Cada día más difícil, según Diego J. García Molina

Cada día más difícil

Me asombra como les cuesta a las personas hoy en día hablar de política. Hace unos veinte años no era el principal interés del común de los mortales. Solo se comentaban las típicas gracietas sobre las meteduras de pata de los políticos, los casos de corrupción de los que nadie se asombraba y algo de picante de la política local. Tampoco es que fuera una política tan intrusiva con respecto a nuestras vidas, ni que nos afectara tanto económicamente, ni que llegara a amenazar nuestra propiedad privada (no olvidemos, base de una democracia y prácticamente de cualquier sistema civilizado). No obstante, en estos momentos, supongo que el hastío de tantos años de malas formas, imposición de la ideología por encima del sentido común, y la polarización extrema que conduce a la violencia verbal, y luego física, contribuye a este ambiente esquivo, en el que a las personas les cuesta significarse. En el sentido de que la mayoría de la gente está de acuerdo, como expresó abiertamente el flamante campeón del Dakar Carlos Sainz, en que Sánchez Pérez-Castejón no tiene el perfil más adecuado para ser el presidente de una nación como la española, ni que las políticas y propuestas (dicho sea de paso, más que del PSOE, casi todas son de sus socios, ya sean de dentro del gobierno o sus apoyos nacionalistas) sean las más coherentes o las que más nos benefician como sociedad. Existen ejemplos de ocurrencias disparatadas casi todas las semanas. Sin embargo, a nadie le apetece dar el primer paso en una conversación política; enredarse en comentar la situación con calma, mesura y raciocinio, a pesar de que nos afecte a todos diariamente, por temor a que la otra persona sea un admirador del gobierno de turno y no admita la más mínima crítica, acabando la conversación en un problema con un compañero de trabajo, un amigo o incluso, un familiar. Con personas desconocidas, en función de la situación, puede ser más fácil o más difícil entablar ese diálogo.

Algunas personas argumentan que no es lícito o ético criticar al presidente, ya que una vez formado el gobierno es el presidente de todos los españoles. Mas el PSOE no ganó las elecciones, fue el PP, y, de hecho, ha tenido que poner de acuerdo a todos los partidos excepto Vox y el propio Partido Popular para conseguir hacerse con el poder. La consecuencia es que, para obtener esos apoyos, como es habitual en política, es necesario hacer concesiones; el problema es que los nacionalistas llevan décadas exigiendo prebendas a los diferentes gobiernos para apoyarles y poco queda por dar, como no sea la independencia de facto. De hecho, se están aprovechando de la extrema debilidad del gobierno para además de obtener cualquier pretensión, de paso, humillarle, y de paso, a todos los españoles. Además, aunque un partido consiguiera una mayoría absoluta, eso no le da derecho a promulgar leyes ilegales, que contradigan la Constitución, o que vayan en contra de una parte de la población. Siempre existe el derecho a la crítica y a todo cuestionamiento (el insulto no entra dentro de esta categoría). A pesar de ello, como decía, cada vez cuesta más involucrarse en discutir estos asuntos, siendo la figura del político profesional cada vez más denostada y despreciada por la sociedad. Por no hablar de lo difícil que resulta mantener una actividad política a aquellos que no cobran un sueldo público o del partido; salvando algunas pocas excepciones, casi héroes anónimos.

No incluye, obviamente, a aquellos que han hecho de la política su modo de vida, su único sustento, por lo que no pueden abandonarla al no tener otra dedicación. Eso implica, en ocasiones, que su principal objetivo no sea solucionar problemas, sino que estos persistan para poder tener de qué ocuparse, o incluso, generar problemas nuevos, como hemos visto con el nacionalismo o la extrema izquierda creando problemas que antes no existían para poder medrar y hacerse necesarios. O como dijo Rodríguez Zapatero a micrófono abierto, en aquella infausta campaña electoral, “conviene que haya tensión”. Un ejemplo claro de a qué me refiero lo tenemos con las declaraciones que están realizando los árbitros llamados a testificar por el juez que lleva el caso Negreira; o sería mejor llamarlo caso FC Barcelona. Nos enteramos ahora que los árbitros, para promocionar de categoría, eran evaluados por sus responsables en función de la dificultad de los partidos arbitrados. Es decir, cuanto más complicado era el encuentro, mayor puntuación obtenían. Algunos de ellos, para conseguir partidos embarullados, “calentaban” a los jugadores con sus decisiones para así tener un partido difícil y obtener mayor calificación. ¿Les extraña? Y esto solo para progresar en el arbitraje, imaginen que no hará un político para mantenerse en el poder. Como estamos comprobando, cualquier cosa. Lo que antes de las elecciones eran líneas rojas imposibles de traspasar ahora son hechos consumados, y se cambia el argumento sin rubor. El último paso que se está dando es el señalamiento de jueces que no se pliegan a los deseos del gobierno. Tras nombrar, en más de una ocasión, a una persona del partido como fiscal general del estado, tener como el mejor aliado al presidente del tribunal constitucional (incluso colaboró en la redacción de la ley de amnistía a los delincuentes condenados nacionalistas), y de estar colonizando la administración pública con altos cargos afines, ahora toca amedrentar a los jueces. Siempre habrá algunos valientes que resistan la presión cumpliendo con su obligación, sin embargo, no todo el mundo es un héroe y más de uno se lo pensará antes de incoar una causa que pueda molestar a las altas instancias. Revertir esta situación, conseguir que de nuevo las instituciones vuelvan a ser más o menos neutrales, de todos, cada vez es más complicado. Volver a una situación política donde los partidos sean adversarios, pero no enemigos, se torna misión imposible en estas circunstancias. Necesitamos un “gran reseteo”, algo que nos haga salir de esta espiral autodestructiva y que nos devuelva a la senda de la mejora continua en la que estábamos inmersos hasta hace unos pocos años. Habrá que tomar decisiones complicadas para ello, solo que, como explico, cada día es más difícil sin tener que llegar al doloroso borrón y cuenta nueva.