Patología dual, según José Marín

Patología dual

Creo que si se le otorga al hombre, en el sentido amplio del término, capacidades coercitivas sin demasiado control legal, o no realizan un buen curso previo de buenas prácticas de ética profesional del mundo mundial sin posibilidad de pestañear como en la naranja mecánica,  en pro de salvaguardar el bien común y de las propias personas sobre la cuales ejercen esa coerción, al final se les acaba yendo la mano. Como a quién roba un higo y luego le intentan meter todo el árbol por la boca como medida terapéutica. Pasadas de rosca en todos los sectores con capacidad de coerción y control las hay y, como siempre, la realidad supera la ficción. Supongo que quien tiene la sartén por el mango deja de ver, de sentir, al otro como a una persona y lo convierte en su cerebro en cosa, y a raíz de ahí: Guantánamo. Pero esto no es óbice a que en un momento dado tengamos que fiarnos de los otros y fiar el poder de coerción, decisión, en otras personas y pensar que no nos van hacer daño.

A veces se dan casos en que las personas perdemos capacidades para decidir sobre nosotros mismos, pero también es verdad que los pasos para decidir sobre los demás entran en un terreno tan sinuoso que quien puede decidir sobre los demás, en casos excepcionales, se caga a la pata abajo. ¿Y si el juez o jueza luego me dice que dónde tenía yo la cabeza y supone una mancha en mi inmaculado expediente? ¿Y si…?

Pero, ¿hasta qué punto se puede dejar de hacer algo de provecho individual y social en casos donde una persona ha estado toda la tarde gritando en un parque que viene el fin del mundo, con síntomas de una embriaguez extraña, extrañísima, que posteriormente ha estado dando tumbos por ese mismo parque hasta caer al suelo aplastando con su cara una mierda de perro y quedándose dormido en el sueño de una noche de verano con plasta? Tan modernos somos que el video se ha hecho viral en pocos minutos. Viral, ojo, dame un like…“¿Cuálo?”

Luego ha llegado la policía y le ha despertado cuidadosamente, con guantes blancos, un toque, dos. El hombre se ha despertado desorientado. Su discurso no parece obedecer a una estructura mental espacio temporal que se entienda. El mono, el anillo de Saturno, mi madre en la piscina, ayer cuanto tenía cinco años; ella tiene la culpa de todo. Le han ayudado a incorporarse y le han dado agua.  Luego le han dejado sentado en un banco del mismo parque.

El hombre vio, ya que era viral, el vídeo. Y al día siguiente, con la misma embriaguez extraña, empezó a tirar piedras a los coches, gritando como un poseso: ¡Quiero mi dinero, quiero mi dinero! Le dio con una piedra a un niño. Entonces se lo llevaron a un calabozo. Luego un juicio súper rápido y el juez lo envió a la cárcel. Ya tenía antecedentes. Ya había pasado por prisión. Ya había tirado piedras contra su soledad y falta de amor en otros momentos, incapaz de reconocer por sí mismo la espiral de desazón y sufrimiento que lleva dentro.

Solo los árboles solicitaron un ingreso involuntario en un hospital psiquiátrico, pues sabían de su trastorno paranoide de la personalidad y de su consumo de drogas cuando no había más testigo que un farol.

Y la cárcel no es un hospital psiquiátrico, pero se utiliza como si lo fuera.