Cieza y el drama de la migración de los que entran (Parte II)

Testimonio de las duras condiciones laborales que padecen las mujeres migrantes que trabajan como empleadas de hogar

Encarnación Juliá García

Experiencia en Cieza: de migrante en situación irregular a la nacionalidad española

L.E. vino aquí porque sabía que iba a trabajar seguro, porque le iban a ofrecer trabajo de cuidadora, la mayor parte de las veces, de personas mayores, pero no de manera legal. Entra al país sin contrato previo, sin permiso de residencia ni de trabajo, y una vez que entra en contacto con la primera familia ciezana le explican que la anciana que va a cuidar no llega con su pensión para poder costear el tenerla con contrato. Y hasta que pasa un mínimo de dos años de estar empadronada no hay permiso de residencia: cosas como teléfono o módem portátil las consiguen a través de otras migrantes que ya están legales, e incluso pueden pagar una habitación de alquiler para constar como que están empadronadas en la localidad. Y las condiciones de trabajo van a ser muy desfavorables para la trabajadora migrante en situación irregular (puntualizar aquí que no se ha de llamar “ilegal” a la persona, porque equivale a criminalizarla: ilegal es su situación).

Posteriormente, hay una serie de límites que se van vulnerando, de forma que el trabajo acaba siendo más cercano a la servidumbre que al salariado. Tal como ella relata: “Al final estás como ama de casa: comida, lavadora, limpias, compras…tú llevas la casa. Y hay trabajos en los que te quedas día y noche. En mi primer trabajo libraba una hora todos los días: salía a las siete y regresaba a las ocho. Y eso sin apoyo ninguno de tu familia, que está lejos. Fíjate la mentalidad con que venimos, que cuando llegue aquí pregunté si podíamos ir a la iglesia, porque se supone que estás ilegal. La mayoría no tenía conocimiento, porque estaban en la ilegalidad y no se atrevían a preguntar”.

A los cinco años logró empezar a trabajar con contrato y como externa, sin pasar las noches en la casa donde trabajaba, gracias a que la anciana disponía de cuatro pagas, entre las suyas y las de viudez: dos de España y dos de Francia. Aún así, de lo que le daban, 700 euros mensuales, le descontaban 150 euros para pagar la seguridad social. Resalta la vinculación con la persona anciana y el duelo tras su muerte: “Le das besos, como si fuera tu madre, le lavas, le limpias…No me daba asco sus cosas. Ninguna de las que trabaja en esto lo percibe. Llega un momento en que ya lo sientes tuyo. Aparte, como estás sola y es la que te acompaña, pues el roce hace el cariño. A mí me encantaba escuchar las historias de ellas, cuando tenían que comer, cuando se iban a lavar al río, que si el esparto, que si se acordaba de esto, que si las recetas… Lo pasé tan mal con ellas cuando murieron…Me encariñaba mucho”.

Después de regularizar su situación en España, y tras la muerte de la segunda anciana que cuidó, L.E., trabajó en la restauración, donde no le pagaban a tiempo, sin límite de horas. Y en otros trabajos como en almacenes de frutas y comercios. Pero ya ha podido optar a salir del empleo de cuidadora y poder elegir otras ofertas. En la actualidad, y diez años después de llegar a Cieza, se ha nacionalizado española y tiene un hijo ciezano. Al tener el niño, hubo un tiempo de descanso en el que estudió en la escuela de adultos y superó la prueba de acceso a la universidad por libre. Ahora sigue luchando para convalidar sus estudios de Magisterio o por iniciar grado universitario equivalente.

Al preguntarle sobre la percepción del inmigrante en Cieza y si notó racismo, me comenta: “No he vivido que me hayan insultado o me hayan tratado mal, pero he tenido compañeras hondureñas que me comentan cosas. Una me contó que una señora no permitía que durmiera en la cama y debía hacerlo en su colchoneta. Tenía su plato, su tenedor y su vaso, como si estuviera en la cárcel, y así trabajaba. Eso no lo he vivido, pero he escuchado las historias. Las he escuchado y no creo que mientan en esas historias, porque entre paisanos nos desahogamos.” Y añade: “A los niños, como a mi hijo, me gustaría que no le pusieran etiquetas nunca, como por ejemplo se suele decir a los ecuatorianos: los panchitos. Así los niños desde, que salen de la casa, ya saben que ellos no se tienen que molestar; los van mentalizando, y eso no tiene que ser así.” ¿Y qué futuro le gustaría para su hijo? Esta es su respuesta: “Pues que sea un hombre de bien y que ayude mucho a la gente que lo necesite, porque yo le contaré lo que su mamá ha pasado, lo que es andar fuera de tu país, y ya él verá. Yo creo que es el anhelo de todos, regresar a tu hogar. Con mi casa me conformo y con poner un negocio. Pero van pasando los años y allí, ni casa ni negocio ni nada, y te enfermas de estar aquí…Hay personas que no lo aguantan. En mi caso no dejé responsabilidades, ya que mis padres son mayores. Los que dejan hijos ahí lo tienen que pasar muy mal. Las que lo pasan peor son las madres que se vienen dejando sus hijos.” ¡Y quién sabe si cuando su hijo crezca no será otro ciezano migrante por el mundo para poder trabajar en lo suyo!

