El cianuro bueno, por Higinio Morote

El cianuro bueno

-No hay nada más sobrio que el exceso- sentencia Lady Violet.

-¡Lo hemos cumplido a rajatabla! – espeto yo.

Vamos a decir que no estamos teniendo la mejor quincena del mundo, la vida es así. No todo puede ser una nube fantabulosa todo el tiempo. A veces, solo se quieren romper las vajillas, rajar alfombras (persas-sigh) y salir a gritar de amargura al balcón (pero no soy una rumana parisien y ni siquiera me lo planteo)

Con las más altas cotas de contagios, cifras alarmantes, hospitales atestados y sanitarios extenuados- héroes sin capa los llegamos a llamar, sería gracioso, si no fuera deprimente- vemos, como nuestra permanecía en la vida está cada vez más cerca de ser revertida; recuerden, la vida nos tiene a nosotros, no nosotros a la vida (que decía nuestro inmortal Gala)

Entonces… ¿entonces? ¿Entonces? Entonces qué.

Lo hemos trabajado a pulso, todos unidos, como en ‘Fuenteovejuna’, el problema, es  que parece que el mejor alcalde no es el rey.

Les decía en mi primera columna que debíamos acusarnos- yo el primero- y debemos hacerlo sin más remedio, sin remisión, y viendo nuestros dobladillos interiores.

Y lo crucial a parte de dar un respiro, a nuestro sistema sanitario, económico y social (que no les voy yo a dar aquí cifras, datos, estadísticas, previsiones, residentes trabajando sin descanso, sin vacuna y como tardemos un poco más, sin vida-las nuestras en un futuro, claro-de chocar contra un muro de travertino)  primero: por absoluto desconocimiento, segundo: por salud mental, encuentro. Pero como decía: lo crucial de la forma de vida de cada persona es aquello que revela con sus manías (de los vicios hablamos otro día)  entonces cuando no hemos tenido en cuenta que aquellas soirées a destiempo podría devolvernos a un tiempo, que ya no lo es en sí mismo… ¿En qué pensábamos? ¿Nos creíamos inmortales? O tal vez ¿es qué somos idiotas?

Creo cada vez menos en la estulticia humana, o quizás era más, y me he autocensurado; miren no lo sé. Pero estos ambigús deberían ir acabando ya- que una señora, siempre sabe cuando irse de una fiesta, y en este caso cuando ni siquiera debe celebrarla-. Deberíamos mirarnos más en ese Don Enrique, personaje del teatro, que estrenó Guillermo Marín, allá por el sesenta y tres. Y menos en la señorita Laura de la misma obra. Porque como entonces, y como ahora, y por este camino, de turnos doblados, U.C.I improvisadas, hospitales de campaña por los aires (esto hasta literal en algunos casos) y personas agotadas.

En la puerta de urgencias, o al otro lado del teléfono de un rastreador, yo no preguntaría por el seguimiento de P.C.R positiva; según el caso por supuesto, preguntaría:

-El cianuro ¿solo o con leche?

Para todo lo demás, un aplauso al cielo. Hasta siempre.

 

 

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