La despedida de José Antonio Vergara Parra

Despedida

Dicen quienes me leen que soy contradictorio y dicen bien pues, en efecto, lo soy. Que igual hilo que trasquilo y que blando la muleta con la derecha y otras con la izquierda. Y dicen verdad también. Otros me han dicho cosas más gruesas y en su derecho están pues salir a la intemperie tiene unos riesgos que conviene asumir.

Mis comienzos en la política fueron tan azarosos como amargos pero definitivamente reveladores. Desde entonces, he ejercido la política desde la acera, viéndolas venir y escribiendo desde diversos ambones con mejor o peor acierto. Pero se acabó.

Hubo un tiempo de desolación en el que zurdos y solamente zurdos me tendieron manos limpias y desinteresadas. Y eso no lo olvidaré jamás. Hubo un tiempo, todavía inconcluso, en el que algunas ideas de la izquierda conquistaron mi corazón mientras la razón, díscola y calculadora, andaba sitiada y recelosa.

Hay ideas bucólicas que no acaban de funcionar aunque tal vez la culpa  sea del mismo hombre, que mancilla cuanto toca. O quizá no y sean las ideas, algunas de ellas, las que decaen por su propio peso. No lo sé. Sé que hay personas maravillosas que dicen ser de izquierdas o de derechas, que me importa lo primero y nada lo segundo. Sé que la verdad es esquiva y poliédrica, que tamizamos la realidad desde las propias circunstancias; plurales y determinantes como el escoplo a la madera. Que sobra odio y falta empatía. Que menudea el criterio como sobreabunda la capitulación moral.

No puedo intervenir en este juego perverso de amores y odios irreconciliables. Ni quiero. No puedo competir con quienes mienten a sabiendas o esparcen lixiviados informativos. Ni quiero. No puedo estar a la altura de los que trampean la democracia por serles adversa ni con los que, juicio ad hominem mediante, despachan al hombre pues, por su incapacidad o soberbia, no pueden con la idea.

Detesto los bandos y las esquinas. Y las atalayas donde anidan rapaces sin alma. Maldigo las sectas de toda índole, donde la liturgia anula la palabra. Me compadezco de quienes, desdeñando la fina ironía u otros resortes de la retórica, se entregan al oprobio y a las malas artes. Aborrezco a los ladrones, malversadores, tunantes, comisionistas y despilfarradores que, con piel de cordero y amplia sonrisa, comparecen por elecciones. Y no digamos nada de quienes en la política atisban un campo experimental para desarrollar narcisismos patológicos u otros trastornos que deberían venir curados de casa.

Desprecio a felones y cobardes que llevan décadas desguazando nuestra patria por 30 monedas y un cuarto de hora más en el poder. Y de esto pocos o casi ninguno se libra pues cuando mentan conceptos como gobernabilidad, consenso o traspasos de transferencias quieren decir, en realidad, poder, claudicación y demolición controlada de la nación española.

En estas estamos. Unos entregados al disparate y otros al dinero. Y cada bando con sus legiones de feligreses para los que el odio hacia el otro enerva toda esperanza de reflexión. Mas la tormenta sería imperfecta si faltasen los satélites informativos de aquestos y esotros que orbitan alrededor de sus mecenas y no de la verdad que, además de molesta, desbarata titulares con tirón comercial.

Para serles franco, no tengo un ápice de contradicción. En absoluto. Tengo centrado el corazón aunque ligeramente inclinado hacia la izquierda. Y mi sangre no es añil sino roja como la de los españoles que, desde diversos cadalsos, construyeron una España mejor. Por el contrario, dadas las circunstancias, a mi enseña le sobran el escusón de Borbón-Anjou y la corona real. Nada tengo contra los blasones de Castilla, León, Aragón y Navarra. Todo lo contrario. Y no me son hostiles las columnas de Hércules ni el lema plus ultra pues, como habría dicho Buzz Lightyear, amo a España hasta el infinito y más allá.

Les decía que no soy contradictorio aunque sí consciente de la propia inopia. Cuando reconocemos la propia ignorancia más cerca andamos de la sabiduría. El sabio, intelectual o no, saborea la vida mientras le es posible y el verdadero conocimiento exige mansedumbre, humildad y amor. No puedo servir a dos señores y como sólo quiero servir a UNO, no puedo andar de greña con mis hermanos, que son también sus hijos. Me interesa lo que nos une y no lo que nos separa. No atisben armisticio y sí tregua. Efímera o eterna; ya se verá.

Discúlpeme vuesa merced mas tengo descerrajados los huesos y contrito el ánimo, que muchos han sido los volteos por despiadadas aspas. Apremian caballeros andantes, de amplias hechuras y estómagos recios pues muchos son los agravios por desfacer, entuertos que enderezar y sinrazones que enmendar. Yo, falto de corcel y fuerzas para andanza  alguna, me quedaré en retaguardia sin más compañía que la de mis escasas certezas ni más arma que mi pluma, contradictoria según parece, pero honesta. Dios mediante, me adentraré en otros mundos donde no haya vencedores ni vencidos, donde el espíritu no hiperventile y en el que la cuartilla profanada dormite en paz.