Comentario final y conclusiones

La experiencia que reporta la entrevistada se corresponde con lo que muestran los estudios disponibles acerca de las migrantes latinoamericanas dedicadas al cuidado de mayores. En concreto, el artículo Género, Trabajo Social y fenómeno migratorio: las cuidadoras internas  latinoamericanas en España, de Mario Millán Franco y Paula Rodriguez Lobato, publicado en Documentos de trabajo social: Revista de trabajo y acción social, ISSN 1133-6552, Nº. 64, 2021, págs. 188-216, resume las conclusiones de toda la bibliografía acerca del tema. Se constata el fenómeno de la feminización de la migración en años recientes, en España y en el mundo, lo cual se sabe gracias al origen de las remesas. Y se asocia a la crisis de los cuidados. Por una parte, el aumento de la esperanza de vida y la próxima llegada a la edad de jubilación de las generaciones del baby boom (nacidos entre 1957-77), suponen mucha población mayor de 65 años en relación a la población en edad de trabajar. Esta tendencia va acompañada del descenso de natalidad por debajo del nivel de reemplazo generacional, existiendo ya en España un tercio de mujeres nacidas entre el 75 y el 80 que van a llegar a los 50 años sin tener hijos por los largos años de formación y de inestabilidad económica y emocional. Pero cuando desde la política se habla de envejecimiento y sostenibilidad de las pensiones, este problema se pasa por alto, igual que se invisibiliza la posibilidad de un envejecimiento más saludable y con menos gastos sanitarios, lo cual depende mucho de la salud laboral y del estado de salud con que se termina la vida laboral. Tampoco se suele mencionar la posibilidad de subir los salarios por cotizante, o que los empresarios coticen más por trabajador, o la necesidad de reducir el paro. Esto, suponiendo que el Estado no gaste el fondo de reserva o hucha de las pensiones en otros gastos, que es lo que sucedió durante el mandato de Rajoy. Simplemente se da por hecho que son los trabajadores y pensionistas los que van a cargar con el aumento de impuestos o con el recorte de gasto social, y la solución dada por los estados es postergar la edad de jubilación, de forma que muchos mueran antes de cobrar la pensión.

Otra causa es la falta de conciliación de la vida familiar y laboral, al mismo tiempo que la ausencia de corresponsabilidad de hombres y mujeres en el hogar. Injusticias de género y de clase cuyas consecuencias se transfieren a una categoría de mujeres, inmigrantes latinoamericanas, que van a sufrir una triple discriminación: de clase, de género y racial, sufriendo explotación laboral extrema, el síndrome del cuidador y, en no pocos casos, abusos sexuales. Estas, a su vez, delegan el cuidado de sus hijos a otras mujeres de la familia o a otras cuidadoras en peor situación, generándose cadenas de cuidados marcadas por la desigualdad de poder y dinero. En sus países el capital internacional destruye sus territorios. El capital se mueve con libertad, mientras las personas mueren por migrar a unos países que, en el caso que nos ocupa, claramente, sostienen una doble moral hacia el inmigrante: a estas mujeres las demandan para cuidar a los mayores, pero no las quieren en situación legal, al tiempo que las rechazan socialmente. Es curioso cómo las mujeres iberoamericanas han venido a socorrer al pueblo español ante una crisis demográfica de envejecimiento cuando el estado español, históricamente, propició, con la conquista y sus consecuencias, la hecatombe demográfica de las poblaciones originarias americanas. A España le están pagando con bien el mal que les hicieron. Entonces, con más razón, y a la vista de la historia, estas personas se merecen otro tratamiento que el que les estamos dando. Principalmente, que seamos valientes y luchemos por nuestro derecho a la conciliación familiar. Y si se tiene que recurrir a alguien, que sea por pocas horas, como un apoyo, y con plenas garantías laborales que no recaigan en coste sobre las familias, como está sucediendo con la seguridad social y el paro (esto contribuye a que, de 800.000 cuidadoras, 250.000 sigan trabajando sin contrato. Ver imagen de Statista). Pero esta especialización, como tal, es inhumana. Tener personas internas 24 horas es una esclavitud en el siglo XXI. En la estructura funcional de nuestras sociedades actuales hay funciones que deberían tender a integrarse, por ser responsabilidad de cada hogar y cada familia. Algunas de ellas se corresponden con lo que se llama labores del hogar y gran parte de los cuidados, el trabajo que en la antigüedad realizaban los esclavos, lo que toda la vida han hecho las mujeres y, hoy en día, lo que tenemos que hacer cada uno de nosotros, en contra de la externalización y de la privatización, exigiendo medidas de conciliación laboral. Al mismo tiempo que es de justicia que si se pagan impuestos por sostener un Estado con servicios sociales, también lo es que haya un servicio público de asistencia a domicilio que cubra las necesidades de apoyo a las familias con personas dependientes. Además, no debemos olvidar que el derecho laboral más favorable para las personas inmigrantes sería el de trabajar en su país y según su vocación, lo mismo que en el caso de los ciezanos emigrados por falta de oportunidades laborales; por lo que habría que reconsiderar la contribución que hacemos a un sistema económico mundial que propicia el drama de la migración forzosa por necesidad.