Los articulillos de Opinión de Antonio Balsalobre

Pistoleros

Coincide la lectura del libro con lo que tiene toda la pinta de ser un doble asesinato político. El libro es El mago del Kremlin, de Giuliano da Empoli. Los crímenes: el del opositor Navalni en una prisión de Siberia y el de Maxim Kuzmínov, el capitán ruso que desertó en agosto pasado y se pasó a Ucrania. Este último en Villayosa y a manos, por lo que parece, de pistoleros enviados por Moscú. No se podrá decir que le tiembla el pulso a Putin cuando se trata de quitarse de en medio a quien le hace sombra. Ya lo vimos cuando explotó por los aires el avión de Prigozhin, jefe del grupo de mercenarios Wagner, con él dentro. Ahora, la larga mano del déspota ha llegado hasta la vecina provincia de Alicante y si se confirma la implicación de los servicios secretos rusos en el crimen, pondrá al gobierno español ante una complicada tesitura. El relato de Empoli, apasionante, nos sumerge en los entresijos del poder ruso, por donde desfilan personajes que ejemplifican la violencia y la visceralidad de ciertas decisiones políticas. Confieso que estos días he pasado de las páginas del relato a las de los periódicos sin saber muy bien en qué mundo me encontraba. Si en el de la desalmada ficción o en el de la más sangrienta realidad.

Las madres de los sábados

Sábado, 17 de febrero. 11:50 horas. El cielo sigue estando gris en Estambul. Por momentos cae una fina lluvia. Paseo a esas horas por una calle céntrica de Galatasaray cuando me encuentro en una plaza no demasiado grande con una fuerte presencia policial. A la turca, diría yo. También observo que se va concentrando gente por los alrededores y van apareciendo cámaras de televisión. Pregunto discretamente a unos jóvenes a qué se debe ese dispositivo. Me vienen a decir que se trata de la concentración semanal de ‘Las Madres de los Sábados’. Una agrupación compuesta principalmente por madres de víctimas que combinan sentadas con vigilias como método de protesta contra las desapariciones forzadas y asesinatos políticos en Turquía durante el golpe militar de 1980 y el OHAL de los 90.​ A las doce en punto aparecen las madres. Exhiben fotografías de jóvenes con bigote, barba o corte de pelo de aquellos años. No puedo dejar de pensar mientras veo la mirada triste y acuosa de esas mujeres en esas otras madres argentinas, las de Mayo, o en esos otros muertos de nuestra guerra civil cuyos restos quieren desenterrar sus familiares de las cunetas. También me entero de que tras cientos de sábados clamando justicia se enfrentan ahora estas madres a un proceso judicial por la criminalización de su protesta.

Ídem

Nadie acusa a Ábalos, salvo quienes le tienen ganas a su partido, de ser un corrupto. De hecho, no está investigado, ni señalado, ni imputado, ni se le conoce ningún enriquecimiento ilícito, ni siquiera su nombre figura en la investigación en el caso Koldo. ¿Es justo entonces pedirle que deje su escaño, siendo como él dice “inocente”, con lo que esto implica: que se interprete como un signo de culpabilidad y lo convierta en “apestado” político, sin que esto impida, por otra parte, que cese “la cacería a otras personas?” Probablemente no lo sea, si el problema fuera solo ese. Pero hay algo más. Uno de los principales acusados es Koldo García, quien presuntamente se llevó centenares de miles de euros en comisiones ilegales en un contrato para comprar mascarillas en plena pandemia. Y ese tal Koldo fue uno de sus principales colaborares cuando era titular de Fomento y a quien él promovió a cargos que quizá no se merecía. Sí existe, por lo tanto, una responsabilidad política que no puede eludir. Tras el anuncio de su paso al grupo Mixto, su expulsión cautelar del PSOE no se ha hecho esperar. Algo muy distinto, por cierto, de lo que en su día hizo el PP con Ayuso, que cerró filas con ella porque le pareció correcto que su hermano se embolsara cientos de miles de euros por hacer lo que hizo el colaborador de Ábalos.