Esta batalla, que tuvo lugar en plena capital murciana, fue decisiva para el desenlace de la Guerra de Sucesión en el sureste español, y a consecuencia de este hecho Cieza se ganó el título de ‘Muy Leal y Noble Villa’ que preside su escudo
Javier Gómez
Corría el año 1700 y el principio de siglo trajo una nueva guerra para España. En este caso fue una guerra civil auspiciada por las potencias extranjeras en su afán por poner en el trono a su candidato. El día de todos los santos, como trágica premonición, muere Carlos II, el último de los Austrias españoles, conocido como el Hechizado. Carlos II fue desde niño enfermizo y enclenque y, llegado a la edad adulta, no pudo otorgar un heredero a la Corona Española. La vida enfermiza del monarca español fue un símil macabro de la realidad política y social de España. La potencia que antaño dominó el mundo se hallaba en plena decadencia ante las futuras dominadoras: Francia e Inglaterra. El oro y la plata de América se malgastó en innumerables guerras que sangraron a la tierra hispana y sus gentes; acentuado en gran medida en Castilla, que si bien obtuvo el monopolio comercial con las colonias pagó un alto precio al ser sus hijos quienes debieron soportar, con su sacrificio y sangre, las levas de las guerras, y jamás vieron que el esplendor de la primera potencia mundial se reflejara en sus vidas y economías.
Carlos II declaró heredero del Imperio a Felipe de Anjou, el nieto de Luis XIV, rey francés. Inglaterra y las Provincias Unidas, ante la posibilidad de la unión de Francia y España bajo un único monarca, se oponen y consideran que el sucesor debe ser el archiduque Carlos, de la casa de los Austrias. Ambos pretendientes poseen fuertes lazos familiares con los Austrias españoles y ninguno cederá en su derecho dinástico. Por ello se inicia la Guerra de Sucesión Española, que durante trece años asolará las tierras españolas en una lucha cainita. El resultado será el primer mazazo para el orgullo nacional, que se verá refrendado en siglo siguiente con la invasión napoleónica y la Guerra de Cuba. España había iniciado el camino para dejar de ser una potencia de primer nivel mundial. De hecho, después de la guerra, España pierde sus posesiones europeas, Gibraltar, Menorca y el monopolio comercial con las colonias americanas en detrimento de ingleses y holandeses. Se incumple de esta manera el deseo de Carlos II de preservar íntegro su imperio para la siguiente monarquía.
La guerra, que discurrirá en diversos frentes españoles y europeos, llegará a Murcia en 1706. La caída de Cartagena en manos de los Austrias trae consigo el avance de las tropas del archiduque hacia Murcia, que se había declarado borbónica desde el inicio de las hostilidades y que se recalcó con la llegada del cardenal Belluga a la ciudad. En las inmediaciones de Murcia tendrá lugar la que se conocerá como la Batalla del Huerto de las Bombas, que marcará el desenlace de la contienda en el Sureste y Levante español.
El cerco de Murcia
La sublevación favorable al archiduque en la ciudad departamental, en julio de 1706, unida a la entrada en Madrid de las tropas imperiales y la proclamación del archiduque como rey de España dio comienzo a la inestabilidad en la ciudad de Murcia, que preveía una posible invasión. Poco después, Orihuela se unía a la sublevación merced a su gobernador, el marqués de Rafal. Alicante también caería en poder de los partidarios del archiduque, con lo que Murcia se encontraba cercada y era inevitable que fuera el próximo objetivo de los austracistas.
En Murcia la afinidad borbónica era manifiesta, aunque existían partidarios imperiales como el marqués de Alcantarilla, Diego Rejón de Silva. Los ataques austracistas se iniciaron en el mes de agosto; el día 24 tomaron Beniel y el 27 se apostaron en Espinardo y saquearon varios pueblos de la huerta murciana. Todo se encontraba dispuesto para la batalla final.
Sin embargo, pocos días antes de estos avances y con el ánimo de que no se derramara sangre, los imperiales concertaron una entrevista con el obispo Luis Belluga en la que le pidieron negociar la rendición de la ciudad. La respuesta del obispo fue contundente: no habría rendición, lucharían hasta las últimas consecuencias.
A principios de septiembre, Belluga parte a Lorca para recoger a tropas borbónicas venidas desde Andalucía en ayuda de Murcia y deja al mando de la ciudad al brigadier Fernando de Arias y Ozores. Así pues, llegamos a la fecha clave: el 4 de septiembre de 1706.
La batalla
La resistencia murciana se desplegó desde la Puerta de Castilla por los actuales barrios de San Basilio y Santa María de Gracia, que en aquella época era una huerta plagada de acequias. El objetivo de las tropas imperiales, compuestas por 6000 hombres de infantería anglo-holandeses era la morada de D. Baltasar de Fontes, que desde aquel día fue rebautizada como la Casa del Huerto de las Bombas y que se encontraba en la contemporánea Avenida Miguel de Cervantes, donde se encontraban apostados los 500 hombres de los dos cuerpos de infantería de Granada y los 200 caballos del regimiento de D. Gabriel de Mahón. Estaban comandados por el brigadier Fernando de Arias y Ozores, el teniente Antonio Marzo y el sargento mayor de brigada Juan Antonio de Contreras y Torres.
