ALMANAQUE; sin más
«Algunos creen que nuestra familia, forma parte de una cábala secreta, que trabaja contra los mejores intereses de los Estados Unidos caracterizando a mi familia y a mí cómo internacionalistas que conspiran alrededor del mundo con otros, para construir una estructura global política y económica más integral, un solo mundo, si se quiere y si esa es la acusación, me declaro culpable, y no solo eso, sino que estoy orgulloso de ello, además, también confieso públicamente, que sostengo una agenda globalista, cuya finalidad es someter al mundo a un nuevo orden, que choca incluso con los intereses de poderosas naciones como los Estados Unidos de América entre otros».David Rockefeller,“Memorias”, p. 405.
Aunque católico, de su arquitectura me quedo con el románico; sencillo y suficiente como lo fue Jesús. Casi todo lo demás son prescindibles excesos más propios de reyezuelos terrenales que del Hijo de un carpintero. Por el contrario, la estética andalusí me apasiona y alegra a partes iguales. La Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba, por ejemplo, son dos maravillas absolutas respectivamente profanadas por el Palacio de Carlos V y La Capilla Mayor. En los edificios y palacios andalusíes hay luz y agua y sombra y árboles y plantas y belleza a raudales. Y alegría; mucha alegría. Una arquitectura que te invita a su contemplación y que halaga a sus afueras casi tanto como a sus adentros.
Otro tanto ocurre con sus palabras que, tras ocho siglos de permanencia en la península (711-1492), enriquecieron al castellano. Para titular este artículo, no quise emplear la voz de origen latino “agendum”, impregnada de un halo imperativo. “Lo que se debe hacer” vendría a ser el sentido etimológico de la palabra agenda. Mejor almanaque, del árabe al-manākh, que nos habla del ciclo anual y nos invita a una parada en el viaje. La agenda prescribe mientras que el almanaque ofrece. Y siempre preferí la improvisación al dictado.
En septiembre de 2015, la Asamblea de Naciones Unidas aprobó la AGENDA 2030. Se establecieron diecisiete objetivos de desarrollo sostenible (ODS para los breves) que todo humano, con encefalograma mínimamente operativo, aceptaría de inmediato
Si el para qué es plenamente compartido, preguntémonos el cómo y el quién. A ocho años del 2030, sería interesante cotejar cómo estaba el Mundo en 2015 y cómo está ahora. No podemos soslayar la rarísima (por su evolución inicial) pandemia del covid o la invasión de Ucrania a manos del imperialista Putin que, como todo acontecimiento imprevisto, trastoca la más minuciosa de las agendas.
Podemos y debemos analizar otros fenómenos que tienen su origen en la citada agenda y que no guardan relación de causalidad alguna con la pandemia o con la guerra en Ucrania. Obsérvese que uso la preposición en y no de pues aunque la guerra se libre en Ucrania, la guerra es de Rusia pues de Rusia es toda la responsabilidad.
La democracia y los estados-nación nunca fueron el problema para el poder real pues será la integridad de las respectivas ágoras nacionales, y no las fronteras convenidas, las únicas fortalezas inexpugnables para burócratas y autócratas a los que nadie ha elegido en las urnas. La mayoría, sino todos, de los organismos supranacionales no son más que el alter ego de las principales potencias mundiales; imbuidos, eso sí, de una aparente neutralidad que impregne de superior imperio a sus dictámenes y resoluciones. Según parece, los marionetistas se han cansado de maquinar en sus respectivas catacumbas y han emergido a la superficie con singular fortaleza. No sabemos si por ahorrar costes o por una mera cuestión de soberbia. El Club Bilderberg, El Foro de Davos, La Fundación Rockefeller, la Open Society Foundations de George Soros o las más influyentes logias de la masonería, por poner algunos ejemplos, mandan lo suyo. Aunque lo que de veras capitanea al mundo es el dinero y nadie maneja tanto como el negocio de la guerra, el tráfico y venta de drogas, las industrias farmacéutica y petrolífera o la prostitución. Se han incorporado colosales fortunas generadas por las grandes plataformas de compraventa por internet, el jueguecito de la bolsa o de las llamadas redes sociales (Google, Facebook, etcétera). El dinero compra la información para administrarla según sus propios intereses. Nada más emético que el telediario de las tres o que los clamorosos silencios de casi la totalidad de los medios de desinformación.
Poder y dinero, dos carcinomas que se retroalimentan y que andan tras todas las calamidades artificiales, que no naturales, que jalonan la Historia de la Humanidad. Nada nuevo bajo la noche pues no hay vampiro que salga de caza a la luz del día.
Hay ricos muy ricos cansados de serlo. Me hago cargo. Comprar lo que se quiera en un pestañeo, a fuerza de hacerlo, acaba hastiando pasados y crematísticos orgasmos. Después están los tontos que en el ejercicio del poder alcanzan el clímax y, probado el elixir, harán lo que sea menester para demorar el climaterio.
El poder verdadero es prestado e instrumental. Prestado porque el poder sólo al pueblo pertenece. E instrumental porque, lejos de ser un fin en sí mismo, únicamente es herramienta para implantar la Ciudad soñada por San Agustín. Un lugar donde Dios habita en los corazones de sus pobladores y los falsas deidades son confinadas al más remoto de los ostracismos.
Mucho me temo que esta concepción mía sobre el poder suscitaría hilaridad o indiferencia entre quienes, a la vista de los hechos, andan tras negocios bien distintos.
