Actitud y educación
Enseñar en las aulas de Secundaria se está convirtiendo en una tarea fatigosa, y hasta me atrevería a decir que casi torturadora, si la comparamos con la de hace unos años. Y para muestra el botón de mis compañeros y compañeras mayores de 50 años, a los que admiro por esa valentía inexplicable y por esa resistencia indescriptible, esos que han vivido dos tipos de enseñanza: la de cuando el profesor tenía autoridad y la de ahora, en la que dicha figura ha pasado del respeto categórico a la más eminente humillación.
Corren malos tiempos para las tablas del escenario de la docencia que empiezan a carcomerse, como cual madera invadida por una plaga, en este caso, la de la mala educación. Se vive en el ambiente de cualquier centro educativo una crispación irremediable que se multiplica por la impotencia de profesores y profesoras que ven un futuro bastante oscuro e incierto con las nuevas generaciones que se sientan en el aula.
Además, la irritación persiste ante una administración que enflaquece todavía más con una burocracia que es “pan para hoy y hambre para mañana”, a la que solo le interesan las cifras para estar en el ranking de los países con la mejor educación en el sistema, aunque todo sea ficticio.
A esto se suma la excusa incongruente de los ciudadanos, padres y madres la mayoría de ellos, sobre que a los políticos no les interesa que su pueblo sea culto e inteligente. Esto a mí, como docente, no me sirve. El que quiere aprender, aprende sin más, sin excusas, sin estar pendiente de la ley, es decir, se levanta todos los días con el objetivo de embeberse los libros, de escuchar respetuosamente a sus maestros y profesores y de ser espectador de la sociedad racional para ser partícipe de ese incesante aprendizaje que los diferenciará del resto.
No conviene, por tanto, que algunos padres solo se limiten a aparcarlos en los coles y en los institutos y a poner en tela de juicio la labor de los profesores. Esa no es la queja; la protesta debería ir dirigida a la administración, hacia ellos y hacia sus hijos, porque deben procurar inculcarles el esfuerzo, el sacrificio y la gratitud hacia las posibilidades que les ofrece de manera gratuita un sistema que, aunque es precario y tacaño en materia de educación, sus trabajadores, los profesores, hacen que estas sean bastante eficaces.
Por otro lado,hay que controlar que los hijos no sean un chavales con más calle que un adulto y deben ser responsables de que los menores asuman un compromiso diario con sus obligaciones que, al parecer, escasean bastante en la actualidad, porque lo tienen todo y lo único que pretenden es vivir a base de la generosidad de los padres, capaces de privarse hasta de respirar para que no les falte de nada.
La persona no se convierte en un ser maleducado o no suspende por ley, sino por actitud. La semana pasada Arturo Pérez Reverte decía en una entrevista que a él no lo educaron a través del diálogo, sino por medio de la actitud. Él adquirió su educación observando el comportamiento de sus padres, una realidad que dicta mucho de la actual en la que se opta por consensuar, discriminando así la autoridad que tanto se echa de menos en casa y en el aula.
Siempre he mantenido que todavía hay excepciones, que no hay que alarmarse, pero está claro que esas excepciones al final acaban contagiándose de las malas influencias que los disruptivos de turnos, a los que poco se le puede hacer, ejercen y que tenemos que aguantar. Se les amonesta y se les expulsa. ¿Conclusión? Vacaciones por unos días, y más trabajo para nosotros porque no podemos dejarlos desatendidos a pesar de que hayan cometido una falta de disciplina.
En todos los puestos de trabajo hay situaciones complejas incluso peores que en un aula, pero jugamos con fuego al educar a menores de edad, los cuales están tan sumamente protegidos que, al final, uno se cuestiona si vale la pena hacer frente a las barbaridades que se tienen que soportar.
A veces, se nos viene a la mente hacer la vista gorda, pero entonces pensamos cómo vamos a dar lugar a que estos chavales se nos vayan de las manos, cuando somos un pilar fundamental para que vayan creciendo como personas cívicas.
Por eso, resignación, fuerza, entusiasmo y vuelta a nuestros orígenes cuando decidimos ser docentes, es ahí donde hallaremos el motivo para seguir: ayudar a nuestros alumnos independientemente de las adversidades.