No son cosas de niños, según María Bernal

No son cosas de niños

La estúpida, reiterada, insulsa y lamentable frase de “son cosas de niños” se está convirtiendo en los últimos tiempos en la mayor cómplice de los acosadores y agresores, esos cobardes sin escrúpulos que no tienen las suficientes narices para enfrentarse al problema de agresividad, rabia o celos que tienen. Y digo cobardes porque, en lugar de buscar ayuda (porque también la necesitan), prefieren seguir siendo los machitos y las machitas de cara a la galería de todos.

Resulta ultrajante que todavía, y ante una realidad que a veces es más que evidente, no se actúe ante los casos de acoso escolar que se dan en los centros educativos. Burocracia, protocolos que ralentizan la solución, treguas para ver si se les pasa la pataleta de acorralar y maltratar a sus compañeros, como algunos adultos consideran… y, mientras tanto, miles de jóvenes viven presas de un sufrimiento que los arroja a un túnel oscuro cuya luz al final no existe; prefieren buscarla tomando como solución ponerle fin a sus vidas; un continuo discurrir  mundanamente triste.

Cuando estamos acostumbrados a ver estos casos entre adolescentes, mayoritariamente, porque quiero pensar que la inocencia todavía campa entre los niños, se dan unos hechos y nos cambian, y para mal, los esquemas. Hace unos días, nos despertamos con la noticia de que una niña de seis años era presuntamente agredida por otros niños de su edad, con un componente sexual para más sorpresa e incomprensión de todos. Seis años, unos bebés prácticamente, tanto ella como sus compañeros. ¡Por Dios y por todas las deidades habidas y por haber en el universo! ¿En qué cabeza cabe pensar que estas criaturas tienen conciencia de estos actos? ¿Qué castigo se les puede poner si no entienden lo que han hecho?

A un adolescente le puedes poner los puntos sobre las íes con suma autoridad: tiene conciencia para asumir las consecuencias de sus actos. Ahora bien,  a un niño, ¿cómo se le explica? Sobra tanto móvil en los niños, donde se sumergen, a veces sin control, en el corrompido mundo de Internet,  y más atención y juego tradicional entre ellos y los adultos.

Pero a mí los niños no me indignan, son niños y voy a pensar que inconscientemente lo han hecho. Lo que me parece extremadamente preocupante y sí para llevarlo ante las autoridades competentes ha sido la dejadez de ese centro. Este cole ha debido de ser la casa de los horrores para esa niña. Que no me vengan con rollos de “no notamos nada”, cuando hay una madre que ha explicado que los indicios eran más que evidentes y que la petición de ayuda se produjo en más de una ocasión.

Claro que muchos maestros y profesores se dan cuenta, pero es más fácil echar balones fuera, esperar a que llegue la hora de salir del tajo a toda velocidad y cada uno en su casa y Dios en la de todos. La implicación en cualquier puesto de trabajo es esencial, pero la docente es crucial para moldear la vida de los alumnos. No me entra en la cabeza que una docente vea a una niña asustada, despeinada, con dolor abdominal y agarrada a su pierna pidiendo ayuda (angelico) y solo se les ocurra decir que son llamadas de atención. No, no son cosas de niños.

Quizá habría que revisar más la acción docente desde las capas altas. Ahora que den cuenta de unos hechos ante los que se han descuidado, ya que me cuesta normalizar lo que no tiene cabida en una vida de sentido común, porque insisto, no me entra en la cabeza que esto solo haya ocurrido una vez.  ¿Y el centro? Que una madre haya hecho esas declaraciones en las que ha destacado que ya había pedido ayuda al centro y que se la habían denegado y que se queden todos sumidos en la mayor insignificancia deja evidenciado que a estos docentes les importa un pepino la vida de sus pequeños.

Pueden  denegar esa ayuda una vez, pero a la siguiente hay que presentarse en la inspección o en dependencias policiales, si se sigue haciendo caso omiso para denunciar; pero no a los niños de seis años, sino a un centro que pedagógicamente ha dejado mucho que desear, además de a unos adultos que ahora empezarán a hacer declaraciones para contar una milonga que les sirva de excusa perfecta y aquí no ha pasado nada; mensajes hipócritas no valen para nada, porque el daño ya está hecho y durante un tiempo va a ser irreparable.

Urge un mayor control y la dignidad heroica para poder solucionar muchas situaciones de estas, dejando de lado la mayor desfachatez que se da ante estos casos, la de velar para que al centro no le salpique nada por el dichoso prestigio. Maldito prestigio que tantas vidas se carga porque no hay centros perfectos en ningún lado, sino una falta de consideración por algo tan preciado como es la vida de sus estudiantes.