Se calcula que el gasto militar en el mundo ronda los 2 billones de dólares por año. El hambre, la muerte por la carencia o escasez de medicinas o la inexistencia de infraestructuras básicas (saneamiento, agua corriente, electricidad, colegios u hospitales, verbigracia) serían erradicas de la faz de la Tierra si destinásemos los fondos de la muerte a la vida. Sé lo que están pensando. Hay mucho canalla por ahí y, para disipar malos pensamientos, se hace imprescindible un equilibrio de fuerzas. Tengo solución para ello. En mi particular ciudad agustiniana, sólo los jefes de Estado y los primeros ministros, con sus respectivos gobiernos, combatirían en sana lid. A ostia limpia, que ni contamina ni le cuesta un centavo al contribuyente. Además, salvo la propia estulticia, nada se jugarían pues el destino de los pueblos permanecería ajeno al veredicto de tales batallitas. En mi ciudad agustiniana no habría ejércitos pues la insumisión ciudadana sería cósmica y, muchos menos, General Mireau que valga quien, verbalizando el guión de Humphrey Cobb, dejara estas causticidades para la reflexión permanente:
“Si esa orden era imposible, la única prueba que podían aportar eran sus cadáveres al fondo de las trincheras. El deber de los soldados es obedecer, aunque les conduzca a la muerte.”
“Por Dios, tal vez lo consigamos, sabemos que es imposible conseguir la colina, pero tal vez sea posible conseguir la medalla”.
Después está lo del clima, la vida submarina y la defensa palentina de la cerceta pardilla. Bien. Está muy bien. En la agenda globalista, mientras todo bicho es elevado a los altares, nada se dice de los casi 50 millones de abortos al año en el mundo, de los cuales casi la mitad se practican en condiciones tan pésimas que ponen en peligro las vidas de las mujeres. Los que ya nacieron (porque ningún dios menor truncó su derecho a nacer) ningunean el sagrado derecho a nacer de sus semejantes lo que, sin duda, es un indicador más de la decadencia ética de nuestra sociedad. De esto, la agenda 2030 ni mu.
Delirios de ricos y poderosos escamoteados en objetivos que nadie podría discutir; silencios clamorosos que otros, los menos, denunciamos de forma igualmente vigorosa; conversión de los estados-nación en meros protectorados al servicio de los señores de las sombras; aniquilación de la familia tradicional por ser el más esencial baluarte del hombre frente al gélido frío de extramuros; implantación de una nueva religión donde ulteriores pactos sociales suplantarían la mismísima naturaleza y en la que la cosificación del hombre alcanzaría cotas insospechadas.
En cuanto a la política de puertas abiertas creo tener la solución; algo drástica pero imaginativa. Les cuento. Sudamérica y África dejarían de exportar, ipso facto, sus respectivas remesas de cocaína y hachís. Al cabo de un par de días, a lo sumo, los flujos migratorios se invertirían de forma colosal. Los hijos del Tío Sam, a través de la frontera con México, bajarían en masa para adquirir el blanco elemento. A los europeos les pillaría algo más lejos pero no habría océano que el mono no pudiera surcar. Las cartas de navegación del Atlántico y del Mediterráneo meridional sufrirían un giro copernicano de ciento ochenta grados. Los cárteles se ahorrarían los portes y las comisiones de sus respectivos nuncios internacionales. A su vez, África y Sudamérica experimentarían una maravillosa entrada de divisas (euros y dólares), por obra y gracia de sus repentinos y desasosegados turistas.
Las gallinas que entraren por los guajalotes que salieren. Los que van en pos de narcóticos por las que entran tras una oportunidad vital. Europa envejece. Vivimos más, las pensiones se alargan y apenas nacen niños. Para traer hijos al mundo se precisa una pizca de locura pues la sola idea de perderlos retuerce el alma. Mas, tras la generalizada crisis de natalidad de los países supuestamente civilizados, se esconde uno de los grandes males de nuestra era: el egoísmo. Un egoísmo patológico que te arrastra a dejar a tus padres en el asilo o a escamotear el maravilloso milagro de la vida. Y todo para disponer de tiempo para uno mismo. Tiempo para llevar al chucho a su esthéticien de confianza, para recoger sus caquitas del suelo o para, madrugón mediante, sacarlo a miccionar a propiedad ajena pues, curiosamente, no se conocen meadas en predios propios.
No creo que andemos mejor que hace siete años. Me consta, por ejemplo, que el combustible de los currantes (el diesel) anda por los dos pavos mientras los neomesías de pitiminí surcan los cielos en fastuosos y muy contaminantes jets privados. Se comprende. Ahora, la gasolina (tradicionalmente más onerosa que el gasoil) está veinte céntimos más barata para que el prius híbrido del pijoprogre se sienta querido. Se comprende también.
Llévense la moto que no la compro. Me basta mi patria chica donde reposan mis muertos y sueñan mis vivos. Donde, a cada esquina, me acechan los recuerdos de lo que fui. Donde está el punto de partida y también de vuelta. Donde, temerosos, dormitan mis anhelos más puros y osados. Me viene grande Europa y mucho más las constelaciones de cartón piedra en las que, salvo hojarasca y brújulas marcadas, nada hemos esperar. El mundo se globaliza mientras yo me achico pues me bastan mi familia y amigos. Y sólo a un Dios reconozco que, en mi pueblo, le llaman Cristo del Consuelo. Aquí, muy cerca de casa, vive todo el año, sobre una cumbre airosa donde su ermita se alza. Me basta mi silencio y me basta SU PALABRA. Nada más. He dejado un almanaque sobre un banco de hierro con vistas a su Ermita. Dejaré que el viento pase sus hojas como plazca pues sólo reconozco un DIETARIO, tan antiquísimo y lozano como la VERDAD ETERNA.