Límites, según María Bernal

Límites

A veces la noche trae la calma que se necesita después de que el día haya sido tormentoso. Sin embargo, y según estudios médicos que versan sobre los ciclos circadianos y sobre la respuesta del sistema inmunológico, así como del aumento de su actividad, es el momento del día en que se agravan los síntomas de cualquier patología que se pueda padecer.

Pero, en general, la nocturnidad nos sienta bien, desconectamos físicamente del mundanal ruido que tanto nos machaca, sobre todo después del ritmo de vida al que actualmente se ve abocado el ser humano, unas veces por elección, otras por imposición; la gente es libre de elegir lo que le conviene, aunque también es cierto que en ese afán de querer imitar a los demás, se llega a perder el sentido común.

La vida ha cambiado y, quizá, para peor, en lo que a salud emocional se refiere, ya que la debilidad siempre está por encima de una fortaleza que cuesta cada vez construir con solidez. Que sí, que tal vez siempre ha pasado y como ha sido tema tabú no se hayan conocido casos como los que ahora emergen en nuestro día a día de ataques de pánico o ansiedades varias a las que muchos califican de cuento o de exageraciones, cuando la triste realidad es que ahí están, y ojalá fuera un cuento para los que la padecen, al menos el sufrimiento sería ficticio. Y ahora que se tienen los medios pertinentes para frenar cualquier problema, sigue dando vergüenza tratar la salud mental.

Craso error, si no son tratadas estas enfermedades, lo que consigue el hombre es hilar su propia mortaja que sube o baja la cremallera en función de lo que se esté dispuesto a soportar dentro de la asfixia incomprensible que supone cualquier cuadro inestable y ansioso que se presente.

Cuesta reconocer que hay un problema de salud mental cuando empiezan a brotar los primeros síntomas y lo típico que se piensa: vergüenza, igual se pasa, no me voy a obsesionar, es cuestión de descanso…Sin embargo, sana profundamente ponerse en manos de un buen especialista que mira a los ojos a ese paciente y le dice qué es lo que sucederá a lo largo de ese corto o largo proceso de recuperación: tienes ansiedad, no una enfermedad mortal. Todo saldrá bien y llegarás a conducir hasta coches de carrera. Y es entonces cuando visualizas que pronto serás un piloto imparable.

Y se llega a la meta, porque nada es para siempre, pero a la sombra de que  la tregua no va a ser eterna, aunque sí con el beneplácito clínico de que no volverán los fantasmas perturbadores de antaño, sino que simplemente se pasearán suavemente a modo de advertencia, susurrándote al oído que tienes que poner límites a todo sopesando qué es lo que te conviene y lo que no, ya que la ansiedad muere, pero sus espectros perduran para darte toques de atención cuando vuelvas a forzar la maquinaria.

He aquí el principal obstáculo; esa maquinaria cuyo depósito pierde serotonina por culpa de los excesos. No sabemos o no queremos restringir  nuestras posibilidades, bien por miedo a no agradar a todo el mundo (mayor debacle mental), bien porque, en muchos casos, poner límites significa no poder darlo todo y eso sume a la persona a una frustración que entorpece todavía más el rescate.

Crucial para superar esa ansiedad es ese ejercicio de autocontrol que va a requerir de química prescrita seguramente, además de la obediencia suma a ese médico al que vamos a llamar psiquiatra (aunque nos dé miedo pronunciar esa palabra). Si se sigue esto, se irá por el mejor camino de lucha contra la ansiedad, la histeria, la emoción acelerada y anticipada y sobre todo contra la actitud narcisista que adoptan algunos cuando se les reconoce que hacen algo bien.

Y, entonces, la obsesión mata poco a poco y los prejuicios enturbian más las posibilidades de superar cualquier desorden emocional. Cuesta decir que una persona va al psiquiatra; es preferible usar la tapadera del psicólogo, necesario también, pero con la diferencia de que no puede recetar.

Y la química es vital, siempre bajo prescripción médica, cuando el cuerpo la pide, cuando la respiración no sabe coordinarse, cuando el corazón late 180 veces por minuto, cuando duele el alma y se resquebraja la voz,  y cuando los fotorreceptores de la retina,  en lugar de convertir la luz en señales eléctricas, solo se tiñen  de un único color, el negro.

En algún momento de nuestra existencia, la vida acelerada y comprometida perfora nuestro organismo porque es imposible llegar a ser esa imagen preconcebida que la sociedad exige (de la que se debe huir), por ahí se escapan susurros, deseos, sueños, y aunque se crea que es pasajero y uno puede con todo, no siempre se podrá remar en contra. La ansiedad no es física, es un dolor psicológico y Freud, el padre del psicoanálisis lo deja bien claro: “Las amenazas a nuestra autoestima o la idea que nos hacemos de nosotros mismos, causan con frecuencia mucha más ansiedad que las amenazas a nuestra integridad física”. Por tanto, hay que empezar a recargar las pilas antes de que se agote la batería.