Cuchillo en mano, por María Bernal

Cuchillo en mano

Cuesta creer que en España en un centro educativo pueda ocurrir una desgracia, máxime cuando esta es intencionada. Suena, y muy a lo lejos, a institutos de EEUU el hecho de levantarnos con la fatídica noticia de que un alumno ha entrado a un centro de Secundaria con un arma y ha disparado a compañeros y a profesores.

Pese a todo, a los docentes nos cuesta asimilar que eso sucede, aunque sea en otros países, principalmente, cuando los que nos dedicamos a la enseñanza lo hacemos ayudando en la medida de nuestras posibilidades a todos los alumnos, de ahí que nos cueste asimilar que en un momento puntual uno de nuestros chavales, esos a los que tanto enseñamos, esos a las que tantas normas les inculcamos para que sean personas correctas, esos a los que tanto y con mucho gusto escuchamos cuando tienen un problema, esos que hacen que se nos esboce una sonrisa en los días grises, esos con los que tantas horas compartimos y esos que nos ofrecen la palabra gratitud cuando les echamos una mano, saque un cuchillo y a modo de venganza, para colmo anunciada el día anterior, hiera a dos compañeros y a tres profesores.

Duele imaginarse ese escenario donde tomarse la justicia por su mano es cuestión de un cuchillo en mano. Esto no funciona así y dar crédito a comentarios de personas adultas acerca de esta aprobación es intolerable, sobre todo cuando el clamor popular coincide en que ha hecho lo correcto, si es para vengarse de los que supuestamente lo habían acosado días atrás. Justificar la violencia no es el camino más esperanzador para una sociedad en la que el incivismo se está apoderando cada vez más del estilo de vida de muchas de sus personas y en la que las redes sociales se han convertido en el manual del ciudadano políticamente incorrecto.

Normalizar esto es convertir a los jóvenes en dueños y soberanos no solo de sus vidas, sino también de la de los demás cuando se les antoje. Que sí, que muchos comulgamos, en ese momento de pérdida del sentido común,  con la idea de que en un momento de desesperación y de sufrimiento se pueda llegar a cometer locuras, pero lejos de esa fantasía, porque quiero creer que argumentar esta actitud solo es producto de la imaginación y no de la acción, no podemos consentir que la solución a los problemas sea echarse en la mochila un par de cuchillos.

Lo que sucedió hace unos días en un instituto de Jerez es inaudito e injustificable: un chaval de 14 años llega a clase con dos cuchillos de cocina con el objetivo de apuñalar a unos compañeros que, presuntamente, el día anterior le habían gastado ciertas bromas que no eran de su agrado. Recién empezada la jornada, cuchillo en mano y toda una clase paralizada por el pánico, por la sangre y por los cortes de algunos de los allí presentes. Un chaval integrado, buen estudiante que, al parecer, nunca había dado parte de que se metían con él, por lo que no había constancia de ningún protocolo de acoso.

Hablemos de bullying. Sobre este tema se está luchando bastante en la mayoría de los centros con los programas de mediación entre iguales a través de los cuales se forma a alumnos para que sean miembros de los llamados grupos de convivencia y puedan trabajar la mediación. Ahora bien, todos los casos no siempre se resuelven como debería de hacerse, unas veces, aunque me cueste creerlo, por omisión del centro al lavarse las manos, pero otras veces porque resulta imposible dar respuesta a muchos casos para los que apenas tenemos recursos por falta de personal en los centros, por la ralentización de los protocolos, así como por la invisibilidad que hay por miedo a revelarlo.

Son múltiples los factores que se dan a la hora de afrontar un caso tan sumamente delicado como es el del acoso: no se puede criminalizar con el primer aviso, por lo que es conveniente realizar un seguimiento que no debería demorarse tanto si la Administración concediera las horas que se ahorra en materia de convivencia, el fallo está fundamentalmente ahí y nadie hace nada, nadie los culpa de que no podamos controlar estas situaciones. Actualmente, decir que un centro echa balones fuera es generalizar y admitir un caso de omisión de socorro, faltándole así el respeto a los docentes que además de enseñar, están convirtiéndose en policías, enfermeros, abogados, celestinos, coach,  ángeles de la guarda…

La respuesta no está en la Ley del Talión, la del ojo por ojo y diente por diente, el error es creer e inculcar que hay que tomarse la justicia por su mano porque es entonces cuando el horror puede campar a sus anchas y meterse en la mochila de más jóvenes quienes, cuchillo en mano, hagan de las suyas sin ser conscientes de que lo que ellos consideran la solución es sin lugar a dudas su mayor condena.