Cieza y el drama de la migración de los salen (Parte III)

En España la fuga de cerebros es un hecho evidente con consecuencias negativas para el conjunto del país

Encarnación Juliá García

Cuarta semana de marzo. En Cieza acaban de terminar los actos de celebración de la floración de los campos de melocotonero y aún están de fucsia comercios y monumentos. De ser el pueblo, visto como grupo humano, un árbol de carne, pienso que serían sus hijas e hijos la flor y el fruto, en cuyo bienestar y felicidad habría que situar nuestra noción de riqueza. 1,5 millones de jóvenes españoles emigrados por falta de oportunidades de desarrollo profesional, en tan solo 15 años, deberían dar que pensar también a los que están al mando.

Me entrevisto con María del Carmen González García, investigadora ciezana que trabaja en el laboratorio COBRA, de la Universidad de Rouen en Normandía (Francia), como parte del grupo nanoFRET. Tiene 28 años y está allí desde diciembre del año pasado con una beca postdoctoral financiada por la Unión Europea. Es licenciada y doctorada en Farmacia por la universidad de Granada. Su campo de trabajo son las nanopartículas fluorescentes, que se investigan principalmente para poder detectar a partir de una simple muestra de sangre las porciones de ARN que enferman de cáncer. Un desafío prioritario para erradicar esta enfermedad, que la OMS reconoce como “epidemia global”, es conseguir la detección de los casos en fase temprana para poder tratarla a tiempo y aumentar la probabilidad de salvar las vidas de millones de personas, para lo que hay que conseguir pruebas diagnósticas sencillas y económicas, accesibles para todos. Pero resulta que más allá de la fase de investigación está la de ensayos clínicos, financiación para dar salida comercial…Todo el proceso es lento cuando no hay dinero suficiente o no hay interés por parte de las empresas y los gobiernos, y son éstos últimos los que suelen costear las investigaciones, mientras la comercialización de los productos farmacéuticos suele ser de explotación privada.

En primer lugar, le explico a Carmen que la serie de artículos que estoy escribiendo se ha llamado Cieza y el drama de la migración, y le señalo por qué es un drama. Lo es en dos sentidos. Por un lado, está la pérdida para el país porque es una fuga de cerebros, y además de la población más joven, todavía en edad fértil y con la capacidad de trabajo y de innovación asociada a la juventud, que, por otra parte, debiendo ser el relevo generacional, pierde oportunidad de serlo cuando se le priva del contacto con las generaciones anteriores debido a un exilio prolongado. Y por otro, están los problemas asociados a la situación material y el duelo migratorio de los jóvenes, la mayoría muy cualificados, que se ven forzados a irse para poder hacer en otro país europeo lo que aquí no pueden hacer. Le pregunto en qué medida se identifica con ese perfil, si tenía dónde elegir, si lo que está haciendo ahí lo podía haber hecho aquí. Porque puede ser que para ella no suponga ningún drama, aunque para el país sí, y que simplemente esté pasando ahí como una estancia. Y me responde que desde luego que es así como lo estoy describiendo, que se fue obligada por las circunstancias.

Tiene detrás una larga historia, una auténtica carrera de obstáculos. Pensemos que aún en 2019 tan solo un 38% de población española en edad de trabajar había logrado acceder a la educación superior, o sea, al nivel universitario (dato de Eurydice España-Redie, Ministerio de Educación), y solo un 1% de la población en edad de trabajar se dedica a ciencia e investigación. Dentro de ese sector, en ese año 2019, a nivel mundial solo un 30% de quienes trabajan en ciencia e ingenierías son mujeres, según la UNESCO, un 41% en Europa, según Eurostat. No fue hasta los años 70 del siglo pasado que la universidad española comenzó a notar la entrada de jóvenes procedentes de familias de clase trabajadora, y en el caso de las mujeres es la década de los 90 la que marca la diferencia, de manera que ya en el año 2000 superaban en número a los hombres universitarios. Ahora bien, este aumento de la población universitaria no se ha dado sin una segregación interna según grado, quedando los del sector STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas) que son las que tienen más prestigio, salida laboral y mejores sueldos, casi siempre para los hijos varones de los estratos altos de la sociedad. Por tanto, las mujeres de extracción humilde quedarían doblemente segregadas por una serie de mecanismos más o menos directos, desde la socialización de género, pasando por las notas de corte y los números clausus (plazas limitadas), hasta la presión de las bajas expectativas de ocupación para la mujer que reflejan los datos estadísticos en contraste con los hombres que se han licenciado en lo mismo. Entonces, el haber llegado a fase de contrato postdoctoral significa sobrevivir a esos mecanismos de selección que operan dentro del sistema educativo y dentro del mercado laboral, y que se nos ha inculcado que son más consecuencia de diferencias de capacidad natural que de restricción sobre la creación de empleo en determinadas actividades al objeto de sostener una pirámide laboral y social. Pero no todo acaba aquí, porque una vez llegados al ejercicio de la ciencia mantenerse implica someterse a una feroz meritocracia.

Me cuenta Carmen que lo más duro hasta la fecha fue poder empezar a investigar. El hándicap para tener financiación es siempre la falta de experiencia. Una pescadilla que se muerde la cola porque si no la tienes, no tienes currículum y no te dan beca, ni puesto en un laboratorio del CSIC o la Universidad. Así es, para que entren primero los más experimentados, porque hay muy pocas plazas. Total, que la edad media para estar fijo es a los 40. Hasta entonces no tienes estabilidad laboral, ni por tanto vas a tener estabilidad en tu vida. Después de más de 20 años de vivir para estudiar y renunciar a mucho, resulta que aparte del gran privilegio que supone formarse al máximo y trabajar según la vocación, los que investigan no se diferencian tanto en esto con los que están en trabajos descualificados. De hecho, el 1% de población que retiene casi el 90% de la riqueza en el mundo, no son científicos sino directivos, ejecutivos y propietarios de grandes empresas. Los científicos son becarios hasta más allá de los 30 años en España y en otros países. Este es el horizonte que se le presentaba a Carmen al terminar el doctorado, que hizo en Granada, el primer año sin financiación, luego con contrato de grupo de investigación y finalmente hasta diciembre de 2022 con una beca FPI (Formación de Personal Investigador) del Ministerio de Ciencia. Llegada a ese punto, tuvo que emigrar por la dificultad para poder seguir con contrato o beca.  Estancias ha tenido durante el doctorado en Alemania y otros países, pero es otra cosa, son temporadas cortas para perfeccionarse en su formación. Esto supone al menos un año de contrato que ya tiene, y seguramente otro más, con la idea de adquirir un currículum para luego volver a España a que la ANECA la habilite para poder optar a una plaza universitaria. Pero ni lo tiene seguro aquí ni lo tiene allí, qué va a pasar cuando se le acabe la beca, no lo sabe. La financiación es de la UE, no de Francia, aunque le acaban de conceder una beca europea Marie Curie, lo que por lo pronto le permitirá estar ahí un año más, con más presupuesto para poder comprar los reactivos, o hacer cursos, o participar en congresos, y lo que antes recibía del grupo le permitirá a éste contratar a otra persona o realizar compras necesarias a la investigación.