Vocación docente, según María Bernal

Vocación docente

¿Es real? ¿Existió antes de que parte del sistema educativo se la cargara? ¿Es posible recuperarla a pesar de que los tiempos son tan informales como el clima atmosférico que nos envuelve?

La palabra vocación proviene del latín, de vocatio,-ōnis y su significado original se basa en la “acción de llamar”. Si desmenuzamos este significado, es inevitable apelar a la Biblia y centrarnos en el Antiguo Testamento, donde aparece la definición de la palabra vocación como la decisión de Dios de elegir a una persona, hombre o mujer, para concederle la oportunidad de que pueda seguir la historia de la salvación de su pueblo al que ama con absoluta fidelidad.

Este término evolucionaría progresivamente hasta centrarse en el campo de las profesiones, designando así la habilidad  para elegir y disfrutar gozosamente de aquel oficio o profesión en el que la gente se encomienda hasta jubilarse. Se desprendía, en parte, este significado del original.

De ambos conceptos, bastante relacionados, se despojan tres palabras que son estrictamente necesarias para que se tejan las aptitudes naturales de las personas vocacionales, hablamos de: amar, fidelidad, y disfrutar. Sin embargo, no siempre encontramos un escenario desbordado de estas materialidades que constituyen la esencia de las personas con proclividad por todo aquello que hacen.

Centrémonos en el marco docente. El naufragio de una sepultura anunciada es cada vez más patente; poco a poco, la ilusión de los que han nacido con madera de enseñante muere a merced de muchos caraduras que, por el simple hecho de ganar un sueldo o de querer tener una posición que les permita condicionar a los compañeros por su poder, se suben inequívocamente a este fabuloso barco que acaban hundiendo, sin darse cuenta de que lo que deberían de hacer es abandonar su candidatura, ya que destruyen el decoro que otros planifican, plagado de iniciativas y de proyectos que le dan a la enseñanza el carisma intelectual que tantos persiguen por el bien de sus alumnos. Sí, que la abandonen, y así los que aman el arte de enseñar puedan resurgir con su vocación innata un sistema al que nunca hay que limar la esperanza de que todo puede cambiar.

El sistema educativo, harto de recortes y de imposiciones que obstaculizan la libertad de enseñanza en algunos casos, tampoco es que ayude mucho, bien por su precariedad, bien porque  parece preocuparse más por aleccionar a borregos que se limiten a vivir al margen de la cultura para así manejarlos como marionetas, que por lanzar a la vida a chavales presumiblemente competentes e intelectuales.

También, la vocación docente y lo que es peor, nuestros jóvenes, son víctimas de la alternancia de leyes educativas, dignas de cuestionar, que se sacan del bolsillo con cada cambio de gobierno. A esto hay que añadir que muchas veces el entorno de trabajo es pasivo y solo se limita a cumplir, según le pide la ley, pero sin excesos y sin involucrarse en nada más allá que no sean cuestiones del tipo, sujeto y predicado, la raíz cuadrada de 144 o las partes que tiene una flor.

El caos mental del docente, que es proclive a no parar de inventar e innovar por el bien de los alumnos, es inevitable y su energía mengua al ver cómo el trabajo,  por el que se desvive y que tantas horas no lectivas (esas de la tarde que muchos emplean y pocos valoran) le cuestan, se ve achicado por culpa de los que solo tienen como única misión ir a un centro y cobrar a fin de mes.

El ánimo se esfuma en un momento determinado, porque mientras unos curran llegando a experimentar una sobredosis de trabajo, para la que luego no hay metadona que los sosiegue a modo de gratitud, otros se tocan las narices a merced de que hagan lo que hagan van a cobrar igual.

Aquí es donde se debería evaluar periódicamente a estas personas, al menos viéndole las orejas al lobo quizá actúen y contribuyan a crear un entorno que aporte más que aparte. Tengamos en cuenta que esta profesión se retroalimenta de todo lo que pueda contribuir a ser mejor; un equipo solidificado es el antecedente de unos resultados satisfactorios, no solo en el ámbito académico, sino también en el personal y social que tanto necesitan los chavales.

Soy optimista y es posible recuperarla. He conocido a compañeros y compañeras sedientos de trabajar, cuya implicación es tan desmesurada que te contagia, los he conocido preocupados por sus alumnos como si de sus hijos se trataran, haciendo malabares para luchar por por la inclusión, los he visto escuchando y mediando y los he visto poniendo de su bolsillo lo que la Administración tanto recorta, en definitiva, como dice el Antiguo Testamento, los he visto amar tanto su trabajo por la salvación de su comunidad educativa, que no creo que este barco naufrague del todo. Esto es vocación, aunque sea complicada, porque como diría un amigo y compañero, no es que se mate la creatividad a los alumnos, es que ya sabemos quién mata la vocación a los docentes.