Un punto de inflexión, según Diego J. García Molina

Un punto de inflexión

Siempre ha sido una de mis aficiones la revisión de la historia, ya sea con el disfrute de las novelas históricas de aventuras en la infancia, y más adelante con ensayos, películas, documentales, … y también novela histórica. No cabe duda de que la segunda guerra mundial fue el hito más importante del siglo pasado: entronca con la guerra anterior, la primera guerra mundial (muchos historiadores consideran ambas parte del mismo conflicto, con lo cual estoy de acuerdo), y sus consecuencias resonaron el resto del siglo; principalmente durante la guerra fría y el enfrentamiento soterrado de las democracias contra la tiranía del comunismo representada principalmente por la Unión Soviética, el ascenso gradual de China hasta alcanzar la preponderancia económica mundial y militar, y otros países satélites en diferentes continentes, como Albania, Cuba, Corea, Angola, etc. Incluso se podría decir que la guerra fría no finalizó completamente, dado que, por un lado, Rusia no llegó a deshacerse de su arsenal nuclear, principal amenaza de dicha “no guerra”, y al no alcanzar el estatus real de democracia, la estabilidad nunca ha estado presente dentro de sus fronteras; y por otro China, quien ha quedado como única potencia real comunista con arsenal nuclear y la determinación suficiente para ofrecer un modelo político y social distinto al de las democracias occidentales.

En estos momentos estoy viendo, poco a poco, un documental llamado Diario de la segunda guerra mundial. Cada temporada corresponde a un año completo de guerra, y cada capítulo a un mes. En cada episodio simplemente va reseñando los sucesos más importantes de la contienda día a día de forma cronológica, sin interpretaciones políticas o partidistas. De forma sucinta informa de que tal día pasó esto en el frente ruso, ese mismo día en el norte de África pasó tal cosa, la Alemania nazi tomó tal decisión con respecto a los judíos, etc. Es un ejercicio de aprendizaje tan beneficioso sobre las atrocidades y efectos de una guerra que debería ser de obligado visionado por los más jóvenes en su educación secundaria. Especialmente desolador es ver los primeros compases del enfrentamiento bélico, las similitudes entre lo sucedido entonces con Polonia y ahora con Ucrania, como las principales potencias dejaron a los polacos abandonados faltando a todos los tratados de ayuda mutua firmados, y los nazis, por el oeste, y el ejercito rojo de la Rusia comunista por el este, arrasaron al ejercito polaco en pocas semanas. En la situación actual ha sucedido algo parecido, recordemos las infame palabras del presidente norteamericano Biden dando por buena una invasión limitada de Ucrania por parte de Rusia. El problema fue la ambición putinesca intentando una suerte de guerra relámpago a la rusa para hacerse en pocos días con el control del país atacándolo desde varias direcciones e intentando hacerse con la capital con tropas aerotransportadas y así situar allí un presidente títere, como sucedía hasta la rebelión ucraniana de 2013. La diferencia con 1939 es que los ucranianos esperaban esta agresión desde ese momento y se organizaron a conciencia, entrenando a hombres y mujeres, adquiriendo armamento y preparándose psicológicamente para la batalla. Al conseguir resistir el embate inicial han forzado al resto de supuestos aliados a involucrarse, no podían continuar disimulando; aunque no podemos olvidar las presiones de diferentes líderes de la Unión Europea demandando un acuerdo con Putin, no ser demasiado duro con Rusia, como dijo Macron, ceder a las pretensiones rusas, etc. Vomitivo.

En los primeros momentos de la invasión los analistas expertos vaticinaron una victoria rápida del ejército ruso, pocos días podría resistir Ucrania. Después del aguantar varias semanas, de nuevo profetizaron que sería cuestión de tiempo debido a la abrumadora superioridad del gigante euroasiático, mas de nuevo fallaron en las predicciones. Con China apoyando a Putin, con Irán enviando armamento al frente, con tropas Chechenas sobre el terreno (cometiendo atrocidades contra militares y población civil ucraniana, por cierto), la disputa parecía internacionalizarse. La Unión Europea y Estados Unidos también apoyaron con armas y entrenamiento a los ucranianos, no es ningún secreto, obviamente, solos no habrían podido hacerlo; aunque si es verdad que los muertos los pone Ucrania. En agosto, el anuncio de unas maniobras conjuntas en Venezuela de Rusia, China e Irán, abrieron telediarios y se hablaba ya de la posibilidad de una tercera guerra mundial. Realmente la situación pintaba fea. Sin embargo, hubo algo con lo que no contaron los ideólogos de este desafío, y no es otra que la nula voluntad de luchar de la mayoría de los soldados rusos. El nivel de vida alcanzado en los últimos años, tanto allí, como en el resto del mundo, ha cambiado la mentalidad y no ven que se les haya perdido nada en Ucrania por lo que merezca la pena morir. Una cosa es apuntarse a un paseo militar y otra estar inmersos en una carnicería sin sentido.

La realidad es que la moral de combate rusa estaba por los suelos y ante el primer contraataque ucraniano han salido en desbandada en todos los frentes, obligando a Rusia a declarar el estado de guerra y movilizar por la fuerza a 300.000 hombres (solo hombres). El ejercito ruso ha resultado ser un tigre de papel; los drones enviados por Irán son defectuosos; China se está inhibiendo en su apoyo explícito a los combates; el presidente Checheno reclama el uso de armamento nuclear de baja intensidad en una señal clara de impotencia. Los objetivos iniciales se ven cada vez más lejos o quizá imposibles ya. Las protestas ante este reclutamiento forzoso están teniendo que ser reprimidas duramente por la policía y con amenazas de altas penas de cárcel. Y en estas estábamos cuando en Irán han estallado unas protestas sin precedentes en el país por su virulencia, y estar lideradas por mujeres, las grandes oprimidas de este sistema teocrático de los ayatolás. A pesar de los manifestantes muertos por la represión de la policía no cesan las protestas. En Cuba, un año después de las últimas concentraciones pidiendo libertad, terminadas por la fuerza por el cada vez más débil e inoperante gobierno comunista, el pueblo cubano vuelve a salir a la calle, a pesar de la amenaza de elevadas penas de prisión, como sucedió anteriormente. Puede ser este un momento de cambio. Que esta invasión injustificada haya supuesto un punto de inflexión en el orden mundial, que la población tenga ganas de vivir su vida en paz y no esté dispuesta a que la sometan, la maltraten, o servir como carne de cañón en guerras inútiles. Ante la situación en Rusia, Cuba o Irán, hay que tener claro, parafraseando a Churchill en un discurso en 1942 tras la batalla de El Alamein que: “Este no es el final. No es ni siquiera el principio del final. Pero, es quizás, el final del principio”. Aunque desde luego, si se consigue la victoria, no será por la ayuda de las democracias occidentales; nuestro silencio e indiferencia, incluso en ocasiones complicidad, es tal vez lo peor de todo. La valentía de los ucranianos, de las mujeres iraníes, de los sufridos cubanos, debería servir de acicate para despertar conciencias.