Personas imperfectas, por María Bernal

Personas imperfectas

Ser una persona perfecta es el mayor engaño que este mundo globalizado nos pretende hacer conseguir. Existe, y de manera muy alarmante, una obsesión bastante generalizada por ser esclavos de las pantallas y por ganar popularidad con la venta de la parcela que más escondida deberíamos tener, la de nuestra intimidad. Pero, ¿qué vamos a esconder? Si desde el primer latido del corazón, ya hay una exposición de las ecografías en redes.

Y lo peor de todo es que no somos conscientes de los riesgos a los que la gente se expone ante esa obsesión desmesurada de tener que justificar por medio de imágenes todo lo que acontece en nuestras vidas. Si hay riesgos que atentan contra la integridad física, también están aquellos que lo hacen contra la salud mental, y en esto pocas veces nos paramos a pensar.

Parte de la sociedad vive en un continuo estado de intranquilidad viral, y durante ese progresivo estado ansioso, las personas no son capaces de controlar acompasadamente su respiración, mucho menos de estar un día lejos del espacio virtual. El porqué de esta cuestión lo hallamos claramente en el hecho de que la generación del siglo XXI inhala likes y exhala seguidores. Y para gestionar estas emociones provocadas por las redes sociales, son muchos los que se ven en la obligación de tener que rendir cuentas a su perfil y maquillar, a través de filtros, una cara que pierde toda tirantez o un cuerpo que pierde parte de su forma detrás del objetivo de cualquier cámara.

Según el informe anual de Redes Sociales 2018 realizado por IAB Spain, las personas, principalmente adolescentes, pasan ante las pantallas una media de dos horas (me atrevería a decir que ahora hasta pueden ser más) dispuestos a picar el anzuelo de los que se hacen llamar influencers; esas personas que ajenas al sentido común, en muchos casos, se atreven a dar consejos de todos los temas. Pero en realidad, no sé dónde está el delito, si en los que creen ser maestros de todo, o en los seguidores por hacer caso.

Por ejemplo, imaginen el daño que la “generación obsesiva fit” está causando en esos adolescentes que se miran al espejo y se ven gorditos, según ellos, y llenos de granos. Y lean bien,” generación obsesiva”. Hacer deporte y comer sano, sí; pero hacer deporte para rozar los límites extremos de la delgadez y después lucir tipito para que todo el mundo sepa cómo estoy, no me parece la actitud más sensata, mucho menos disciplinada, teniendo en cuenta que se va a compartir con todo el mundo.

Lejos de esa parcela irreal que es Instagram (porque no nos engañemos pero de diez publicaciones, ocho son falsas) están los miles de adolescentes que se acomplejan porque entre sus seguidores de redes sociales hay gente que, al parecer, tiene un cuerpo diez. Para ellos, ese cuerpo diez es el que está tonificado, bronceado, curvo y con todos los músculos bien puestos. Es aquel al que toda la ropa le sienta bien. Pero no porque ese cuerpo sea modélico, ni mucho menos; sino porque la tendencia virtual lo impone de tal manera que, a la edad de quince años, plena etapa en la que empieza a forjarse lo que en pocos años será la madurez, es lógico que quieran ser como ellos y empiecen a hacer tonterías que los conduzcan a los primeros trastornos de ansiedad e incluso cuadros de depresión.

Es preocupante leer datos sobre este tema. El Instituto Nacional de la Salud asegura que los casos de trastornos por ansiedad van en aumento, y que 1 de cada 3 jóvenes adolescentes llega a padecer este tipo de cuadro nervioso. ¿Motivos? Varios, pero uno de ellos es sin duda la poca autoestima que generan las redes sociales. A esas edades resulta irremediable entrar al vil escenario en el que se han convertido Internet y no caer en las garras de aquellos que lo único que hacen es airear sus cuerpos y sus éxitos, actitud que influye negativamente en los chavales al considerar que están muy por debajo de estos sabelotodo, cuya única misión es ser popular a costa de hacerles creer a los seguidores que hay que ser tan perfectos como ellos.

No hay personas perfectas, hay cabezas correctas, y estas últimas no se consiguen sumergiéndose en el mundo tan utópico de las redes sociales y menos, obsesionándose con un cuerpo diez o con ese día a día magnífico que tantas y tantas personas se empeñan en mostrar.

Dejarse llevar por las apariencias solo nos conduce a un escenario desolador en el que la falta de carisma hace que no seamos verdaderamente felices. Y quizás,  ahí esté el problema de los que fanatizan con la perfección, los imperfectos, esos que creen tenerlo todo, pero que en realidad solo se ocupan de correr un tupido velo para ocultar su auténtica vida, muy lejos de esas historias tan fantásticas a las que les sobran filtros y les falta lógica.

 

 

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