Europa realmente unida
Hace un par de semanas surgió una polémica a causa de la sanción deportiva y económica que aplicaron en la liga de fútbol inglesa al deportista uruguayo del Manchester United Edison Cavani. El motivo fue agradecer a un amigo la felicitación por haber anotado dos goles con la expresión “gracias negrito”. Independiente de la adicción que en las sociedades modernas occidentales hemos adquirido por el lenguaje políticamente correcto, especialmente las anglosajonas, es impensable que Cavani no esté al tanto de la hipersensibilidad con estos asuntos que tienen en Inglaterra, un país que ha sido racista hasta la médula. Tanto el jugador como el club aceptaron la sanción simplemente indicando que el jugador no es racista, y explicando el suceso, aunque lo chocante ha sido la reacción producida en Uruguay, donde se activó una campaña en apoyo a Cavani con, entre otros, la creación de un vino llamado Gracias negrito o un comunicado de apoyo de la selección nacional del uruguayo, pretendiendo darle la vuelta a la tortilla con declaraciones como que “lo que está en la cabeza de los dirigentes de la Federación Inglesa de fútbol supone en sí un verdadero acto discriminatorio, totalmente reprobable, en contra de la cultura urugaya (…) Lamentablemente, expresan a través de su sanción una total ignorancia y desprecio por una visión multicultural del mundo, respetuosa con la pluralidad”. ¿Cómo se le queda el cuerpo? La federación inglesa en su afán de combatir el racismo ha quedado ante la sociedad uruguaya, como intolerante.
Creo que en los tiempos que corren todos deberíamos ser más cuidadosos con nuestra forma de expresarnos y tratar al prójimo, del mismo modo que quien se desplaza a un lugar nuevo, debe respetar y ser considerado con los habitantes nativos (en ambas direcciones, no sé si me entienden). No obstante, ¿hasta qué punto debe llegar dicha consideración? ¿Cómo debemos actuar ante un caso como el uruguayo donde ven normal, y hasta cariñoso decirle negro o negrito a un negro? Igual que no se debe discriminar por el color de la piel o la raza, ¿cuál debe ser nuestra forma de actuar, y/o la de nuestros gobiernos con países donde se ahorca públicamente colgando de una grúa a personas por su orientación sexual? ¿O por sexo, marginando a la mujer en todos los ámbitos? ¿Y con regímenes que no respetan la libertad de prensa o de pensamiento? En definitiva, en todos aquellos sitios donde el respeto a los derechos humanos es solo una quimera fuera del alcance de los habitantes de dichos países.
Hay personas que alegan que en esos países la gente es feliz, como algún reputado futbolista. Puede ser, no lo discuto, pero no es menos cierto que la raza humana tiene una capacidad de adaptación fuera de toda duda. Se puede ser feliz viviendo en climas extremos como el polar, o el desértico, se puede ser feliz en una dictadura y se puede ser feliz en una democracia; o incluso en medio de una pandemia por coronavirus donde se restringen nuestros derechos y costumbres como hacía mucho tiempo que no se veía se puede ser feliz. Pero no es menos cierto que cuando algunos derechos básicos brillan por su ausencia, mucha gente sufre; y si lucha por esos derechos sufre privación de libertad o incluso la muerte.
Lo malo es que nos hemos acostumbrado a estos abusos y a que en una amplia parte del globo terráqueo no se respete la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por lo que no hacemos nada por solucionarlo, todavía peor. Esta semana partía hacia Rumanía una misión de cazas españoles que van a participar en la defensa aérea de Rumanía. ¿Defensa de qué, se preguntará alguno? Se sorprenderán quizás si supieran que este año es el octavo consecutivo que cazas españoles se despliegan en los países bálticos ante la amenaza y continua violación del espacio aéreo de estos países por parte de la aviación rusa. Recordemos también la invasión de su ejército de Crimea, intervenciones en el Cáucaso, en la guerra civil Siria, etc. Queramos, o no, el gobernador vitalicio ruso, aquel que persigue con saña a sus enemigos políticos, se ha convertido en uno de los actores principales del escenario europeo y mundial. No podemos olvidar tampoco que el jefe de gobierno de la mayor economía mundial, la dictadura comunista China, dijo en un discurso a sus fuerzas armadas, uno de los mayores ejércitos del mundo, que estuvieran preparadas. Preparadas, ¿para qué? En España pensamos que el ejército únicamente sirve para quitar barro o nieve cuando suceden desastres climatológicos, sin embargo, no en todos sitios piensan igual. No quiero decir con esto que vaya a estallar una guerra de forma inminente, pero en muchas ocasiones, tan solo la amenaza de esta, aunque sea velada, es suficiente para conseguir un objetivo.
Por nuestra parte, Estados Unidos ha dejado de ser un socio confiable, como hemos visto con la postura de Trump frente a la Unión Europea tanto a nivel económico como militar. No sabemos cómo se comportará ahora el gobierno entrante “demócrata” pero debemos empezar a entender que el paraguas de la fuerza bélica norteamericana no siempre estará a nuestra disposición. Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, y solo hemos intentando buscar soluciones globales cuando el desastre ya se había consumado, como con los 14 puntos del presidente norteamericano Wilson, en las postrimerías de la primera guerra mundial, o esta declaración de los derechos humanos tras la segunda. Por lo pronto, la Unión Europea debería erigirse en bastión de las libertades, intentar resistir los influjos populistas y dictatoriales que tiene tanto dentro como fuera de sus fronteras y trabajar de verdad por los derechos humanos de forma global; esta declaración universal, con más de 70 años de vigencia, debe ser el punto de partida y el principio irrenunciable de relación con cualquier otro país, organización, o persona. Quien no esté dispuesto a asumirla no debería tener nada que hacer con nosotros.