Horrendos y condenables
Cualquiera que se interese por la historia podrá comprobar que en 1501 -época de los Reyes Católicos- se quemó en Murcia por “judía y sinagogante” a Constanza Muñoz. Una mujer que las crónicas describen como “buena moza de Hellín”. No fue la única ni el único. Hubo otros muchos. Me ahorro todas las demás persecuciones sufridas por el pueblo judío a lo largo de los tiempos. La última, la del holocausto nazi. Que desde finales del XIX grupos de sionistas quisieran crear un estado propio y moderno que los protegiera es comprensible. Que por contingencias de la historia eso ocurriera en 1948, propiciado por la ONU, en Palestina, puede ser más cuestionable, pero es ya un hecho admitido e irreversible. Vaya, pues, por delante, mi profundo respeto por el pueblo judío, ¿Quién no ha de llevar en esta tierra algunas gotas de sangre sefardí en sus venas?
Eso no nos impide coincidir con el secretario general de la ONU, António Guterres, cuando afirma que “los ataques de Hamás no han salido de la nada” que “los palestinos viven una ocupación sofocante desde hace 56 años” o que su tierra ha sido devorada poco a poco por más de 300 asentamientos ilegales. O de añadir -ya de nuestra cosecha- que los crímenes de guerra cometidos por Hamás, aunque no vengan de la nada, son horrendos y condenables, pero que tanto o más lo son los cometidos un día tras otro por Israel contra la población civil indefensa en Gaza.
Destellos de un ideal
Hay libros que se hacen esperar. El que ha escrito Antonio Sánchez Moreno y lleva por título Historia del Partido del Trabajo en Murcia (1973-1980) era uno de ellos. Frente a la historiografía dominante sobre la Transición, que magnifica a reyes y pajes y rebaja a plebeyos (obreros, estudiantes o mujeres feministas avant l’heure), este trabajo de investigación nos habla de un tiempo y un país de verdad. De una España que conocimos y de unos años que vivimos intensamente. De un partido pequeño, pero grande en su afán, con alas anchas para vuelos utópicos y las suficientes raíces para anclarse a la realidad. De unos jóvenes que en pleno franquismo creyeron en la democracia y en la libertad, y lucharon por una España mejor (pagando algunos de ellos un alto precio personal). Sánchez Moreno se adentra con una precisión de orfebre, recopilando datos, vivencias colectivas, recuerdos personales, en aquel convulso periodo en que se pasó de la dictadura a la democracia, entre clandestinidades, inmovilismos nostálgicos o amnistías, hasta dar un apoyo decidido a la Constitución del 78 (de la que, por cierto, muchas voces espurias que la combatieron se quieren apropiar ahora). Urgía que alguien abordase ese deber de memoria, saldara esa deuda histórica. Y Sánchez Moreno lo ha hecho. En el concurrido salón del Archivo General de la Región donde se presentó el libro el pasado lunes, fueron muchos y muchas los que reivindicaron aquella lucha. Y en las miradas de la mayoría, puedo asegurar, se percibían por momentos réplicas de destellos de aquel ideal.
No dejen de leerlo, es historia viva.