La remesa de articulillos independientes de Antonio Balsalobre

Mariúpol

Pasear por las calles de Rusia con una reproducción del Guernica de Picasso bajo el brazo se ha convertido para algunos en un acto de protesta contra la guerra. Es una astucia ciudadana callada que sustituye al grito prohibido contra la política de Putin y recuerda al mismo tiempo a las víctimas de la invasión. Hace ahora 85 años, Guernica fue borrada del mapa en unas horas tras un bombardeo indiscriminado. Los generales golpistas Franco y Mola no solo querían conquistar, sino también destruir, aterrorizar, someter… Los civiles se convertían en un objetivo más en la contienda. A Picasso le llevó 35 días elevar esta masacre a símbolo pictórico universal del terror y la guerra que sufría España. Y con el tiempo, también a metáfora de la barbarie de todas las guerras. La última Guernica, después de muchas otras, es Mariúpol, la ciudad del sur de Ucrania arrasada durante la invasión rusa.

Espionaje

El “caso Pegasus” coincide con mi creciente interés, sobre todo después de mi visita a Berlín (la llamada “ciudad de los espías”) el mes pasado, por el mundo de la  contrainteligencia. He revisitado desde entonces alguna novela como “El espía que surgió del frío”, visto algunas series en Filmin del tipo “Espías de Cambridge” o vuelto a disfrutar, entre otras películas, de la cinta de Spielberg “El puente de los espías”. Independientemente de su maldad o bondad intrínseca, el mundo del espionaje tiene un punto de heroísmo y de transgresión que le viene como anillo al dedo a la ficción, y que a mí me fascina. Reconoce nuestro CNI estos días que espió a líderes independentistas, pero se justifica diciendo que lo hizo de manera individualizada, no indiscriminada y siempre bajo control judicial. Sí ha sido así, debemos felicitarnos porque esa forma de proceder es buena para nuestra democracia. Si no lo ha sido, habrá ganado la literatura pero deberá caer alguna cabeza.

Un cierto alivio

Puedo llegar a comprender que las buenas noticias no sean noticias (cuando son ajenas) ¡pero las propias! Veo en algunos (en el senador “rebotado” Maroto, por ejemplo) caras de funeral tras el acuerdo alcanzado por España y Portugal con Bruselas para bajar el precio de la luz. Un notición por el que no digo que tendríamos que estar dando saltos de alegría pero sí al menos alguna muestra de satisfacción.  Y es que el visto bueno de Bruselas a este plan, que las eléctricas han intentado tumbar por varias vías, es, en el contexto económico y energético incierto en que nos movemos, “una muy buena noticia” para consumidores, pymes e industria, según dijo este martes el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y podría corroborar cualquier ciudadano de a pie. Como además ha salido adelante -con los votos en contra, por cierto, de los de siempre- el decreto anticrisis para amortiguar los preocupantes efectos de la guerra en Ucrania, más motivos tenemos para sentir, como poco, un cierto alivio.

Otro sueño

Juan Diego era mucho Juan Diego. “Un inmenso actor de teatro y un inmenso hombre de cine”, en palabras de otro inmenso artista, el pintor y escultor ciezano José Lucas. Diego y Lucas han compartido amistad. Será por eso que se le quiebra la voz cuando a media mañana del jueves comparte por teléfono con algunos allegados la profunda conmoción que le ha producido la muerte del amigo. “Un artista comprometido de verdad, de los más brillantes de la historia del cine español, que además huía del brillo”. Antológica y demoledora para el “señoritismo” español es su interpretación del “señorito Iván”, en “Los santos inocentes”. No es la única. Pero hay otra que para Lucas supera a todas: haber sido el mejor en declamar el monólogo del mísero y calderoniano Segismundo, dirigido por José Tamayo. Pues eso, Juan, sigue soñando alto y libre. ¿Acaso no acaba de empezar para ti otro sueño?

 

 

Escribir un comentario