Voy a darme el capricho, por María Bernal

Voy a darme el capricho

Voy a darme el capricho de no vivir esclavizada por y para esta engreída, incomprensible e ilógica sociedad. Voy a darme el capricho de vivir a mi ritmo, de responder sin miedo y de actuar conforme a mis circunstancias, sin ser yugo de todas las mentes que se creen poseedoras de toda la razón universal. Voy a darme el capricho de dar justas explicaciones aunque el desquicie social pretenda derrumbar mi escudo de autodefensa, y voy a ser una persona que no se deje manipular por imposición categórica de un sistema de seres que juzgan cuando algo no es de su agrado y que, soberbiamente, no reconocen nada, por muy bien que lo hayas hecho. Voy a darme este capricho antes de que la vida me sorprenda.

La gente vive a golpes de suspiros, de quejas, del inconformismo que los convierte en prepotentes y seres tediosos cuyo único pan de cada día es querer llamar la atención por considerarse imprescindibles. Se vive a golpe de opiniones contrariadas que no admiten matiz alguno y de frustraciones que se pretenden pagar con quién menos lo merece. Hay gente que se cree el ombligo del mundo cuando todos somos prescindibles en este valle de lágrimas. Y mientras esto sucede, la vida pasa porque nos cuesta aprender el oficio de vivir, lo decía Ernesto Sábato: “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.”

Opuestas a este sector de la población están las personas a las que la vida les ha dado la puñalada de padecer una enfermedad. Pues, a pesar de todas las desgracias que ocurren, a pesar de tantas y tantas enfermedades que se llevan a gente buena y maravillosa, a pesar de que la vida es efímera y no es partidaria de darnos muchas oportunidades, todavía hay gente que no aprende la lección.

Tantos y tantos mensajes sobre la brevedad de la vida que se airean como una bandera infinita, tantos y tantos testimonios que manifiestan que la vida solo es una (Pau Donés lo recalcó miles de veces antes de morir), tantos y tantos casos de personas conocidas a las que hemos visto sufrir por exigencia injusta del destino, tantos y tantos niños sin una familia, tantos y tantos ancianos abandonados que resulta incomprensible que todavía la avaricia esté por encima de la solidaridad, resulta inadmisible que se pretenda echar por tierra los logros sacrificados de las personas, resulta inconcebible que la amistad sea por pura conveniencia, resulta incoherente que tengamos que dar explicaciones que nosotros nunca pedimos, resulta sorprendente que el objetivo de muchos sea quedarse por encima de alguien, resulta patético que se cuestione a las personas sin haber escuchado todas las versiones, es inhumano que se haya perdido el derecho a la intimidad, ante ese afán desmedido de querer mostrar la vida desde esa ventana virtual  que siempre permanece abierta al mundo, resulta escabroso que se utilicen a los niños para sanar las frustraciones adultas o por puro egoísmo, y me parece bochornoso que en esta vida lo único que duela sea el dinero.

Le damos importancia a lo absurdo en detrimento de que la vida se nos escape casi sin darnos cuenta, esfumándose la felicidad de nuestras vidas, porque se aparenta lo que prácticamente no se es, porque se presta atención a idioteces y porque no se valora lo que verdaderamente tiene sentido. Mientras que se opta por formar parte de esta barata pantomima, la vida nos prepara su estrategia más traicionera, y llegado este momento, ya no hay oportunidad de rectificar.

Quizá sea hora de reflexionar sobre las palabras de Donés: “Que su presente no sea el tiempo que pierde pensando en su futuro. La vida es urgente”. Y sí, lo es como para estar siempre pendiente de tanta inutilidad.

Por eso, es hora de darnos el capricho de disfrutar, de ahondar bien los pies sobre el suelo para que durante nuestro deseo de vivir, siendo felices, nadie nos levante los pies del suelo.