículum, a falta de otra experiencia, engañando con sus estudios: el master de casado, el doctorado de Sánchez, los cursillos reconvertidos en masters de Yolanda Díaz que tuvo que eliminar de la web del congreso… y aquí nadie dimite cuando les cogen en la mentira. En todo caso, esta situación tiene también su lado positivo: a partir de ahora llevarán más cuidado a la hora de chantajear a enemigos o adversarios, ya sean de su propio partido o del contrario. Ha quedado comprobado que este tipo de cosas, si se airean, se pueden volver contra uno.

Parece que ahora viene Feijóo, el eterno postulante que al final tendrá su oportunidad en la política nacional. No obstante, ¿será una solución para los males del país? En mi opinión no. Una de las razones de alcanzar mayorías absolutas en Galicia casi sin despeinarse ha sido el minimizar a los nacionalistas, quienes apenas tienen influencia en su región, todo lo contrario de País vasco o Cataluña. Lamentablemente, su secreto es que, en este caso, él es quien ha adoptado el papel de nacionalista. Ha sido el PP gallego quien ha liderado la exclusión del español, tanto en la administración, como en la educación, en esta comunidad autónoma. De ahí que sea poco optimista con que esta persona sea capaz de enfrentarse al desafío que supone soportar un anacronismo, como el nacionalista, que tenemos en España. No nos convertiremos en un país moderno, ni escaparemos de la barbarie e injusticia que comenzó con la primera guerra carlista hasta eliminar de una vez todos los fueros, privilegios y desigualdades entre regiones que todavía padecemos. Con Feijóo no lo veo posible, con Ayuso sí. Y es necesario un amplio acuerdo entre derecha e izquierda para hacerlo. Como expresé en el artículo anterior, no veo entre los partidos de la izquierda convicción para hacerlo, así que habrá que inventar uno nuevo.

 

 

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