Nada de mejores, según María Bernal

Nada de mejores

Íbamos a ser mejores. ¡Qué gracia de chiste barato contaban muchas personas! ¿Recuerdan los aplausos a los médicos, tan emotivos en su momento y tan hipócritas ahora, las buenas promesas, la creencia de que íbamos a ser mejores, entre tantas y tantas letanías ya olvidadas? Eso se decía, que esto nos iba a hacer más fuertes y mejores.

Hace aproximadamente cuatro años, empezó a sonar este lema de manera muy continuada ante la angustia más que existencial de muchas personas ante ese encerramiento más que criticado pero tan necesario como el aire que respiramos, al que nos sometió el gobierno, no por joder como muchos pensaron y alardearon en ese afán de querer poner a la población en contra, sino por velar por nuestra salud, esa a lo que los médicos le dedicaron horas interminables poniendo en juego hasta su propia vida, a expensas de muchos que se saltaban las normas de prevención. A partir de esa estricta privación de libertad, se pensó que íbamos a ser mejores.

Una vez que el virus fue perdiendo fuerza, se extravió también toda esperanza de que las personas iban a cambiar. Volvimos a ser libres y toda promesa hecha quedaba verbalizada pero no ejecutada y, aunque sufrimos, unos más que otros, y dijimos que había que valor lo importante, porque la vida se podría ver truncada en cualquier momento, es cierto que muchas mentes resetearon y volvieron a ser las que nunca dejaron de ser.

Envidia. He aquí uno de los peores virus casi mortales de esta sociedad. Y no, no hay vacunas y aunque las hubiera, no habría suficientes antígenos, adyuvantes y proteínas para inmunizar a ese sector de la sociedad que ha hecho de la animosidad un estilo de vida. Olvidémonos porque esto no se puede tratar; la gente no se alegra por el bien de los demás y en el momento en que ven que una persona prospera, a costa de mucho trabajo y sacrificio que nadie ve pero que sí se vive en las carnes y en la mente de quien conoce esos dos conceptos, sin piedad alguna se le ataca con el fin de derruir la cosecha que tanto ha costado conseguir. Ocurre, porque a muchos les jode que a otros les vaya bien; el puritanismo es una pura pantomima social, además de que la gente con tantos principios no deben hacer tanta gracia.

Injurias. Hay gente que se dedica a hilvanar injurias para después pasarlas por la máquina de coser y obtener como producto final una realidad moldeada a imagen y semejanza de una lengua viperina que malintencionadamente solo quiere echar por tierra la labor de una presa, fácil en ocasiones, y hastiada de palabrería insana en otras. Unas veces son simples habladurías, otras son acciones, y aquí es donde te das cuenta de la vileza proliferante del ser humano.

Versiones. Difícilmente se escuchan todas las versiones cuando algo sucede, porque recordemos que todo hecho tiene como protagonistas a dos participantes, a quienes  en lugar de escucharlos, se elige solo una versión, la que conviene y la que, en la mayoría de las casos, nos impone el coro de tuiteros y facebookeros que creen saber o creen tener la verdad universal con la desfachatez de que publican todo lo que les sucede a modo de queja y a modo de ser el centro de atención, sin ser conscientes de los daños colaterales o de las represalias judiciales que pueden recibir. En los perfiles de redes sociales hay más abogados, médicos, ingenieros, economistas o psicólogos que en cinco facultades juntas de estas especialidades y en los comentarios a estas publicaciones hay más jueces censores que en el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Y así vivimos, creyendo a las publicaciones, demasiado amañadas en muchos casos, antes que al rigor de los acontecimientos.

Nada de mejores. Ni mil confinamientos van a conseguir que la gente deseche esa inquina con la que se levanta todos los días. Es imposible vivir en armonía entre el ambiente que se está gestando, a pesar de tener muchas más posibilidades que hace sesenta años. Si le preguntásemos al eterno Federico García Lorca por esta egoísta situación de la que la gente hace una desdicha para vivir en un persistente lamento, nos respondería con gentil sutileza: “Desechad tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar”.