Averigua el misterio literario de la Casa Anaya

Atrévete a encontrar la solución al enigma

María Parra

Cabalgué durante largo tiempo sin saber si había tomado el camino correcto, hasta que divisé el Castillo de Cieza. Al fin, me encontraba frente a la célebre Casa Anaya. La primera impresión no me decepcionó.

El edificio había emergido con un carácter dominante en un entorno que no le correspondía. Sus ventanales largos, estrechos y puntiagudos y el tejado abuhardillado se asemejaban al estilo de una tradicional casa de la bucólica campiña inglesa, carente de una fresca y verde pradera y envuelta en la tierra seca y pedregosa del Ensanche. La Casa Anaya había nacido para no pasar desapercibida. Su fachada de color grisáceo y tosco vencía al colorido trencadís de la balconada, impregnándola de un aspecto sombrío, que estremecía en una noche cerrada en la que esas ventanas erizadas parecían convertirse en espectrales centinelas.

Mi imaginación comenzó a crecer hasta convencerme de que se cernía sobre todo el edificio una cargante atmósfera sin ninguna afinidad con el liviano aire del cielo, emanada desde aquel torreón solitario y enigmático; una irradiación hedionda y mística, oscura, pesada, apenas perceptible, de un color profundamente plomizo.

Al fin, me decidí a descabalgar. Me sacudí el polvo del uniforme, me desanclé de mis temores y empujé la enorme reja, cercada por una hilera de monumentales árboles, dejando atrás: el bullicio de los juegos, las horas en la fábrica de esparto, la faena de la huerta, el sombrero de paja, las manos agrietadas, la colada en el río, el zumo de limón en el pelo, el caramelito de menta en el bolsillo, los calcetines zurcidos, la ropa de los domingos, las mondas de patatas, la sopa de ajo, los barcos de pan, el puchero con pelotas, el huevo para cuando seas padre, el café de olla…

Mi llegada estaba avisada, esperaban al inspector Susarte. El señor Anaya, un célebre ingeniero, me había hecho llamar para que atendiera con urgencia la investigación del caso.

El día que sucedió todo Luisa subió al torreón al mismo despertarse, estaba ansiosa por disfrutar de las vistas del valle. Desde allí se sentía tan alta como el Pino Gómez.

Pronto me casaré. Viviré con Isidro en Madrid, en la Plaza de Oriente. ¡Cómo voy a echar de menos a mi querida Cieza! No podré salir al jardín para pasear entre estos eucaliptos que como centinelas custodian almendros, ciruelos, naranjos, limoneros… Ni podré soñar con que soy una princesa de un país exótico que recorre palmerales en busca de un oasis. Ni disfrutaré del frescor del agua del Segura en los días calurosos. Bueno, quizás me divierta visitando escaparates, asistiendo a fiestas, paseando por El Retiro…

En el jardín ya estaba todo dispuesto para la celebración de la pedida de mano. La vajilla Meissen estaba colocada en una larga mesa de forja blanca bajo la parra con vistas a un inmenso rosal acompañado por el imponente árbol del amor, cuya enorme sombra estaba dibujada por una floración impenetrable de flores rosáceas, que hasta envidiaría El Carrascalejo.

Llegó el momento tan deseado. Allí estaba el carruaje. El alto portón se abrió tras sonar la campana para dejar paso a los Crespo. Luisa salió a su encuentro.

Bienvenidos. Qué alegría, ya están aquí. Hoy hace un día espléndido. Podremos disfrutar del maravilloso banquete que ha preparado mamá en el jardín. Espero que el viaje no les haya resultado demasiado agotador. Querido Isidro, señores Crespo estarán ustedes sedientos. Vamos, vamos. Todo está ya dispuesto.

La pedida de mano había sido sumamente romántica, Luisa estaba exultante de felicidad. Tras el banquete, conversaba con los invitados agarrada del brazo de su querido Isidro. Estaba rebosante de dicha mostrando su anillo de pedida a los invitados. Todos se quedaron maravillados ante aquella joya de oro blanco con diamantes de estilo Art-Deco con una esmeralda central.

Al parecer, mi instinto no se había equivocado sobre aquella vivienda, el aire estaba cargado de padecimiento, deslizándose suavemente, poco a poco, acompañado por el martilleante canto melancólico de los pájaros anidados en el inmenso jardín donde se me esperaba.