Los anglo-holandeses iban provistos de varias piezas de artillería y una sección de ingenieros que llevaban consigo un puente de madera portátil que les facilitara el paso de las acequias, y avanzaron, provenientes de Espinardo, hacia la casa.
Al llegar el alba del 4 de septiembre de 1706 se desencadenaron las hostilidades. Pero fue la brillante idea del obispo Belluga la que impidió la caída de la Casa de las Bombas y de Murcia. Ordenó levantar los tablachos de todas las acequias circundantes con lo que la huerta se inundó, dejando solamente libre los puntos más elevados. El paso para los austracistas fue cortado y aquellos que intentaron cruzar se vieron empantanados en el lodazal.
Ante la imposibilidad de avanzar, decidieron utilizar la artillería e intercambiaron disparos con los las fuerzas acantonadas en la Casa de las Bombas, que fueron auxiliadas por los vecinos apostados en las casas próximas y las ramas de los árboles. Finalmente, después de dos horas de fuego incesante, al ejército imperial no le quedó más opción que la retirada, dejando atrás 400 muertos entre los que se encontraban dos coroneles y varios oficiales. Murcia había resistido y ello supuso un duro revés para las aspiraciones del archiduque en el Sureste español.
La victoria supuso la otorgación de la séptima corona en el escudo para la ciudad de Murcia, otorgada por Felipe de Anjou tras la batalla de Almansa del año siguiente. Además, la inestimable ayuda a la causa borbónica por parte de los habitantes de Cieza, que dispusieron de cuatro compañías a cargo del coronel Matías Marín-Blázquez de Padilla sustentadas con el dinero del Concejo ciezano y de las familias de los soldados, hizo que la esposa de Felipe de Anjou, María Luisa de Saboya, le otorgara el título de “Muy leal y muy noble Villa de Cieza”, que presidiría su escudo.
Consecuencias para el desarrollo de la guerra
La resistencia borbónica provocó que Murcia se mantuviera leal a la causa de Felipe de Anjou y que fuera la única ciudad del Sureste que no sería ocupada por las fuerzas austracistas. Además, los borbónicos, liderados por el duque de Berwick y apoyados por el obispo Belluga, aprovecharon la coyuntura para conquistar durante ese otoño las ciudades de Cartagena, Orihuela y Elche; solamente la presencia del ejército del archiduque en Alicante les impidió prolongar sus conquistas. Por tanto, la resistencia murciana sirvió como impulso moralizador para los leales al futuro Felipe V. Finalmente, también supuso un apoyo extraordinario para la decisiva batalla de Almansa que acaecería el 25 de abril del año siguiente, al evitar que todo el Levante estuviera en poder del archiduque. En Almansa, los borbónicos, ganaron la batalla y sirvió de base para que se iniciara la conquista del Reino de Valencia. Esta conquista deparó la aplicación de los Decretos de Nueva Planta, que posteriormente se haría extensible a toda la Corona de Aragón, y que abolió los fueros propios de los antiguos reinos de ésta. Es por ello por lo que la causa austracista arraigo con tanto poder en esa zona, por que se preveía que Felipe de Anjou crearía un reino centralista y suprimiría el tradicional “federalismo” de los Austrias españoles que había asegurado la estabilidad peninsular.
A modo de conclusión
La victoria borbónica en la batalla del Huerto de las Bombas, aunque no fuera una batalla decisiva en el transcurso de la contienda, ocasionó que los partidarios de Felipe V pudieran tomar aire y rehacerse para, posteriormente, iniciar la conquista del Sureste y Levante español.
Una vez llevada a cabo la conquista de todos los reinos de la Corona de Aragón, Felipe V procedió a abolir el sistema político de su antecesor. La monarquía de los Austrias mantenía el sistema “federal” heredado de los tiempos de los Reyes Católicos. De hecho, Carlos II puso dos condiciones en su testamento, que no fueron cumplidas, a Felipe V: mantener las instituciones y fueros de sus reinos y abdicar en su derecho sucesorio a la monarquía de Francia.
Felipe V, intentando llevar a cabo una monarquía absolutista y centralista al estilo de la de su abuelo en Francia, realizó los Decretos de Nueva Planta para los Reinos de Valencia, Aragón y Mallorca y para el Principado de Cataluña. Amparándose en que aquellos reinos no le fueron fieles, abolió sus fueros y les aplicó las leyes de Castilla. Únicamente se respetaron los fueros del Reino Navarra y de los Señoríos de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, que no se sublevaron. Estos acontecimientos alimentaron el nacionalismo catalán y su percepción de desagravio, tan de boga en la actualidad. De hecho, en la Diada, la fiesta catalana por antonomasia, se conmemora la derrota ante las tropas de Felipe V.
La imposición de las leyes castellanas creó un problema que se mantiene hasta nuestros días. Una problemática que la monarquía de los Austrias, con sus múltiples defectos, supo conllevar bajo la visión de una España plural. Por todo ello es importante conocer nuestra historia, para aprender y ser capaces de establecer una convivencia histórica que se remonta a dos milenios, desde que los romanos unificaron a las tribus iberas.