Otra vez al chabolo, por Pep Marín

Otra vez al chabolo

Agua fresca. Reconozco esa cara que me devuelve el espejo; otras veces no. Estoy tan cansado de mí mismo que me olvido de quién soy. Me miro las palmas de las manos y me concentro, como aquellos que rezan observando ensimismados las yemas de sus dedos. Estoy en un bucle salvaje. Comida. Recibo de agua. Recibo de luz. Comisión del banco. Me van a embargar la casa. Pánico. No tengo a nadie.

Creo que existe un muy serio problema de concentración o falta de atención en la sociedad en la que vivimos. Uno está intentando explicarse sobre un asunto político, jurídico, sanitario o educativo concreto, con nombres y apellidos, en su contexto temporal lineal para no perdernos, todo bien mascado y el/la interlocutor/a te espeta, tras tu perorata, que lo más probable es que la vida en la tierra llegara a través de un meteorito. ¿Cómo se atreven siquiera a pronunciar la palabra amnistía? Reunión urgente del Consejo del Poder Judicial; órgano, para mí. No sé si para ti, de una honestidad jurídica social brutal. ¿Te gusta Andrés Calamaro? ¿Nos trae la cuenta si es tan amable?

Dicen que puede suceder debido a los estímulos, demasiados estímulos; lo de la falta de concentración, que casualidad. De todos los estímulos que le vienen a la persona en su devenir diario, resulta que el mío no es suficiente para que alcance un buen grado de concentración de la persona que tengo enfrente; y mañana fiesta.

Le estoy diciendo a la persona que hay al otro lado de la mesa que acabo de salir de prisión. Que el juez o jueza, otro/a desconcentrado o iluminado que intenta dividir cero entre diez, me impuso además de la pena privativa de libertad, una multa por responsabilidad civil de algo más de 300 euros; teniendo yo una pensión no contributiva por discapacidad. Estando en prisión he podido pagar, porque no tengo muchos gastos, ya me entiende. No pago luz de mi casa o pago el mínimo; ni agua, o pago el mínimo; ni alimentos, ya sabe. Pero fuera, en libertad, se me acumulan los gastos, y el pago de la responsabilidad civil es un muro, una losa, mi lápida, una gonorrea mental, aspecto que estoy intentando solucionar, pero lleva su tiempo y tengo que alegar o demostrar, a quien corresponda, que soy un pobre y, además, no depende de mi tiempo, sino del tiempo del juez y de su misericordia el hecho de que pueda sobrevivir ¿Es que soy un número de expediente?, ¿o tengo estómago?, ¿soy de látex?

Salí antes de ayer en libertad; y no piense que me acomodo: estoy buscando trabajo para aumentar mis ingresos y cumplir con la pena. Trabajo, busco trabajo, aunque ya le he dicho lo que tengo. No es tan fácil, imagínese, me preguntarán en la entrevista sobre mi enfermedad, algo que no se debe preguntar; pero a la gente le gusta mucho meter el dedo ahí y retorcerlo. Mientras tanto, necesito algo de ayuda.

De Marte, me dice: el meteorito cree que vino de Marte y explosionó fuertemente en la corteza terrestre y los elementos químicos, ya sabe, ciencia ficción.

Me voy del despacho en silencio con las manos en los bolsillos. En la calle veo la colilla de un cigarro, apagado, que está a medio consumir. La cojo y me enciendo el cigarrillo.

Me empadronaron en la cárcel, me digo. Hasta dentro de tres meses no me pueden ayudar desde el ayuntamiento de mi pueblo, porque dejé de estar empadronado en mi casa. Un milagro legal humano en pro del bienestar social bajo el asesoramiento del despacho: ‘abogados trasquílalos Pérez’.

Tres meses, nos vemos dentro de tres meses, me dice. Autofagia obligada. Cojo la pastilla que llevo de rescate del bolsillo pequeño del pantalón, el de las monedas sin monedas, alguien me habla otra vez, son los nervios, la dopamina, yo qué sé, al menos soy consciente de ello. Pasan diez brujas sin escoba dándose sustos entre ellas. Acabo de caer en la bombona de butano, otro gasto. 484 menos 300 de responsabilidad civil, menos comida, agua, luz, butano, ¿ropa? Capullos. Otra vez al chabolo, otra vez al chabolo, otra vez al chabolo.