El señor Anaya me recibió con una copa. Comenzó a hablarme del anillo y lo desdichados que les había hecho su pérdida. Y justo cuando se deshacía en halagos sobre su hija, un brillo me deslumbró. Luisa apareció sigilosa y exangüe. La miré con extremado asombro. Aquella joven se había convertido en un ser enajenado, que vivía en un estado de esclavitud del miedo que la dominaba. Una sensación de estupor me oprimió el pecho, cuando contemplé los que habían sido unos bellos ojos verdes, ahora idos y excesivamente dilatados y luminosos. Sus labios finos dibujaban una sonrisa perdida. Su largo cabello rizado caía desordenado y enmarañado dejando ver pequeñas calvas. Su palidez era aterradora. Su delgadez hacía que colgara una brillante pulsera de su muñeca. Una sensación de estupor se apoderó de mí, mientras seguía con la mirada sus pasos alejándose. Cuando por fin abandonó el jardín y se adentró en la casa, mis ojos buscaron instintiva y ansiosamente el semblante del señor Anaya, pero éste, pertrechado de tristeza, había hundido su cara entre las manos derramando profundas lágrimas mostrándose derrotado. Tras una larga pausa, consiguió recomponerse para continuar informándome sobre lo ocurrido.

Tras la pedida de mano, la prima de Isidro, Isabel, fue la primera que acudió a su encuentro para admirar la joya. Afirmaba que era justo el tipo de aderezo que mejor iban con sus bonitos ojos verdes. Isabel era una joven muy hermosa, pero tenía algo de enigmática, nadie entendía por qué no tenía esposo. Enseguida acudieron los Martínez, un matrimonio mayor muy amigos de mi familia, que, desgraciadamente, arrastraba una mala racha en los negocios. La señora Martínez, no era muy agraciada, a Luisa siempre le había inspirado algo de miedo porque tenía cada ojo de un color y vestía siempre de negro. Luego acudió mi socio Bernad, que le había traído un regalo. Luisa lo abrió emocionada. Se trataba de una bonita caja de música Thorens suiza. Aquel detalle le conmovió y le expresó su agradecimiento. En cambio, los señores Crespo se mostraron algo fríos con ella.

A esa hora el café ya estaba listo. Así que todos se volvieron a sentar, excepto Luisa, que había ido al rosal. Quería obsequiar a cada invitado con una rosa. Todos le agradecieron fervientemente el detalle, especialmente la señora Martínez: ¡Una rosa fresca y llena de vida! Como tú, querida. A cambio te regalo esta brillante pulsera de cristal. Tras ajustársela Luisa en su muñeca, pidió a los sirvientes que pusieran música en el gramófono con la que amenizar la tarde y dio comienzo al baile. Finalmente, todos se retiraron a dormir. Después de aquella velada, el anillo desapareció y Luisa ya nunca volvió a ser la misma.

Cuando acabó el señor Anaya, aunque mis oídos se habían acostumbrado a ese martilleo de los pájaros, un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar la figura espectral de Luisa arrastrándose con esa deslumbrante pulsera que anunciaba su presencia. Al parecer fue un día perfecto hasta que la pérdida del anillo provocó el desequilibrio de la joven. Algo cambió el curso de una bonita historia de amor. ¿Pero por qué? ¿Realmente alguien tenía interés en aquel anillo?

¿Sentiría Isabel unos profundos celos y querría apropiarse de la joya que ella nunca tendría? ¿Planearían los señores Martínez robar el anillo para poder saldar sus deudas con la venta? ¿Tendría el señor Bernad algún interés en quedarse con la joya para llevar a cabo una oscura venganza? ¿Querrían los señores Crespo que se extraviara el anillo para evitar la boda?

¡Anímate a encontrar la solución del enigma! Envía tus respuestas a redaccion@cronicasdesiyasa.es

 

 

2 thoughts on “Averigua el misterio literario de la Casa Anaya

  1. Iratxe Gómez Caballero

    Creo que el motivo son los celos de Isabel hacia Luisa…

  2. Toñi

    Luisa descubre que su novio le es infiel con Isabel, porque la pulsera que le regala Isabel es la misma que él le regalara antes o llevara alguna inscripción que hiciera referencia a su relación. Es la propia Luisa la que se deshace del anillo

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