Antonio Balsalobre y su cuaderno de articulillos independientes

Aviso

Ya lo advirtió Simone de Beauvoir en su libro “El segundo sexo” allá por 1949: “No olvidéis nunca que bastará una crisis política, económica o religiosa, para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca hay que darlos por adquiridos. Debéis permanecer vigilantes durante toda vuestra vida”. La sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos que elimina la protección federal del derecho al aborto establecida constitucionalmente por este mismo tribunal hace medio siglo es buena prueba de ello. Una corte, por cierto, cuyo equilibrio político fue intencionadamente modificado por Donald Trump para llegar a esta decisión. La guerra abierta contra las derechos de las mujeres por la derecha religiosa más fanática en ese país supone ante todo una regresión sin precedentes del derecho de las norteamericanas a disponer de su propio cuerpo. Pero también la constatación sin paliativos de que, ampliando el aviso de Beauvoir, las libertades, o las defendemos o nos quedamos sin ellas.

El de muchas otras mujeres

Panteón de una familia pudiente en el cementerio de Cieza. En forma de damero formado por cuatro columnas y seis filas se distribuyen con ostentación los veinticuatro nichos que miran a la calle separados por un pequeño zaguán y una puerta de hierro. En uno de ellos, abajo a la derecha, sobre fondo blanco enyesado, a falta de la lápida, que nunca ha llegado, pintado con letras grises precarias y casi desvanecidas por el tiempo se puede leer este sobrio epitafio: “A NUESTRA FIEL SIRVIENTA ASCENSIÓN. D.E.P.”. No hay ningún dato más. Ni apellidos paternos o maternos, ni fecha de nacimiento, ni de defunción, como sí ocurre en las demás sepulturas. Solo un posesivo acaparador, “nuestra”; un adjetivo feudatario, “fiel”; el nombre de una profesión añosa, “sirvienta”. Y un nombre “común” enigmático, anónimo, Ascensión. ¿Qué encierra un nombre?, llegó a preguntarse Shakespeare. En este caso, sin duda, y pienso en dos tías abuelas mías, el de muchas otras “heroicas” mujeres.

Migrantes

Culpar a las mafias que trafican con personas del asalto a la valla de Melilla es una acusación que puede contener una parte de verdad, pero no es ni mucho menos toda la verdad. El “asalto violento contra la integridad territorial”, como la calificó el gobierno, es también un acto desesperado, visceral, de seres humanos que buscan su “salvación” de este lado de la frontera. De muchos potenciales refugiados que huyen de la guerra y de la cárcel en su país y cuya vida peligra si regresan a él. De ahí que nos sintamos profundamente consternados por la tragedia o masacre (que cada cual elija el término que prefiera) ocurrida en la frontera entre Nador y Melilla el pasado viernes, que se saldó con la muerte de decenas de estos migrantes y solicitantes de asilo. De algo, sin embargo, no parece caber ninguna duda. Que el uso de la fuerza fue a todas luces excesivo. Y que esas muertes exigen, como mínimo, una investigación.

Éxito

Objetivamente, la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid ha sido todo un éxito para España en sus aspectos organizativos y protocolarios. También ha constituido, no cabe ninguna duda, un éxito político para el presidente Sánchez al conseguir involucrar a Ceuta y Melilla en la integridad territorial que la OTAN se compromete a preservar. Se ha impuesto, dicen, el poder blando, que es el que más se necesita cuando se impone la cruda realidad de la guerra. Objetivamente, puede que sea así. El problema es que ha sido a costa de reforzar aún más la maquinaria bélica mundial, ya de por sí muy bien engrasada. La OTAN, que no pasaba precisamente por su mejor momento, se ha visto de pronto catapultada por la cruenta invasión rusa de Ucrania. La cumbre de Madrid lo ha certificado. Gracias a Putin, ha sido todo un éxito. Un éxito que, en un mundo menos desquiciado, nos podríamos haber ahorrado.

 

 

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