¿Por qué nos dan igual los muertos de Oriente?

No es un secreto que semana tras semana nos llegan noticias de atentados, bombardeos y gente atravesando la laguna Estigia en ese sitio lejano, ese territorio negado, desconocido, que es el Oriente. Todos los países del Golfo Pérsico, cuna de la civilización, inicio de la historia, y que muy pronto dejaron de formar parte ella. Como dijo Hegel, el Oriente va a dormir siempre su siesta, porque está fuera de la historia. Este puede ser el punto de partida para analizar el hecho de que no sintamos cercanas sus muertes, quizás algo de empatía o dramatizaciones antes de ver los deportes en las noticias.

Dentro de la opinión pública, es escandoloso como se trivializa hasta la extenuación conflictos que de ser sufridos en Occidente se empezarían a llamar «Tercera y lo que sigue«. Produce una falta de conexión y un división casi de raza. La humanidad, y los otros. Produce una lejanía que pone en el margen global a los nadie de Galeano, a los subalternos de Spivak, que como bien dice, no tienen voz ni la pueden conseguir. Esclavos de identidad, como los de la antigua Roma, instrumento vocal, pérdida de la condición humana. ¿Qué nos haría preocuparnos desde la tribuna mundial?

En la misma tesis se basaba Jean Baudrillard a finales del siglo pasado para decir que la guerra del Golfo no había tenido lugar. Y es que el belicismo tiene que totalizar, y para totalizar tiene que convencer, y para convencer tiene que generar la división, la lejanía, la distinción, la opresión cultural. La llamada globalización es imposición yankee, es americanización. Vivimos en la época preapocalíptica y como sentenció George Bush: «Dios no es neutral, Dios está con nosotros». Temed malditos, temed.

O trabajad, trabajad por seguir expandiendo una interculturalidad. Una comunicación entre identidades culturales, no permitir la subyugación y situarse por encima del otro, favorecer el diálogo, la concertación y con ello, la integración y convivencia enriquecida entre culturas, mutuo. Vamos a enaltecer la asertividad que Ortega y Gasset ya nos confesó que debíamos hacer política, porque si no la hacemos, se hará igual, y posiblemente en nuestra contra.

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